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RAMÓN “PERDIDO”

Por domingo 15 de noviembre de 2020 Sin Comentarios

TEODOSO NAVIDAD SALAZAR

Ramón nació en Los Mezcales, municipio de Mocorito en 1917, justo el año de la promulgación de la Constitución Política. Ocho años antes había muerto el gobernador de Sinaloa Francisco Cañedo. El estado y gran parte del país estaban convulsionados. Mucha gente de la región de Mocorito, Badiraguato, Angostura, participó en el movimiento revolucionario.A Los Mezcales en voz de los arrieros que pasaban ofreciendo sus mercancías, llegaban con retraso noticias sobre enfrentamientos entre fuerzas rebeldes.Era un ambiente de inseguridad sin embargo la vida continuaba en las poblaciones.

Los más viejos de esos lugares contaban que grupos de “alzados” pasaban por los ranchos llevándose lo que podían. Algunos cabecillas de esos grupos eran crueles, por cualquier pretexto colgaban un “cristiano”, sin hacerles ningún juicio. Ramón Rocha creció en ese contexto del México rural de injusticas y de carencias.

Fue alegre, dicharachero y servicial; desde niño se volvió adicto a los juegos de azar. Cuando tenía dinero apostaba su suerte a la baraja o a las patas de un caballo; nunca dejó de pagar una deuda de juego. Desde su más tierna infancia supo de las duras tareas cultivando la tierra. Su padre murió cuando ellos eran niños; la madre tuvo que formar la familia a como Dios le dio a entender. Tuvo cinco hermanos: cuatro mujeres y un varón. Ellas se hicieron cargo de las labores domésticas; él y su hermano en lo pesado: cultivo de la tierra, cosecha y mantenimiento de pocos animales domésticos y siempre que había oportunidad los dos se alquilaban como peones. Era difícil la vida para la gente pobre.

Ganó y perdió muchas veces. Jugó y apostó dinero y alguna vez la cosecha de la temporada. Había cumplido los dieciséis años y era un jovencito bien parecido. En cierta ocasión, domingo por cierto, después de vender dos canastas de pan que su madre hacía para ayudar el gasto familiar, pasó por donde se jugaba una partida de cartas y se acercó; primero como “mirón”, después cuando alguien se retiró pidió ocupar su lugar y lo aceptaron. Dejó de lado las canastas, se acomodó lo mejor que pudo a dos nalgas en el piso de tierra bajo la sombra de aquella vieja y frondosa higuera. Juegos terminaban y otros empezaban; la suerte le sonreía. Mientras barajeaban las cartas para un nuevo juego, sacaba sus cuentas. Las apuestas se multiplicaban cada vez, y la suerte siguió de su lado. El tiempo transcurrió y no supo, o no pudo parar a tiempo y retirarse. Así como ganó empezó a ver que las monedas plateadas y una que otra “alazana” se iban de sus manos sin poder revertir la mala racha. Llegó el punto en que perdió lo ganado y el producto de la venta de pan.

Ramón sacudió el paliacate rojo antes repleto. Sin una moneda en sus bolsillos se levantó y se retiró del círculo de jugadores que cada domingo se daban cita bajo aquella legendaria higuera cercana al arroyo que cruzaba el caserío, lugar acostumbrado de reunión desde siempre.

Se despidió. Los cerros cercanos ocultaron el sol. Era otoño, cuando tardes y mañanas son más frescas y oscurece temprano. Sin darse cuenta dejó atrás el caserío y avanzó por el polvoso camino de herradura. ¿Qué rumbo tomó?¿Qué pensamientos pasaron por la mente de Ramón? Únicamente él lo supo. Caminó cabizbajo. Se detuvo en una milpa, deseando que nadie se percatara de su presencia. Entre los surcos del maíz abandonó las canastas; arregló unas correas de sus huaraches y se acomodó el sombrero de palma. Apretó el paso. Buscó entre sus bolsillos y encontró el pañuelo rojo donde aun podía oler el aroma de las monedas que minutos antes perdió. Extendió el paliacate y lo ató a su cuello; desdobló las mangas de la camisa de mezclilla, que ese domingo estrenó y se abrochó los puños. Un aire frío se dejó sentir en el vallecito de aquella vieja ranchería por donde mucho tiempo pasó el camino rumbo a Mocorito. Cruzó sin mojarse los pies, el arroyo que aun mantenía un hilo de agua.

Mientras apretaba el paso, resonaban en su cabeza las palabras de su madre que con buenas razones le hacía ver que en los juegos de azar no hay futuro. “Las apuestas hijo, son cosa del diablo”. “Es más seguro trabajar y disfrutar lo que ganas con tanto esfuerzo, retírate de eso”. Se lo repetía cada vez que sabía había apostado. Recordaba también promesas y juramentos de no volver a jugar, pero volvía a las andadas. Ramón se perdió en la oscuridad de aquella noche a fines de noviembre 1933. Nadie supo nada de él, después de que perdió en el juego de la tarde. Su madre habló con el comisario esa misma noche cuando Ramón no llegó a casa. Todo mundo al oscurecer estaba en casa y no era normal su ausencia; las familias cenaban temprano a la luz de cachimbas o de quinqués de petróleo y dormían temprano, ya que temprana la mañana se ponían en pie para tomar café, comer algo y emprender la jornada en las milpas, la ordeña y pastoreo del ganado.

Amaneció y la novedad llegó a todos los vecinos. Qué habrá ocurrido se preguntaban. Los hombres participaron en la búsqueda por milpas y veredas, rancherías y caseríos cercanos. El comisario, el hermano de Ramón y su madre hicieron el viaje a caballo hasta Mocorito para avisar a la autoridad municipal la desaparición. Pasaron los días con las indagatorias. Se enviaron avisos a otros ranchos esperanzados de que estuviera alojado con algún pariente. Lo exhortaron a Culiacán, Guasave, Angostura y otros lugares. Todo inútil. Ramón desapareció sin dejar huella. De él solo quedaron las canastas que encontró el dueño de la milpa y que entregó a la madre de Ramón. Desde entonces todo mundo se refirió a él, como Ramón El Perdido: después “Ramón perdido”.

Cuanto arriero o vendedor cruzaba por Los Mezcales, se le preguntaba si lo habían visto por algún lugar; la respuesta siempre fue negativa. El párroco de Mocorito aconsejó a la familia organizaran un novenario para rogar por el eterno descanso del alma de Ramón Perdido. Así se hizo; y así pasaron los años. Su madre y hermanos lloraron su ausencia y se resignaron dándolo, como todo mundo, por muerto.

“El Perdido”

Una tarde de tantas, a finales de diciembre de 1943, por el camino que cruza el rancho, los vecinos observaron con curiosidad y morbo el paso seguro de un joven apuesto. Cargaba un veliz de buen tamaño color negro en la mano derecha y uno más chico color café en la izquierda. Vestía ropa de mezclilla y chamarra, botas y texana. La insistencia de los perros con sus ladridos hizo que algunas caras asomaran por entre los cercos de brasil y cardón buscando el motivo de la inquietud de los perros que por momentos no dejaban caminar al desconocido. En una casa donde se jugaba lotería,uno los jugadores preguntó-¿Quién será ese tú? Obteniendo por respuesta – quién sabe tú.

El sol se había ocultado en los cerros cercanos al rancho y el frío “apretó”.Algunos vecinos disfrutaban el café de la tarde en las cocinas, mientras platicaban. Por fin el desconocido se detuvo en una casa. Dejó los velices en el suelo y recorrió los maderos de la puerta de la calle, tomó de nuevo los velices y caminó la distancia entre la calle y la vieja casa techada de palma, paredes de adobe enjarrado y blanqueado. Saludó. Una muchacha que atizaba la lumbre en la cocina sin paredes, contestó el saludo del forastero que no se detuvo hasta llegar casi a un metro de distancia de la chamaca y dejando los velices en el suelo. Preguntó: No me conoces? No- contestó la muchacha, entre asombrada y temerosa. -Soy tu hermano Ramón, dijo el recién llegado.

¡Qué! –respondió al tiempo que corría al patio trasero donde estaban su madre y sus hermanos dando de comer a los animales en el corral.

¡Mamá!- gritó la muchacha- ¡Mamá, mamá, mamá!¿Qué tienes Sabina, qué te pasa?

Todos miraron desconcertados al desconocido que venía detrás de la muchacha. El recién llegado se detuvo y casi ahogado en llanto exclamó.

-Mamá, ¡soy Ramón!

La madre lanzó un gritó – No puede ser, Dios mío. ¡Qué es esto!Di por favor sí eres un fantasma.Otra de las hermanas gritó – eres de este mundo o eres un ánima en pena. Otra hermana se desvaneció y el hermano que salía del corral en ese momento la detuvo de un brazo para que no cayera al suelo. Otra hermana gritó -por favor, “dinos si eres una aparición”, si eres o no de este mundo. No puede ser, No puede ser- gritaban todos.

Fue una escena lastimosa, triste y alegre. Todos lloraban. A los gritos de la familia llegaron algunos vecinos sin saber qué pasaba. A medida que Ramón empezó a platicarles qué había sucedido desde aquella tarde en que se fue, la familia se fue tranquilizando. Todos lo abrazaron con alegría otros lo veían de pies a cabeza con aire de incredulidad. Mucho había cambiado su físico durante aquellos diez largos años en que su madre y sus hermanos sufrieron su ausencia.Esa noche familia y vecinos se desvelaron escuchando la aventura de “Ramón Perdido”.

Entre muchas cosas, Ramón les comentó que decidió irse porque ya había hecho sufrir mucho a la familia con su vicio del juego. Que la tarde en que se fue de Los Mezcales caminó toda la noche y que en cuanto pudo tomó el tren de carga en Guamúchil rumbo al norte. Comentó que después de muchos apuros; luego de pasar hambres y frió llegó al Valle de Mexicali, donde se empleó en las piscas de algodón en los nacientes campos dedicados a ese cultivo. Qué vagó por Mexicali y San Luis Río Colorado donde se empleó en otros muchos oficios con la idea de volver algún día a su tierra. Entre sollozos dijo a su madre y a sus hermanos que nunca los había olvidado y que volvía para quedarse con ellos y se dedicaría al comercio; que había hecho ahorros y que se había retirado para siempre del vicio del juego. Y así fue.

Comentario final

Conocí a don Ramón a inicio de los ochenta; era un hombre ya muy entrado en años. Tuvimos siempre relación de amistad y respeto y surgió entre ambos una identificación plena hasta su muerte. Dedicado al comercio mantuvo su abarrote en Mocorito, hasta sus últimos días, tal y como se lo había prometido a su madre y así mismo. El y su esposa formaron a sus hijos en la cultura del trabajo honrado. Cuando nació mi primera hija hicimos el viaje a la antigua Villa de Mocorito, para presentarle a él y a doña Rosario a su nueva bisnieta. El camión de Abel nos llevó desde Culiacán por diferentes rancherías hasta llegar, ya caída la tarde, a la antigua Misión de Mocorito. Fuimos bien recibidos por aquel par de buenos viejos.

El día que don Ramón falleció, estuve en su funeral. Fue velado como lo que fue: un gran señor. Al caer la tarde lo acompañé hasta el panteón Reforma, en Mocorito. Con su partida se cerró una página en mi vida y quedé con los mejores recuerdos de tantas horas de plática y vivencias compartidas.

La Promesa, Eldorado, Sinaloa, noviembre de 2020.
Sugerencias y comentario a teodosonavidad@hotmail.com

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