Nacional

LA PASIÓN

Por lunes 15 de abril de 2019 Sin Comentarios

VERONICA HERNANDEZ JACOBO

* Imagen: asiesmexico.mx

Semana Santa, fecha esperada por los cristianos donde se conjuga la creencia con una fascinación sádica por repetir de manera reiterada la muerte de Jesucristo, esto se ubica desde el psicoanálisis como iteración de goce, mismo que pone en escena el sacrificio de este personaje que según la tradición oral, da su vida para salvar al otro, de ahí que instale un contrato masoquista como carta fuerte de salvación para lo humano según estas creencias.

El asesinato con mucho olor a sangre no es necesariamente la figura más benevolente para evangelizar, pero sí para instalar la culpa que permite sugestionar al feligrés, sometiendo su cuerpo y alma al capricho de las religiones, y generando un almicidio en el nombre de la ley divina, todo esto con el fin de gratificar a los Dioses, tres en uno, como la marca comercial de un aceite.

El Vía crucis de Jesucristo cargando una cruz por diferentes estacioneses del orden de lo grotesco porque él acepta ser ese cordero presto al sacrificio, de ahí que se permita la autoflagelación, por que él es depositario de una promesa deliranteser el salvador del mundo dar su sangre por nosotros, ubicandolo como masoquismo voluntario, descarnarse para sellar el pacto donde gustosamente instala su sacrificio como muestra de amor.

Cuando Jesucristo presta su cuerpo para el sacrificio lleva en la inmolación pública la producción de un reverso, una metáfora del esquema óptico lacaniano de la figura invertida, donde al verlo nos vemos constreñidos a su pasión y quedamos atrapados en la posición de verdugos de su muerte, por lo tanto la consecuencia debe ser la expiación de nuestra culpa confesando nuestro crimen, redimirnos siempre y cuando aceptemos y profesemos su fe, esa es la deuda que tenemos que pagar si seguimos la procesión de las doce estaciones con el llanto en los ojos por la mea culpa, que al caminar nos transfiere su pedacito de daissen culpigeno, somos asesinos hasta no confesar nuestra culpa pero con la condición que ahí no hay inocentes “todos culpables”, y si no se redimen… al infierno.

Por lo tanto, seguir en la procesión es hacernos acreedores de cierta situación punitiva y de la culpa nadie escapa, la procesión de esta pasión implica una regulación por el espectáculo que para nada se diferencia de el circo romano, donde los primeros cristianos devorados por leones nos transmitieron el martirio como un acto de fe, pero ahora un hombre se desangra en su recorrido, haciendo más fuerte nuestra deuda y el espectáculo da vida al hommo cinemus, es decir se despliega una histeria colectiva encumbrando a Cristo hasta el cielo, pasando de ser un padre a super padrote que regentea la mea culpa para construirnos en pequeños corderitos fieles y discretos.

En los latigazos que le dan a Jesucristo hay un performans de cómo hacer sufrir a un sujeto por sus ideales, cada latigazo en la piel nos abrocha vampiristicamente al salpicarnos de sangre y convertirnos en nuestro caminar lento en una legión de muertos vivos que estamos esperando ser arrebatados para subir con alas volando al cielo, un símil de vampiro alado, si eso no es suficiente, la liturgia nos espera con el ayuno para expiar y debilitar el cuerpo para que desees menos y te coloque de verdugo a víctima, ya que más tarde te darán las palmas como coronación de ese compromiso de sometimiento a la culpa, que luego hay que confesarla para ser perdonados, ya que con aceptar la culpa se te sanciona sin ser redimido completamente, tienes que entregar tu cuerpo y tu alma a la iglesia para que ella regentee tu salvación.

*Imagen: ororadio.com.mx

Antes que nada para salvarte tienes que estar confesando tu culpa para que de esta manera se te asigne la penitencia, de lo contrario la penitenciaría que es el infierno, te espera. Esta pasión de cristo encarna un costo que es el principio de la pérdida de todas las libertades que el sujeto podría haber conquistado.

* Doctora en Educación

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