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Textos jesuitas, una literatura fundante del siglo XVI y XVII

Por domingo 14 de agosto de 2011 Sin Comentarios

Por Gilberto J. López Alanís*

En Sinaloa los textos jesuitas empezaron a producirse a partir de 1591, con la llegada de los sacerdotes Gonzalo de Tapia y Martín Pérez; sus cartas anuas e informes- relaciones se entrelazan con otros descriptivos del territorio y enumeración de las costumbres de los naturales, producidos por los cronistas coloniales en las iniciales empresas de descubrimiento a partir de 1530.

La Relación de Nuestra Señora de Sinaloa de 1601, escrita por el criollo zacatecano Martín Pérez; el texto sobre los acaxees del peninsular Hernando de Santaren de 1604; La Historia de los Triunfos de Nuestra Santa fe… del cordobés Andrés Pérez de Ribas, de 1645; el Apologético Defensorio y Puntual Manifiesto de 1657 elaborado por Francisco Xavier de Faria; El Arte de la Lengua Cahita de Tomás Basilio del año de 1737, estos y otros tantos textos, son de gran significación literaria e histórica, para Sinaloa. En ellos está el fermento de la literatura sinaloense, sin su tratamiento, la historia literaria de nuestra entidad aparece fragmentada.

La primera anua de 1591 atribuida a Martín Pérez, está escrita en latín, que juntamente a la de Gonzalo de Tapia de 1592 se constituyen en fuentes inaugurales de una escritura, que desde sus inicios se abocó a representar la condición humana de los naturales.

¿En qué consiste la condición literaria de estas fuentes? En primer lugar, en el uso de un lenguaje en boga en los cenáculos Vaticanos y de la Compañía de Jesús y en los círculos de la burocracia colonial de la Nueva España.

Por otra parte por su carácter narrativo; pongamos atención al siguiente texto que rescata el SJ Pedro Pérez en 1592 desde Puebla, referente a una carta que le envió el SJ Martín Pérez: “Luego que llegamos a esta villa de San Philipe y Santiago de Sinaloa, nos ocupamos algunos días confesando a los españoles, que había tiempo no lo hacían por no tener con quien”.

Aquí encontramos una forma precisa de iniciar para contar una historia; el narrador manifiesta su identidad grupal; hace un manejo del tiempo; se ubica en un lugar; manifiesta su actividad; sobre quien la ejerce y la circunstancia del grupo sujeto a su acción evangélica.

Una pregunta salta al instante: ¿Quiso el padre Martín Pérez hacer literatura al informar sobre su gestión en el norte de Sinaloa? Me parece que no, simplemente estaba informando a sus superiores. Hoy sabemos que lo literario aparece en la práctica sistemática de la escritura, y Martín Pérez cuando llegó a estas latitudes ya había obtenido los suficientes grados académicos en su gestión rectoral en los colegios jesuitas de la ciudad de México y en la Puebla de los Ángeles y algo más, había participado y sufrido los horrores de la guerra chichimeca.

Lo literario en Martín Pérez es cultura aprendida, es entrenamiento de cara a la sociedad y taller con discípulos en la escolástica de su tiempo.

La narración sigue: “Y juntamente, en este tiempo, con dos intérpretes mexicanos que hayamos comenzamos a aprender dos lenguas que, aunque no son las más universales, son de los indios más pacíficos”.

El texto discurre sin sobresaltos, sostiene una intensidad, alumbrando la circunstancia de un tiempo, su tiempo; señala lo fortuito al hallar dos intérpretes aparte de lo extraordinario de aprender dos lenguas propias de la región.

Sigo preguntando; ¿Se alcanza a percibir los fermentos de una literatura? Me parece que sí, ante su presencia se manifiestan unos seres que hablan diferente y ellos quieren saber quiénes son. Hablar en los tonos del otro es una experiencia humanista y la literatura es eso precisamente, comunicación entre humanos.

Sigo: “Y desde el primer día que entramos en sus pueblos, luego que los avisamos que habíamos de ir a ellos, nos hicieron casas de madera, cubiertas con paja y petates de cama, a su modo”.

Esta descripción es etnográfica, muestra costumbres arraigadas; para entrar a un pueblo en forma pacífica había que avisar; nos informa que los naturales sabían hacer edificaciones de madera y dormir en petates. Estamos ante la vida cotidiana, es decir, lo que se hacía constantemente. ¿Para qué sirve la literatura? Entre otras cosas, para representar en forma escrita o hablada una realidad e incluso nuestras aspiraciones sencillas o trascendentes.

Otras disquisiciones se pueden obtener al analizar estos primeros textos jesuíticos. Reafirmo que en ellos está el fermento de la literatura sinaloense; se escribieron en el sitio, describiendo al morador original y su interacción con unos operarios evangélicos que los miraron de otro modo.

Los jesuitas del siglo XVI y XVII en Sinaloa son narradores, nos cuentan historias verdaderas y por ellas nos asomamos a una ficción anclada en la actualidad.

*Director del Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa.

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