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“Pues dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”

Por domingo 9 de noviembre de 2014 Un comentario

Por Faustino López Osuna*

Modestia aparte, aunque me precio de buen versificador, yo no soy el autor de los versos que utilizo hoy como título. No llego a tanto. Son la segunda parte de una estrofa octosílaba de un poeta español anónimo, que vivió entre el año 1000 y 1300 de nuestra era, correspondientes a los siglos XI, XII y XIII de las sangrientas Cruzadas o expediciones militares organizadas por el Occidente cristiano, con objeto de reconquistar los Santos Lugares, en poder musulmán. Ese fue el pretexto de los europeos para asesinar árabes durante trescientos años.

Fueron 8 Cruzadas. La primera (1095-1099) fue predicada por el papa Urbano II en el Concilio de Clermont. Millares de hombres enardecidos por Pedro el Ermitaño, se lee en el Larousse, marcharon hacia Oriente, llegaron diezmados al Asia Menor y finalmente fueron exterminados por los sarracenos.

La segunda Cruzada (1147-1149), predicada por San Bernardo, fue capitaneada por el emperador Conrado II y Luis VII de Francia, quienes pusieron sitio inútilmente a Damasco, y tuvieron que regresar derrotados a Europa. Así siguieron por otro siglo y medio más, con los mismos fracasados resultados.

La octava y última Cruzada (1270) dirigida por Luis IX, rey de Francia, quien también había encabezado la séptima Cruzada marchando a Egipto donde, hecho prisionero, tuvo que entregar Damieta en calidad de rescate, finalmente murió atacado por la peste en el sitio de Túnez. Con la pérdida de las ciudades de Palestina y Ptolemais (1291) terminan las fanáticas Cruzadas cristianas contra los árabes en tierra árabe.

Papas, santos y reyes, desquiciados por la avaricia, mordieron el polvo de la derrota. Sin embargo, le hicieron creer a los europeos que ellos eran los buenos y los árabes asesinados, los malos. Así, ese poeta anónimo que cito, escribió la estrofa: “Llegaron los sarracenos/ y nos tupieron a palos/ pues Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos”.

Sirva lo anterior para darnos una idea de qué calidad de cristianos españoles llegaron en 1492 a este Continente, con la misma codicia, buscando oro, entrenados durante trescientos años en el asesinato de pueblos enteros (narran los cronistas que gustaban de rodear mezquitas y arrasar con todos los que, adentro, oraban a Alá o Mahoma, escurriendo la sangre inocente por las escalinatas).

Durante la conquista, 200 años después de las Cruzadas, aquí no hicieron más que lo que sabían hacer, sin compasión ni remordimiento alguno, contra los pueblos prehispánicos indefensos que oraban a sus dioses propios en sus templos. Cierto que consta que se horrorizaron de ello algunos evangelistas. Pero al final se impuso la fuerza del salvaje. Ojalá algún lector leyera “La visión de los vencidos”, de Miguel León Portilla.

En este  momento, no invoco ni pretendo remover odios ni rencores históricos, transido tan sólo por el insoportable dolor de los espantosos acontecimientos de Iguala, Guerrero. Aunque aquí no hubo relación de fanatismo religioso ni de desquiciada codicia, el resultado pareciera ser el mismo, aunque el presente crimen fue todavía más abominable, pues a los infelices estudiantes no solamente se los asesinó, sino que fueron hechos pedazos y quemados con saña jamás vista en las más sanguinarias bestias de la tierra.

Claro que sus captores, vendidos cómplices, “representando” a la autoridad, los entregaron no a un juez, sino a sus asesinos y verdugos, y éstos les hicieron lo que el mismo estado de Derecho hace con ellos: asesinarlos sin presentarlos ante autoridad competente. Terrible y lamentablemente, en ambos casos (de estudiantes inocentes y delincuentes culpables), es nulo el emblemático y civilizado Hábeas Corpus, que nació de una ley inglesa (1679) y norteamericana (1787), que comenzaba con las palabras: Derecho de todo ciudadano detenido de comparecer ante un tribunal para que éste examine la legalidad de la detención y si debe mantenerse.

Habría que recordar, por aleccionador, que aún en tiempos de Cristo, aunque se lo entregó al matadero soliviantado de la chusma, se cubrieron las formas del desacreditado debido proceso.

José Martí escribió, a finales de 1800, que el hombre sería realmente el hombre el día en que, al ser abofeteado uno sólo, enrojecieran las mejillas de todos los demás. Poetas de lucha latinoamericanos, como Pablo Neruda, en tiempos de la Guerra Civil ibérica, advirtieron: “Cuídate España, de tu propia España”. La analogía de la advertencia, a la luz de nuestra tragedia, resulta espeluznante, por decir lo menos.

Tal vez imaginando el título de la obra “Historia universal de la infamia” de Jorge Luis Borges, Enrique krausze escribió hoy: “La masacre de Ayotzinapa quedará inscrita en la historia mexicana de la infamia” (“pues Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”, aquí sí, con propiedad, agregaríamos nosotros).

*Economista y compositor.

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Un Comentario

  • Sigurd dice:

    «Sirva lo anterior para darnos una idea de qué calidad de cristianos españoles llegaron en 1492 a este Continente, con la misma codicia, buscando oro, entrenados durante trescientos años en el asesinato de pueblos enteros»

    Comprendo, tienes envidia por el nivel de civilización español y europeo de la época frente a la barbarie belicista, genocida y sacrificial de la América precolombina coetánea. Perdona mi ignorancia, pues no sé si los monos e infrahombres que vivís al otro lado del océano Atlántico tenéis costumbres morales distintas, o es que simplemente la cocaína y la militancia en cárteles y maras os ha pulverizado el cerebro, pero en Europa consideramos la envidia un vicio moral que conviene ocultar y, a ser posible, eliminar, pero jamás manifestar en un artículo de periódico. Así que más sutileza la próxima vez.

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