Nacional

Tomás Mejía, sus últimos días (1a Parte)

Por domingo 17 de agosto de 2014 Sin Comentarios

Por Andres Garrido*

Desde la navidad del año 1866, el general Tomás Mejía, había evacuado con tufo de derrota San Luis Potosí y llegó a la capital queretana cuarenta y ocho horas antes de que feneciera aquel año, por lo que fue el primer general imperialista en concentrarse en Querétaro, notoriamente quebrantado del alma ante la desgracia de su derrota frente a Escobedo y el ominoso futuro que se avizoraba, y además gravemente enfermo luego de once años de cruenta e ininterrumpida lucha caracterizada por las privaciones que al fin habían hecho mella en su magra humanidad.

Pero le faltaba aún apurar la copa de hiel hasta las heces… No se ha podido determinar con exactitud la clase de enfermedad que aquejaba al general de la Sierra Gorda –que frisaba entonces los cuarenta y siete años de edad- cuando llegó a Querétaro a fines de 1866, pero a juzgar por las diversas crónicas consultadas, sus cercanos se inclinaron a creer que padecía fiebres reumáticas y algo parecido a una anemia con gran pérdida de líquidos del organismo por diarreas constantes, que paulatinamente le iban minando el cuerpo y que en los meses siguientes se agravó cuando los juaristas cortaron el agua durante el sitio impuesto a la ciudad.

El médico Vicente Licea, siendo amigo de Mejía, se negó a atenderlo por el profundo dolor que le causó a aquél la pérdida de su hija, pero sí pudo saber que la “penosa enfermedad” que aquejaba don Tomás no lo dejaba “montar a caballo”, por lo que parece ser que se trataba de fuertes hemorroides. En todo caso, el agotamiento físico del general indígena era tan acusado que difícilmente podía ya sostenerse en el caballo, y pasó muchísimos días postrado, más que acostado, sobre el lecho de su casa ubicada en el Descanso (hoy Pasteur 47) en pleno centro citadino.  Ante la negativa de Licea para atender al general serrano, éste decidió mandarlo traer por la fuerza aunque sin violencia ni vejaciones, pero de todos modos lo tuvo encerrado en su casa del Descanso hasta que se sintió mejor el pinalense.

De los retratos que de don José Tomás de la Luz Mejía Camacho se conservan, se puede apreciar su naturaleza autóctona, su cabello negro e hirsuto, sus rudas facciones, su estatura breve, su tez sumamente oscura pero amarillenta, su severidad y modestia en el vestir –con uniformes virtualmente desprovistos de condecoraciones y con calzado sumamente gastado- y su mirada serena clavada siempre en el lente fotográfico. Era un hombre honesto a carta cabal y adicto a la causa, sumamente religioso y generoso con el enemigo. Los historiadores ubican su lugar de nacimiento en Pinal de Amoles Querétaro en 1820 -concretamente en el rancho El Toro de la actual delegación de Bucareli- (don Tomás declaró en el juicio que lo llevó al paredón que nació en Pinal de Amoles sin distinguir si se refería al municipio o a la cabecera municipal), pero otros -con vocación guanajuatense- lo quieren hacer oriundo de Tierra Blanca o de Santa Catarina Guanajuato, pero es más lógica la primera versión, sobre todo por haber residido durante su niñez en la villa de Jalpan perteneciente a Querétaro y donde –se dice en lo clandestino- aprendió el arte de la guerra de boca de un brigadier español que se ocultaba en el corazón de la Sierra Gorda para no ser juzgado militarmente por su país por haber perdido la guerra de reconquista de México.

Les voy a contar de Tomás Mejía y su relación con un tal Darío Bissarda, tomada esta versión de un poema del poeta imperialista Juan de Dios Peza denominado “Ni el oficio ni el nombre”, porque no deja de tener algo de lógica para deducir de dónde salió tanto talento de un humilde serrano para convertirse en uno de los principales militares mexicanos en las luchas contra la invasión norteamericana en 1846-1848, la guerra de Reforma en 1858-1860 y la intervención francesa en 1863-1867. Su arraigada fe en la religión católica lo llevó a militar en el partido conservador y después en el bando imperialista. Pero en lo que sí no hay duda, es que era respetado hasta por sus enemigos, con los que se portaba caballerosamente y con misericordia, aparte de ser un excelente guerrero contra el que nadie pudo en el territorio de la Sierra Gorda, bastión conservador e imperialista gracias al talento de Tomás Mejía, el cual llegaría a ser gobernador de Querétaro en dos ocasiones, siendo un verdadero ídolo para el pueblo queretano.

Ahora bien, lo que nadie se explica es ¿en dónde aprendió Tomás Mejía el arte de la guerra si no estudió en escuelas militares como Miramón o Márquez? Era muy difícil que un indígena otomite tuviera la oportunidad de trasladarse a la capital de la República y pudiera inscribirse en el Colegio Militar sin un padrinazgo, y don Tomás Mejía carecía de ello. Sin embargo, cuenta la conseja popular que algún día del año de 1829 llegó a Jalpan un hombre extraño, el cual se decía comerciante, pero por sus costumbres parecía más bien un férreo militar y por su acento denotaba ser español. Instaló en esa población de la Sierra Gorda un modesto comercio, llevando una vida totalmente retraída, pues salvo sus operaciones mercantiles, con nadie hablaba, a nadie visitaba ni era visitado por nadie más que por un jovenzuelo indígena de rasgos típicamente nativos, el cual era leal, sincero y reservado. El comerciante llegó a tener algún dinero, mas todos ignoraban qué destino daba a sus ganancias pues aquel extraño vivía más que austeramente, “diríase que a lo espartano”. Pocos sabían su nombre que era el de Darío Bissarda, conforme lo afirmaba a quienes inquirían por él cuando había modo de hacerlo, pues no daba oportunidad para conversación alguna.

Solamente había lugar para conversaciones largas con el joven indígena, e íntimas, pero nunca nadie supo del contenido de dichas pláticas. Prácticamente le había tomado afecto don Darío a aquel joven oscuro para entonces, pero éste bien pronto hizo su aparición en las armas y política nacionales, llegando a ser general y a recibir la medalla de honor de la Orden de Guadalupe, máxima presea que entregaba el cuestionado imperio mexicano. Su nombre: Tomás Mejía, quien contrajo matrimonio o se amancebó con una indígena de Tolimán llamada Agustina Castro, a la que le compró una casona frente al jardín principal de aquella población (hoy casa del profesor Carlos Ramos).

A mediados del siglo XIX, el viejo comerciante español, muy enfermo, mandó llamar al ya general Mejía a su lecho de muerte para heredarle sus bienes y revelarle una gran verdad: su nombre no era Darío Bissarda ni su profesión comerciante, sino Isidro Barradas con grado de general brigadier, quien comandaba la expedición española que en 1829 pretendió reconquistar a México partiendo de Cuba.

*Doctor en Derecho y Cronista del Estado de Querétaro.

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