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LA NOBLE VILLA DE CULIACÁN

Por martes 30 de junio de 2020 Sin Comentarios

SERGIO UZÁRRAGA ACOSTA

Al llegar el siglo XIX en la villa de Culiacán era notable un cambio de mentalidad. El 22 de enero de 1800 el obispo fray Francisco de Jesús Rousset reconoció que en esta población y sus alrededores las limosnas voluntarias de los fieles, que eran una fuente de ingresos muy importante para la iglesia, iban disminuyendo. En este año en que el subdelegado de la villa de Culiacán era el señor Juan de Estrada, muchos de los fieles se estaban saliendo del carril religioso, y ahora había una actitud diferente de los habitantes hacia ciertas castas, que por la cantidad de sus integrantes eran parte importante en la población. Eran más tomadas en cuenta, y debido a eso el primero de octubre de 1801 se pudo sepultar con ataúd, capa y misa de cuerpo presente al mulato Pedro Cabanillas, y de esta manera en la villa de Culiacán se estaban manifestando cambios en la forma de ser y de pensar en sus habitantes. Se notaba en los pobladores una actitud menos racista, y esto permitía que abiertamente se incluyera a más personas en actos rituales católicos.

Había en la villa de Culiacán algunos habitantes que trabajaban en equipo para lograr mejoras en la población, y en abril de 1803 se hizo una colecta para arreglar el techo de la capilla de Nuestra Señora de los Milagros. En esta colecta se recaudaron 93 pesos, y esto se produjo por colaboración de varios habitantes pertenecientes a familias distinguidas. Esta actividad la organizaron varias señoras y señoritas, y entre las que cooperaron estuvieron Dolores Barrera, Loreto Donis, Teresa Avellanar, Isabel Avellanar, María Antonia de la Vega, Ignacia Avilés, María Teresa Rojo, Gertrudis Fuentes, María Gertrudis Banderas, María Francisca Banderas, Guadalupe Gaxiola, Ignacia Castaños y Josefa Posadas. Se juntaron también 180 pesos de unas hebillas de oro que donó Manuel Avellanar y 150 pesos que tomó de la virgen José María Banderas. El obispo, por su parte, dio 15 pesos, y la colecta, en total, ascendió a 438 pesos.

Los habitantes de la villa de Culiacán en los primeros años del nuevo siglo tenían mucho ánimo para embellecer espacios públicos. Había una clase social, la privilegiada, que preocupada por los cambios le interesaba conservar viejas costumbres. Como según algunos la nobleza la poseía quien no tuviera sangre “contaminada” de gente considerada inferior, un grupo de familias, a quienes les interesaba distinguirse de la clase baja, estaba gestionando para que el rey concediera rango de “noble villa” a esta población. Deseaban seguir comprobando pureza de sangre a como lo hacían en años anteriores, y el 20 de enero de 1804 el rey, como requisito para concederles su petición, les pidió que elaboraran una lista de familias “principales.” Resultaron 98 cabezas de familia “de conocido y distinguido nacimiento sin la más leve mácula en sus linajes,” pero como hubo quien dijo que no era lo mismo la clase de los nobles y la de “españoles limpios de toda mala raza,” de las 98 sólo quedaron enlistadas 42 familias distinguidas. Entre quienes estuvieron enlistados había algunos que aparentaban pertenecer a las familias principales y declaraban ser españoles sin serlo. La nobleza que presumían era aparente, y mentían porque decir que lo eran les aseguraba poseer privilegios. Como tenían conductas reprobables, les preocupaba el escándalo y el qué dirán, y a toda costa deseaban probar su pureza de sangre. Era una preocupación central de la clase económicamente poderosa, y se cuidaba de convivir con gente de “mala raza.”

En 1804 se elaboró un plano, en el cual se ve que la villa de Culiacán era chica en la parte en donde estaban las casas construidas con materiales durables; es decir, las casas coloniales, pero dicho plano también expresa, con puntos en la periferia, que en la villa había muchas chozas. Es probable que en esas casas de materiales perecederos habitaran indígenas y afromexicanos que servían a la clase económicamente poderosa, o simplemente gente humilde que trabajaba en las haciendas. El caso es que la villa de Culiacán era grande, su población era variada, y no faltaban quienes, con sus prácticas culturalmente distintas a las de la clase en el poder, violaran las normas. En 1805 el representante de la santa inquisición, con nombramiento de comisario, era el señor José Barrios, y aunque reprimía con fuertes castigos a los herejes, había de parte de muchos habitantes un desacato a las normas debido a aires de libertad que habían llegado. La religiosidad estaba en crisis, y Francisco de Jesús Rousset, que seguía siendo el obispo, en este tiempo se esforzaba por recuperar el control espiritual de los habitantes. Ofrecía días de indulgencia a quienes rogaran por terminar con la herejía, y de esta manera trataba de recuperar a los descarriados que habían perdido la fe y confianza en la autoridad eclesiástica.

En 1808 la villa de Culiacán contaba con 13,800 habitantes. Tenía pocas obras arquitectónicas duraderas, y buena parte de sus pobladores vivían en sus alrededores en pequeñas chozas. Vivían momentos de divisiones ideológicas, y estas se acrecentaron cuando llegó la noticia de la invasiónde Francia a España. Los agentes del orden ya no eran tanto los miembros de la autoridad religiosa, sus órdenes ya no se cumplían al pie de la letra, y los civiles aspiraban a decidir en asuntos que en otro tiempo sólo correspondían al obispo o al cura con mayores facultades. Debido a eso en 1809 el obispo Francisco de Jesús Rousset fue denunciado por Manuel Antonio del Castillo y Riva por haber casado a su hija con Manuel de Iturríos sin su consentimiento, y problemas como este desacreditaban al religioso. Aunque en este año estaba llevando a cabo misas en honor de Fernando VII, de España, para que fuera restituido al trono y así quedar bien con la autoridad, de manera oculta había pobladores que no estaban de acuerdo con su proceder.

A pesar de los problemas que había, en la villa de Culiacán sobresalía un movimiento social y comercial. Uno de los comerciantes distinguidos era el señor José de Urrea, que vendía productos como telas, pañuelos, mantas, cordobanes chicos, listones, hilos, medias de Barcelona y peines de China. El comercio le daba a la villa un aspecto agradable, y todo parecía que esta población estaba en paz. Era la más antigua y desde donde emanaba todo aspecto administrativo de otros asentamientos humanos, y tenía que estar mucho mejor que las demás poblaciones. Los habitantes se las ingeniaban para proveerla de todo lo necesario para que ofreciera mejores servicios, y haciendo esos esfuerzos los sorprendió el año de 1810 trayéndoles consigo una intranquilidad que los agobió.

a enterados de los sucesos independentistas encabezados por don Miguel Hidalgo, el 3 de noviembre de 1810 el bachiller José Joaquín Calvo, vicario de la villa, exhortó a “qe no se rompan unos vínculos tan preciosos qe se preserven del contagio de la escandalosa sedición que tanto cuerpo ha tomado en esta Nueva España.” De lo contrario, decía, iba a proceder a las penas correspondientes. Como había amenazas de parte de la autoridad religiosa, en este tiempo en la villa de Culiacán se reunían secretamente algunos conspiradores y agitadores. Había espías que servían al gobierno español, pero también había grupos de rebeldes cuyas ideas flotaban en la clandestinidad. Algunos deseaban apoyar el movimiento iniciado por don Miguel Hidalgo, pero era difícil porque temían ser denunciados por los espías. Como el 18 de diciembre de 1810 entraron al mineral de El Rosario las tropas insurgentes al mando de José María González Hermosillo, en la villa de Culiacán se estaban previniendo para, en caso de que entraran “los revoltosos,” defenderse.

BIBLIOGRAFÍA

Humboldt, Alejandro De: Tablas geográfico políticas del
reino de Nueva España, introducción, transcripción y
notas de José G. Moreno de Alba, México D. F., Universidad
Nacional Autónoma de México, 1993.

López González,Azalia: Las mujeres en Sinaloa durante la
independencia (1810-1821), Culiacán, Sinaloa, México, El
Colegio de Sinaloa, 2010.

Ruiz Martínez, Esteban: La villa de Culiacán en el siglo
XVIII: demografía, economía y sociedad, Culiacán,
Sinaloa, México, Instituto La Crónica de Culiacán, 2006.

Maestro en Historia del Arte en la UNAM

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