Nacional

Mi abuelo

Por domingo 20 de noviembre de 2011 Sin Comentarios

Por Alvaro Delgado*

Hace 25 años, cuando andaba yo en los 20, tuve la fortuna de tener como profesor, en la UNAM, plantel Acatlán, a Manuel Gutiérrez Oropeza, un extraordinario periodista que falleció en agosto de 2005. En una de sus sabrosas clases de reportaje retó al grupo a escribir en una cuartilla lo que se nos viniera en gana.

Ese día la clase era en el taller y teníamos un par de horas para desarrollar cualquier tema. Yo no sabía qué escribir y se me fue el tiempo mirando la hoja en blanco en la Olivetti. Hasta que apareció la imagen de mi abuelo paterno, José Isabel Delgado López.

Con rubor porque es la primera vez que publico algo tan personal, tal cual fue escrito, y abusando de la generosidad de La Voz del Norte, presento el resultado de ese maquinazo en modesto homenaje a mi abuelo, a 22 años de que ya no pude disfrutarlo más:

Fueron muchos años de andar a oscuras y con el sol a cuestas, de ingerir amaneceres y exogenar vida. Por eso se ve así: encorvado, lento, como Cristo al calvario, como mezquite en sitio desértico. Pero todavía gusta de andar sobre jaurías de chapopote y grava, sobre tierra suelta y amenazantes precipicios. Pintan su bigote copos de nieve alpina ganados a fuerza de vivir más de setenta años, hombre acostumbrado a cruzar llanuras yertas para legalizar predios de tantos y tantos hombres que le tuvieron fe inquebrantable. Hombre que se ganó esa fe aún cabalgando un jamelgo miserable y sucio, sucio noble corcel.

Y será por eso, por cabalgar celosos días y coquetas noches, que son paréntesis sus piernas, piernas de huizache envejecido, piernas de mar embravecido en noches de hembra y celo.

Un tipo muy tipo que de tanto, sólo descansa el sombrero cuando descansa su dueño. Y sólo entonces es posible verle, a través de su transparente cuero cabelludo, huérfano de pelo, las ideas. Son palabras, pero palabras con dirección: que se juntan, que se unen y hacen el amor. Cualquiera que lo mirase pensaría que es un sujeto vacío, vacío de sentires y haceres, pero se necesita ver a ese tipo sin sombrero, sin esa bendición de caballero, porque ahí radica el secreto de su vida, de su larga vida.

En ese sitio, en la cabeza, se encuentran hechos vividos mucho antes de que la piel fuera áspera y seca, mucho antes de que los dientes maternales fueran herederos por cuentas de vicio y sufrimiento…

*Periodista.

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