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Hidalgo, el párroco de Colima

Por domingo 18 de julio de 2010 Un comentario

Por Abelardo Ahumada*

Uno de los aspectos menos conocidos de la vida de don Miguel Hidalgo y Costilla, lo constituye en momento en que dejó de ser catedrático y rector del Colegio de San Nicolás Obispo, en Valladolid, hoy Morelia, para convertirse en un párroco más del entonces sumamente extenso obispado de Michoacán, en la remota parroquia de Colima.

Según un añejo reporte de don Miguel José Pérez Ponce de León, último alcalde mayor de Colima, fechado en Tecalitlán el 5 de febrero de 1789, desde Valladolid a Colima el Camino Real contaba con 79 leguas distribuidas en aproximadamente 20 “parajes de arrieros” y que, aún cuando en todo el actual trayecto por las partes michoacanas y en la sierra de Mazamitla no había ningún mesón, tampoco “faltaba dónde parar, y por el camino de la sierra había mucho sombrío y agua y pastos para la remuda”.

Aunque sabemos que todo este trayecto entre Valladolid y Colima era recorrido entre 8 y 10 días, dependiendo de la temporada y de la resistencia de los viajeros, ignoramos cuánto haya podido durar don Miguel Hidalgo y Costilla en verificarlo. Pero de lo que sí hay constancia documental, es que fue un día de principios marzo de 1792, poco antes de cumplir los 39 años de edad, cuando llegó a Colima para encargarse interinamente de su curato. El primero, por cierto, que se le asignó a él antes de abandonar la rectoría del viejo seminario.

Hasta esa fecha, y desde el año de 1765 que había ingresado a estudiar latín en el Colegio de San Nicolás Obispo, Hidalgo se había pasado los mejores años de su juventud y su adultez encerrado en los claustros de aquel colegio, primero como estudiante, luego como catedrático, más tarde como vicerrector y últimamente como rector.

Algunos historiadores de los que gustan dejar volar su imaginación han llegado a considerar que al padre Hidalgo le quitaron la rectoría del colegio y lo mandaron a la parroquia de Colima (la última y más lejana del obispado de Michoacán, por el oeste), porque ya estaba enseñando “ideas muy peligrosas” a sus alumnos; pero hay algunos datos que nos indican que, pese a su indudables gusto y capacidades para las tareas intelectuales, muy probablemente ya estaba harto de vivir encerrado en aquellos muros, y que por eso solicitó su traslado a una parroquia donde no sólo cambiara de aires y actividad, sino en donde pudiese incluso ganar más dinero. Y para corroborar esta idea, afortunadamente existe otro documento del 7 de febrero de ese mismo 1792, en el que de su puño y letra el cura habló de ese viaje como una promoción.

En ese documento el padre Hidalgo declara ser propietario de una capellanía fundada por “el dean de la Catedral” de Valladolid, “con dos mil pesos de capital”; pero que las fincas de donde sacaba sus rentas estaban de momento embargadas a raíz de la muerte del tesorero de la mitra, y que por estar el juicio testamentario pendiente, carecía “de los correspondientes réditos, que por ningún tiempo mejor que ahora necesito para habilitar mi viaje a la villa de Colima, a servir interinamente aquel curato, a que la piedad de su señoría ilustrísima (el Sr. Obispo) se ha dignado promoverme”.

Y no por menos otro investigador precisa que esa promoción fue muy efectiva porque “en Valladolid, ni sumando todos sus sueldos – como maestro, administrador y rector – pasó de ganar Hidalgo más de 1200 pesos anuales. (En tanto que) como cura de la próspera Colima, villa de españoles, ganaba 3 mil. ¿Cuál castigo? ¿Cuál destierro? El obispo manifestaba en esa forma su aprecio y su agradecimiento a uno de sus mejores alumnos”.

Muy al margen, sin embargo, de cuál haya sido el motivo por el que el P. Hidalgo llegó hasta Colima, el hecho es que estuvo allá desde cuando menos el día 10 de marzo hasta el 26 de noviembre de ese dicho año, porque esas son las fechas en que aparecen su primera y su última firmas en los libros de aquella parroquia.

El Profr. Felipe Sevilla del Río, historiador colimense, escribió que “el cura Hidalgo desempeñó en Colima varias comisiones por demás rutinarias dentro de su ministerio… nada, pues, extraordinario ni fuera de lo común… pero que cabía la posibilidad de que hubiere sido enviado a ese lugar por el obispo michoacano para tratar de convencer a los curas y religiosos de las cuatro parroquias de Colima (Santiago de Tecomán, San Francisco de Almoloyan e Ixtlahuacán de los Reyes eran las otras tres existentes), de que se resistieran a pasar a formar parte del obispado de Guadalajara”, para lo cual ya había una orden incluso del Papa. Pero no hay ningún dato conocido que nos ilumine al respecto.

De otros detalle de los que también estamos bastante seguros es que en ese mismo año en que el padre Hidalgo estuvo en Colima, también lo hizo un coronel español, Diego de Lasaga, quien había sido enviado por el virrey en turno para levantar un censo completo de todo aquel partido, y quien por su propia cuenta redactó una interesante descripción de la villa y los demás pueblos. Resaltando que la traza ajedrezada de la cabecera medía unas “ochocientas varas”, en el sentido norte-sur, y “como quinientas”, en el sentido este-oeste. Habiendo una población muy heterogénea en la villa que rondaba las 7643 personas, de las que 1939 eran españoles, 85 castizos, 181 mestizos y 2109 mulatos. Más un indeterminado número de indios, a los que el coronel racista no se dignó mencionar, pero que igualmente habitaban en “los arrabales de la villa” y en los “ranchos y haciendas” del ámbito parroquial.

De toda esa no tan numerosa grey se hacían cargo “un cura secular” (en ese tiempo Hidalgo) y “tres vicarios y el sacristán mayor”; auxiliados por los frailecitos del “convento de la Merced y del de San Juan de Dios”, por lo que concluía Lazaga: “no hay escasez de ministros para el pasto espiritual”. Comentando como agregado curioso que las casas de la villa, por lo regular, eran “bajas, muy húmedas y de ninguna comodidad ni aire”. Pero eso sí “con grandes corralones”. En tanto que la plaza era “cuadrada y de bastante extensión”, y muchos de los colimotes sólo trabajaban para irla pasando, sin hacer mayor otro esfuerzo, dada la amenidad de su paisaje y la “abundancia de aguas para la siembras de cacao, añil, caña, arroz, frijol, maíz y chile”.

Otro dato que no podemos dejar de mencionar, es que la mayor parte de los sacerdotes que había en las cuatro parroquias de Colima tenían alguna vinculación con el P. Hidalgo, pues, o habían sido sus compañeros como estudiantes, o sus alumnos cuando ya él era el catedrático y rector del Colegio de San Nicolás. Y que entre éstos tuvo a dos muy queridos amigos: el P. Francisco Ramírez de Oliva, señor cura entonces de Almoloyan, y el P. José Antonio Díaz, quien fungía como capellán de Colima, pero que había sido co-catedrático de Hidalgo en referido colegio, y su vicerrector también.

Y menciono esto último porque cuando se suscitó el movimiento insurgente, encabezado por aquel famoso sacerdote, varios de sus más entrañables amigos colegas colimotes simpatizaron con él y hasta se sumaron a la lucha. Reacciones, empero, que no nos llevan a nosotros a afirmar, como otros lo han hecho, que ya desde entonces el P. Hidalgo alentaba el proyecto de levantarse en armas. Porque nos consta que no fue así.

Sobre las demás actuaciones del P. Hidalgo en la parroquia de Colima, el profesor Sevilla del Río revisó muy pacientemente los libros de El Beaterio y pudo constatar un dato curioso: que mientras por un lado sólo bautizó a dos criaturitas, se dedicó a casar centenas de parejas de amancebados, apareciendo su firma en los tres libros de “informaciones matrimoniales” nada menos que “la friolera de más de 489 ocasiones”. Lo que nos revela su preocupación por hacer cumplir dicho sacramento.

Y ya en el plan de los argüendes, algo que formó parte de la comidilla de los parroquianos del señor cura Hidalgo fue el rumor de que él procuró ser trasladado a Colima para seguir a una joven señora, con quien las malas lenguas aseguraban que había tenido amores desde Valladolid, y a quien antes de retirarse de Colima para Torres Mochas, Gto., habría logrado embarazar, la señora se llamaba Antonia Pérez Sudayre, tenía sólo 18 años y era esposa del subdelegado de Colima, don Luis de Gamba (o Gamboa), quien era poco más o menos de la misma edad que el cura, y con el que tenía amistad desde que ambos eran individuos prominentes en Valladolid.

Un dato que afianzó la presunción de la gente sobre los amoríos de Hidalgo con la dama fue que cuando él se retiró de la Villa de Colima, a finales de noviembre de 1792, le donó a la señora unas pequeñas minas que había comprado él por los rumbos de Tecalitlán, de las que “ella tomó posesión en principios de 1793 por medio de su apoderado D. José María Armendáriz”. Cuando ya casi estaba por dar a luz a una niñita que andando el tiempo se habría de llamar Mariana Francisca Teodosia Paula Gamba y Sudayre, y a la que los seguidores de Hidalgo habrían de apodar como “La Fernandita”; cuando en octubre de 1810 la vieron viajar en su compañía en una carroza desde Valladolid a Guadalajara. Paternidad de la que quizás ni él mismo estuvo seguro, pero de la que se llegó a sospechar.

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