Estatal

Sucedió en Guasave

Por domingo 27 de julio de 2014 Sin Comentarios

Por Faustino López Osuna*

Era el primer trienio del sexenio del gobernador Alfonso G. Calderón. La delegación regional de Infonavit con base en Culiacán, la más extensa, territorialmente, del país, comprendía Sinaloa, Baja California Sur y Durango, con conjuntos habitacionales en Guerrero Negro, La Paz, Los Mochis, Culiacán, Mazatlán, Durango y Gómez Palacio.

Cada mes, doce veces al año, sobrevolaba el Golfo de California y la Sierra Madre Occidental, para asistir a las reuniones mensuales de las comisiones estatales regionales, tripartitas, con los representantes de los trabajadores, de la iniciativa privada y del gobierno de cada entidad. Al mismo tiempo aprovechaba para firmar, en despachos de notarios públicos locales, cientos de documentos de créditos y escrituras de viviendas asignadas a trabajadores.

Con excepción de Sinaloa, cuyo representante por el gobierno ante la Comisión Consultiva Regional era el secretario de obras públicas, en los otros dos estados los propios gobernadores asistían personalmente a las reuniones de la Comisión: en Baja California Sur, Ángel César Mendoza Arámburo, amigo de la juventud del licenciado Jesús Silva Herzog Flores, director general del instituto, y, en Durango, el doctor Héctor Mayagoitia Domínguez, ex director general del Instituto Politécnico Nacional, lo que nos identificó, de manera favorable para el apoyo a los programas del Infonavit.

En nuestro estado, donde se supone que todo estaba más cerca, había que recorrer 800 kilómetros para visitar Los Mochis y Mazatlán. Aún no existía la autopista y la austeridad presupuestal no contemplaba chofer para el delegado. Uno mismo tenía que manejar durante sus traslados por carretera.

Lo único que autorizaron las autoridades de la Ciudad de México, al informarse que eran frecuentes los asaltos a la altura de La Cruz de Elota, fue la adquisición de una unidad nueva, un Dodge Dart ocho cilindros, mismo que me sacó de apuros en una ocasión en que, regresando de noche de Mazatlán, fui perseguido por un coche sospechoso, en algunos tramos a más de 150 kilómetros por hora, desde el entronque de El Quelite hasta pocos kilómetros antes de El Espinal, donde cesó la persecución.

En esos años todavía existían casetas de cobro, para pagar los puentes, decían, tanto en Culiacán como en Guasave, sobre los ríos Tamazula y Humaya, acá, y el Sinaloa, allá. La creación del conjunto habitacional “Humaya” pasando el puente en la capital del estado, hizo que se quitara la caseta vieja y se la mandó por el rumbo de El Limón de los Ramos.

Cierta vez que regresaba después del medio día de una supervisión al conjunto de Los Mochis, al llegar a la caseta de Guasave se había formado un enorme embotellamiento en el carril izquierdo, de sur a norte.

Como de norte a sur, por mi carril, estaba despejado, la circulación fluía sin ningún problema. Pero justo al terminar de pagar el peaje y disponerme a avanzar, un autobús de corridas locales, saliéndose de la fila, rebasó a todos los coches que avanzaban de sur a norte y al no tener manera de meterse en su carril por el vehículo que iba hasta el frente, se siguió sobre mi carril, deteniéndose enfrente de mi vehículo, cerrándome el paso, manoteando ante su volante exigiéndome que retrocediera para pasar él la caseta, en sentido contrario.

Como yo permanecía en circulación correcta, no retrocedí, cosa que le correspondía y obligaba hacerlo a él. Entonces, enfurecido, atrancó su autobús, sacó de debajo del volante una varilla de fierro y con ella en mano bajó avanzando decidido contra mí. Como al que atendía la caseta no le importaba la situación provocada por el sujeto fuera de control, recordé que siempre estaba custodiando el sitio un soldado del Ejército Nacional y saliendo de mi coche instantáneamente, parado con la puerta a medio abrir, le grité enérgicamente: ¡Soldado…

Soy funcionario federal y demando tu protección ante este atropello! Más tardé en pronunciar eso, que el joven militar en avanzar, no menos decidido, con el arma apuntando al frente, ordenándole al infractor: “¡Retroceda!”, obligándolo a alinearse en su fila, dando indicaciones a los otros choferes para que facilitaran la maniobra.

No había dónde estacionarme como para haber ido a agradecerle personalmente al soldado su valioso apoyo institucional. Muy tarde lo hago ahora, con toda la pena del mundo por ni siquiera haber podido preguntarle su nombre.

Tal hecho sucedió entre 1975 y 1978, hace aproximadamente 36 o 39 años. Ojalá haya permanecido en activo y haya alcanzado su meritoria jubilación. Estoy seguro que siempre sirvió a los demás en el cumplimiento de su deber.

Como lo señalo en el encabezado, el hecho sucedió en Guasave.

*Economista y compositor

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