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El Rancho de los Pericos y los inicios del poblamiento hispano del sur de Mocorito

Por domingo 17 de octubre de 2010 Sin Comentarios

Por Gilberto López Castillo*

Pericos es actualmente una sindicatura del municipio de Mocorito, Sinaloa. Recientemente se ha reconocido la importancia de este asentamiento en el que a fines del siglo XIX y principios del XX sus propietarios lograron un im­portante éxito económico mediante la producción del vino de mezcal. Me interesa ahora mostrar sus antecedentes remotos, así como la evolución de la propiedad hasta su consolidación a fines de la época colonial, con la adquisición que de ella hizo don Francisco Peyro. Se trata de un periodo de la historia del antiguo Rancho de los Pericos casi desconocida.

El rancho conocido como “de los Pericos” lo encontramos desde 1729. Este se ubica al norte de la alcaldía mayor de Culiacán, cerca del límite con la provincia de Sinaloa. Era un asentamiento con una muy buena ubicación, pues se hallaba cerca del camino que comunicaba a los ranchos, misiones y pueblos de indios de las tierras altas de la jurisdicción de Cu­liacán con la villa de San Miguel y los pueblos del valle de los Tahues; además del camino que comunicaba desde México y Guadalajara a las alcaldías de Sinaloa, Ostimuri y Sonora, también llamado “camino de la costa” o “camino real a la So­nora”. Por otro lado tenía buenas oportunidades para desarro­llar actividades agropecuarias, pues contaba en sus cercanías con los pueblos de Comanito y Capirato, que le suministraban de fuerza de trabajo.

El predio de origen es el de Palo Blanco o Babaraguel, que don Tomás del Castilo y Cabanillas compró en los años previos a 1729 al mulato Joseph García, en las cercanías del pueblo de Comanito; su tamaño era de medio sitio de ganado ma­yor. Precisamente de este año data el registro que don Tomás realizó del sitio de Los Pericos y sus abrevaderos, vecino al de Palo Blanco.

Poco antes de 1751 don Tomás vendió a su hijo, don Miguel del Castillo y Cabanillas ambos predios, que se convirtieron en el centro de una propiedad que fue creciendo a lo largo del siglo. El título de merced del Rancho de los Pericos data de 1751 y fue expedido por el gobernador de Sinaloa y Sonora, don Diego Ortíz Parrilla. Amparaba dos sitios de ganado ma­yor y 18 caballerías de tierra.

Desde entonces había una actividad notable en su laboreo, pues se trabajaba en la cría de ganado equino, mular y bovino. En su infraestructura solo tenemos inicialmente las casas de los propietarios y de la gente de servicio, así como los corrales. El mayor problema del rancho era el agua, pues a pesar de que era cruzado por un arroyo de importancia, durante los meses que van de abril a junio este se secaba y sólo se podía recurrir a un par de aguajes permanentes.

Otro predio que se fue integrando al núcleo de Los Pericos fue el del puesto de Ocuto, de 28 caballerías, que era también de don Miguel del Castillo y Cabanillas y del que obtuvo título en 1772 por don Francisco Galindo y Quiñonez, oidor de la Audiencia de Nueva Galicia. Todo parece indicar que fue en ese año en el que don Francisco Pe­yro adquirió estas propiedades. El rancho de Los Pericos rondaba el medio siglo de existencia.

Nativo del reino de Aragón, en España, don Francisco había iniciado sus actividades en la provincia de Culiacán, como muchos otros peninsulares, con unos cuantos bienes: siete reses de fierro arriba, un macho y una mula. Su matrimonio con doña Josefa Pérez, vecina de la jurisdicción de Capirato le permitió duplicar la cantidad de ganado, pues recibió en dote una cantidad similar.

Estos predios que habían sido compra­dos por distintas personas y en diversos momentos fueron reunidos por don Fran­cisco Peyro en 1772, en que fundó la Hacienda de Nuestra Señora de las Angustias, que para entonces reunía el Rancho de los Pericos, Palo Blanco y Ocuto. Le siguió en 1793 por compra el rancho de San Antonio del Mezquite o Toraguaruto, de Juan Chrisóstomo de Inzunza, cuyo tamaño era de un sitio de ganado mayor y 34 caballerías de tierra, con lo que la hacienda completaba casi cinco y medio sitios de ganado mayor.

Los años siguientes a la boda de don Francisco y doña Josefa Pérez fueron de éxito económico, pues al morir ésta el caudal de ambos sumaba 24,690 pesos. La mitad de la ci­fra, que correspondía a la esposa, fue dividida en cinco par­tes, una para cada uno de sus cuatro hijos, y la otra para la construcción de la capilla de la hacienda. Uno de los hijos, don Francisco Peyro y Pérez siguió la carrera religiosa.

Posteriormente don Francisco contrajo nuevo matrimonio con doña Ascención Pérez de Mendoza, vecina de San Benito, en la subdelegación de Sinaloa. Según parece sus actividades económicas continuaron con éxito, pues al momento de su muerte casi había triplicado el caudal que tenía en el mo mento de su viudez. Tan sólo en préstamos otorgados tenía cuentas a favor por 66 mil pesos, además de varias obras pías que ascendieron a 8,540 pesos. Entre los préstamos realiza­dos destacaban los 50,000 pesos que sobre la Hacienda de La Sauceda tenía dados a don Juan Pescador y 7,000 que como préstamo forzoso concedió a la real hacienda como contribu­ción a la defensa del imperio español en pleno movimiento de independencia.

En 1816, fecha en que don Francisco se mudó a la ciudad de Durango, cerca del final de su vida (su testamento es de 1818), dividió entre los hijos del primer matrimonio y Estanislao Peyro y Pérez, del segundo, la posesión de la Hacienda de Nuestra Señora de las Angustias. Este acto se nos muestra como un sig­no de bienestar económico, pues dejó para sí sólo un poco de ganado: 20 vacas paridas, una yunta de bueyes, cuatro caballos y dos yeguas; es decir, apenas el doble del capital inicial.

La historia de este personaje nos muestra cómo todavía a fines de la época colonial, los recién llegados a la Nueva España podían hacer fortuna mediante su alianza con familias ya es­tablecidas. La dote contribuía en buena medida pues permitía contar con un capital inicial, pero el éxito de las empresas, cris­talizado en este caso en la Hacienda de Nuestra Señora de las Angustias, estaba muy influido por la actividad individual, don­de las personas y su esfuerzo representaban la posibilidad de bajar, subir o mantenerse dentro de la escala social.

*Profesor e Investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia

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