Nacional

JUÁREZ Frente al cadáver de Maximiliano

Por domingo 24 de junio de 2012 Un comentario

Por Óscar Lara Salazar*

El día 19 de junio, a las siete y cinco de la mañana, en la falda del Cerro de las Campanas en el Estado de Querétaro, se le forma cuadro de fusilamiento al Emperador Maximiliano de Austria y con ello se levanta el triunfo de la República sobre quienes soñaron con imponerle a México una monarquía extranjera.

Una vez cumplimentada la orden del Consejo de Guerra, trasladaron el cadáver del Emperador Maximiliano a Querétaro. Acto seguido procedía la preparación para su embalsamiento, toda vez que su cuerpo se repatriaría. La orden fue trasladarlo a la Ciudad de México. Se designó para estos trabajos al Hospital de la iglesia de San Andrés. Se ordenó el desalojo total de la iglesia; se montó nutrida guardia y solo podían entrar los galenos y el equipo que llevaría a cabo la misión.

El Presidente Benito Juárez ordenó al jefe de la escolta responsable de la custodia que tan luego se concluyera el embalsamiento le avisara, antes que fuera vestido el cadáver. Un día, a mediados de octubre, se dio aviso a Juárez de que estaba terminado el embalsamiento, y que al día siguiente sería vestido el cadáver, entonces Juárez dijo al jefe de la escolta que ese día, a las doce de la noche en punto, estaría de incógnito en la puerta principal del templo de San Andrés, ordenándole una absoluta discreción.

La visita se mantuvo por muchos años en secreto. El escritor Agustín Rivera, autor del libro La Reforma y el Segundo Imperio, sabía de la misma por habérselo confiado un íntimo amigo, bajo la condición de que mantendría el secreto. Pero la revista Tiempo, en su número 30 de diciembre de 1892, tomando la noticia del periódico La Sombra, hablando del palacio de gobierno de Querétaro, dijo: “A la historia de este palacio pertenecen varios episodios. En la pieza donde actualmente es el archivo de gobierno, estuvo expuesto el cadáver de Maximiliano de Austria, y allí fue visitado por el Presidente de la República, don Benito Juárez”.

Fue entonces cuando el autor de La Reforma y el Segundo Imperio, reaccionó y se dio cuenta que ya andaban tras la pista de este hecho histórico, aunque aun equivocados, andaban cerca de quitarle un tesoro como escritor, por lo que decidió romper su secreto y publicó, en el libro antes citado, la historia de esta visita histórica.

Así fue entonces como Rivera describe el Hecho. “En efecto a las doce de la noche en punto, – consigna el historiador- se paró un coche en la puerta del templo de San Andrés, y el jefe de la tropa abrió inmediatamente la puerta. Entraron únicamente Juárez y su ministro Sebastián Lerdo de Tejada. Al entrar se descubrieron la cabeza y se dirigieron a la gran mesa que estaba en medio del templo, en la que estaba tendido el cadáver de Maximiliano, completamente desnudo y rodeado de gruesas hachas encendidas, y se pararon junto al cuerpo. Juárez se puso las manos por detrás, y algunos instantes estuvo mirando el cadáver sin pronunciar palabra y sin que se le notara dolor ni gozo; su rostro parecía de piedra. Luego con la mano derecha midió el cadáver desde la cabeza hasta los pies, y dijo: “era alto este hombre; pero no tenía buen cuerpo: tenía las piernas muy largas y desproporcionadas”. Y después de otros momentos de silencio, dijo: “no tenía talento, porque aunque la frente parece espaciosa, es por la calvicie”.Lerdo no dijo nada.

“Luego se sentaron en una banquilla que estaba frente al cadáver,- continúa Rivera- siempre mirándolo. Juárez cruzó una que otra palabra con el jefe de la tropa, manifestándole su afecto por lo bien que estaba desempeñando su comisión de la custodia del cadáver, porque se había hallado en el sitio de Querétaro y porque años atrás lo había tratado de cerca y estimado bastante. Juárez y Lerdo se volvieron en el mismo coche. La visita duró cosa de media hora.

“Al día siguiente fue vestido el cadáver, y ya se permitió a varias personas la entrada a la iglesia de San Andrés a visitar los despojos mortales del ex emperador Maximiliano, previa licencia de una autoridad superior al jefe de la tropa, la que continuó custodiando de día y de noche el cadáver, hasta el día que fue sacado de dicha iglesia para ser conducido a Veracruz. Se permitió también tomar fotografías del cadáver”.

El periódico El Universal, en su edición del 26 de noviembre de 1893, publicó una poesía del laureado poeta Juan de Dios Peza, con el título “La Calle de Xicoténcatl”, en la que hablaba de la Iglesia de San Andrés, que estaba donde hoy es la ya mencionada calle, que decía:

Y allí estaba aquel cadáver,
Limpia la faz, roto el pecho,
Como una lección terrible,
Como un inmortal ejemplo.

El sabio a quien encargóse
El nuevo embalsamiento,
Era el ilustre Juárez
Al parecer que amigo su médico.

No bien con expertas manos
Ligó los inertes miembros,
Dejó, por secar las vendas
Suspendido al aire el cuerpo.

Pendiente de los dos hombros
Era un arco de aquel tiempo,
Y con los ojos de esmalte
Retando al abismo negro.

Solo quedó el soberano,
Rígido como el acero,
Con olorosos barnices
Mojando a sus pies el suelo.

Y cuentan que en una noche
A Juárez dijo su médico,
Más bien que en tono de súplica,
En son de dulce consejo:

“No quiero cerrar al príncipe
para siempre en otro féretro,
antes de que mi brazo
vayáis vos a conocerlo”.

Y Juárez cedió a la oferta,
Y esa noche en el silencio
Llegó al misterioso sitio
Conversando a paso lento.

Dos lámparas encendidas
Más alumbraban el templo
Y en la penumbra del fondo
Se destacaba aquel muerto.

Avivándose las luces
Y bañó un furor intenso
El rostro color de cera
Con ojos color de cielo.

Juárez se acercó impasible
En holado capa envuelto,
Sin dar señales ninguna
De angustia y desasosiego.

Y de pie frente al cadáver
Clavó en el sus ojos negros,
Y se lo quedó mirando
Con un semblante de hierro.
Y después de haber estado
Contemplándolo en silencio
“ya lo vi, dijo en voz baja,
El vendaje aún esta seco.

Y tomando por el brazo,
Cual de costumbre a su médico,
Sin hablar de aquella escena,
Salió de allí a paso lento.

*Diputado Federal/Cronista de Badiraguato.

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