Nacional

Ese bello oficio extinto de declamador

Por domingo 3 de agosto de 2014 Sin Comentarios

Por Alberto Ángel “El Cuervo”*

Todo era silencio en ese momento… La abuela se encargaba de mantener la disciplina… Era el momento, o uno de los momentos cumbre en las fiestas navideñas… La emoción en mi alma de niño era una mezcla sui generis… Como todos los años, habríamos de soltar algunas lágrimas escuchando el infaltable Brindis del Bohemio del poeta Guillermo Aguirre Fierro y magistralmente declamado por Manuel Bernal…

Comenzaba siempre escuchándose una orquesta típica interpretando el hermosísimo vals “Ojos de Juventud” de Arturo Tolentino… La tesitura, el sonido melancólico del salterio, de inmediato nos transportaba a otra época, a otro espacio, otra emoción que, sin saber por qué, arrastraba nuestras almas niñas haciéndonos suspirar por los sentires heredados, ajenos o propios… Qué más daba… Lo importante era lo que ese sonido nos hacía sentir…

“En torno de una mesa de cantina/ una noche de invierno/ regocijadamente departían/ seis alegres bohemios…/Los ecos de sus risas se escapaban/ y de aquel barrio quieto/ iban a interrumpir el imponente/ y profundo silencio…”

Para entonces, yo ya había emprendido el viaje hasta aquella cantina, los aromas, el humo, los sonidos me habían capturado… Hasta la fecha, cada vez que entro en alguna cantina no puedo evitar pensar en ese ya muy lejano Brindis del Bohemio…

La voz de Manuel Bernal, envolvía, desde luego. Y cómo no, si era un barítono magistral y distinguido alumno del celebérrimo Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de México cuya carrera dentro de la Ópera se vio trunca debido a problemas económicos… Ganador de la entonces afamadísima Beca Carusso, pudo haberse ido a estudiar a Italia por haber sido considerado como el mejor barítono de México de aquel Siglo XX que apenas iba en pos de la tercera década…

Decide entonces continuar con sus estudios de Medicina y de Leyes. Se convierte en Maestro de la Escuela Nacional Preparatoria, nombramiento que era un verdadero honor conseguir. Así al mismo tiempo que daba clase de Física y Química, consigue trabajo en la Escuela Marina Xóchitl donde imparte clases de Literatura Española y Declamación… Cabe señalar aquí, que a los doce años de edad, ingresa al Instituto Científico y Literario de Toluca donde se destaca en varias disciplinas dentro de las cuales estaría la Literatura, una de sus pasiones.

Un concurso se anuncia en el periódico El Universal. Se trataba de un concurso de Oratoria, disciplina que en la actualidad ya no es parte de la formación académica como tal. Pues en dicho concurso, participa al lado de uno de los considerados grandes oradores de nuestro país: El Licenciado Adolfo López Mateos con quien comparte el primer lugar.

“El humo de olorosos cigarrillos/ en espirales se elevaba al cielo/ simbolizando al resolverse en nada/ la vida de los sueños/ pero en todos los labios había risas/ inspiración en todos los cerebros/ y repartidas en la mesa/ copas pletóricas de ron, whiskey o ajenjo…”

Siempre motivó mi curiosidad la palabra ajenjo… Sobre todo cuando me enteré de que durante algún tiempo había sido una bebida clandestina por su toxicidad que motivara en muchos de aquellos bohemios una psicosis de la que muchos no pudieron escapar en vida… Muchos años después, cumpliría el ritual del ajenjo que realizaban los impresionistas sobre todo allá en el mítico Paris… Un vaso, con ajenjo servido a poco menos de la mitad.

Un terrón de azúcar que se ponía entre los dedos índice y anular con el dedo medio por encima y dando un golpe en la mesa quedaba dividido justo a la mitad. La mitad mencionada se ponía en una cuchara que se llenaba previamente de aquel licor de muy elevada graduación y se prendía fuego…

Iban cayendo al vaso gotas encendidas de ajenjo y azúcar lo que le daba a la bebida un matiz lechoso… Al final, esa mezcla encendida se dejaba caer mágicamente en un chorro de flama azulosa para después beberla…

Así, de la misma manera, alguna noche de bohemia en Basel, Suiza, compartiendo con mi hijo y otros compañeros, completamos el ritual sintiendo que formábamos parte de los impresionistas de aquel entonces…

Ese entonces de Tolouse, de Modigliani, de Van Gogh y muchos más… Todo lo que una palabra puede evocar… Así, cada vez que escucho la declamación de Bernal en el Brindis del Bohemio, es como si viviera al lado de ellos la sensación mágica del libar el ajenjo…

Manuel Bernal, gracias a su capacidad interpretativa como declamador, fue nombrado por la crítica como “El Declamador de América”… Y basta con escuchar sus grabaciones inolvidables de “México, Creo En Ti” o “Por Qué Me Quité Del Vicio” y muchas más, para darnos cuenta de que el título era más que merecido… Pero, desde luego, su interpretación a El Brindis del Bohemio, hizo época y jamás ha sido superada…

Para ayudarse en su matrimonio, Bernal imparte clases de declamación en su domicilio donde muchos de sus alumnos se convirtieron en destacados exponentes de teatro y poesía en ese maravilloso oficio, ahora extinto, de declamador.

“Era curioso ver aquel conjunto/ aquel grupo bohemio/ del que brotaba la palabra chusca/ la que vierte veneno/ lo mismo que melosa y delicada/ la música de un verso…”

Y es que no solamente en diciembre, en las fiestas navideñas se daba en las reuniones la participación de improvisados o certeros y preparados declamadores emocionando con su interpretación al silencioso grupo que se reunía con cualquier pretexto… En las escuelas, nos enseñaban a declamar…

Cada fiesta de fin de cursos era infaltable la participación de varios alumnos que declamaban los poemas de autores de habla Hispana… Para ello, a lo largo del año se preparaba uno bajo la dirección del Maestro de literatura… Y dicha preparación implicaba el fraseo, la emoción de los matices e inflexiones vocales acompañados de la expresión corporal adecuada para enriquecer la esencia del poema interpretado… De cada año de primaria, secundaria, preparatoria o la universidad, siempre había quien pidiera participar en festivales, concursos de oratoria y declamación…

“Sólo faltaba un brindis…/El de Arturo…/ El del bohemio puro/ de noble corazón y gran cabeza…/ De aquel que sin ambages declaraba/ que sólo ambicionaba/ robarle inspiración a la tristeza…”

Es imposible no sentir nostalgia, melancolía por aquellos años en los que la declamación era un oficio vivo considerado como parte imprescindible de las artes escénicas al igual que el teatro y la danza. La declamación se define como la interpretación de un poema buscando profundizar su mensaje con el uso armonioso de la voz y la sutileza del gesto y la mímica… Y es que en la actualidad, con el debido respeto para mis hermanos en la poesía, tal parece que se trata solamente de seguir un ritmo parecido a un rezo que en el mejor de los casos motiva el adormilamiento del auditorio…

El propio Pablo Neruda al declamar sus poemas causaba un cierto escozor por la mala interpretación… El arte de declamar es muy antiguo… En el Teatro griego se preparaba a los declamadores con gran ahínco para su adecuada interpretación… En el mundo del antiguo México ni qué decir con aquellos magistrales poetas de entonces… Grandes declamadores desfilaron en el México del siglo XX… Ricardo López Méndez, Amado Nervo, Ramón López Velarde los tres enormes poetas y grandes declamadores de sus obras…

Cómo no soñar con aprender a declamar adecuadamente cuando escuchábamos a José Antonio Cossio con su inolvidable interpretación a Mi Cristo Roto… “A mi Cristo Roto lo encontré en Sevilla/ ahí dentro del arte/ me subyuga el tema/ de Cristo en la Cruz…” O bien su sobrecogedora interpretación de Por Qué Me Quité Del Vicio con la que competía con el gran Maestro Manuel Bernal… Grandes actores se destacaron también como extraordinarios declamadores en nuestro México y en general en todo el mundo de habla hispana. Enrique Rambal, español naturalizado mexicano y mexicano por amor, según él mismo predicaba, se ganó la inmortalidad con aquella Carta a mi hijo…

Y qué decir de El Seminarista de los Ojos Negros que tantos declamadores aficionados y profesionales dijeron una y otra vez emocionando al auditorio…

Actores de la talla de Anthony Quinn, grabaron poemas como declamadores… Poco a poco, el oficio de declamador fue dejándose a un lado no obstante los grandes éxitos en los que un declamador diera a la industria discográfica (igualmente especie en extinción), grandes ganancias… Así, en los primeros años setentas del extinto siglo XX, un actor mexicano surgió a la fama con un éxito radial tal vez sin precedentes.

Arturo Benavides El Tlacoache, mi siempre recordado amigo, ocupó el primer lugar en la radio de México con su interpretación a Desiderata…”Camina placido entre el ruido y la prisa/ y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio…” No sé si es por necio o por tercamente melancólico pero pienso que el recuperar este oficio de declamador sería algo así como contribuir a la ecología del alma acercándonos a la poesía y el arte de su interpretación…

*Cantante, compositor, escritor y pedagogo.

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