Nacional

VIDA DESPUÉS DE LA VIDA

Por miércoles 31 de octubre de 2018 Un comentario

ALBERTO ÁNGEL «EL CUERVO»

Sin poder evitarlo, las lágrimas brotaban incesantes… No sabía explicar bien a bien la razón, pero la sentía como una historia propia… No era más que una película estupendamente lograda, sin embargo la sentía en carne propia como si la hubieran escrito basada en su historia… En su historia vivida en alguna de sus vidas… “La vida después de la vida”… Era algo que siempre le había apasionado… A decir verdad, esa frase la había hecho propia, pero después de escucharla, de leerla, de repetirla mil veces proveniente de alguien que se hacía presente en su camino…
Y ahora, mirando por enésima vez “Pide al Tiempo que Vuelva”, definitivamente se convencía más cada vez de que la muerte no era más que un paso hacia otras dimensiones en donde la sensación corpórea era sustituída por algo excelso, una especie de integración al universo en donde te fundías con todos los amores… Como Psicólogo, supuesto científico de la conducta humana, entendía de qué se trataba la identificación con el héroe de la historia…
De hecho, una de las primeras pruebas psicométricas que le habían enseñado en la UAM, hablaba de ello, de lo fuerte que puede resultar ser esa identificación con la figura heróica y que puede incluso llevar al sujeto en estudio, a un nivel patológico… Lo que en broma se narra en muchos de los chistes, es basado en la experiencia real… Así, el que un enfermo diga que es Hitler, o el Mesías, o cualquier personaje de la historia con quien se de la identificación, va más allá de la broma narrada… Sucede en la realidad… Recordó en ese momento cuando realizó su primera entrevista a un interno de aquel Psiquiátrico… Había comenzado muy en su papel, alerta contra todo lo advertido por los maestros en torno a la capacidad de manipulación que los “locos” tienen… La bata blanca bien puesta, yo soy el médico y tú el enfermo… Pero sin darse cuenta, ya había caído en el juego psicótico… Cobra conciencia de ello cuando el sujeto estudiado, entrevistado, el interno, el loquito, le dice con toda “lucidez” que los doctores no lo saben pero que él es Juan Diego… Que a él se le apareció la Virgen de Guadalupe y que regresó de la muerte… “La Vida después de la Vida”… Lo había escuchado y leído mil veces, hasta que la frase se convirtió en propia… Por eso al estar mirando por enésima vez “Pide al Tiempo Que Vuelva”, se convertía en el héroe de la película y juraba una y otra vez que era su historia, su propia historia que alguien había llevado al cine…
Era una idea delirante, se decía intentando que el científico convenciera al romántico de que no era más que una exacerbada neurosis lo que provocaba aquella sensación… Pero al mismo tiempo, estaba absolutamente seguro que era una emoción que brotaba de una vida anterior… Una vida antes de la vida… Una vida después de la vida… El orden no importa, lo importante es que el morir es vivir de nueva cuenta… El morir, es exactamente lo que plantean en su cosmogonía los antiguos mexicanos, el convertirse en parte del dueño del cerca y del junto…
El reencontrarse con todo lo ido… Ya se había enfrentado a la muerte de varias maneras, tal vez por eso estaba tan convencido de que existe la vida después de la vida… Estaba absolutamente convencido que en vidas anteriores había vivido la misma historia que aquellos jóvenes amantes que narra esa bellísima leyenda de la flor que se pone en las ofrendas de día de muertos, el Cempazúchitl… Exactamente la misma historia… No era capaz de recordar el nombre de ella, ni el nombre que en aquella vida tuvo él mismo, pero la convicción de que así fue, era inamovible… Por eso, cuando leía o recordaba la narración milenaria acerca de cómo surgió la flor de Cempazúchitl, al igual que en “Pide al Tiempo que Vuelva”, no podía evitar las lágrimas…
Xochitl y Hutizilín… Una bellísima historia transmitida a través de muchas generaciones desde tiempos inmemoriales como parte de la cultura que nos legaron los antiguos mexicanos… Huitzilín, joven guerrero educado en el Calmecac, el prestigiado colegio del antiguo México en donde solamente los más privilegiados ganaban el derecho a estudiar… Xóchitl, por su parte, era una bella joven que había introyectado toda la ideología y preparación adecuada según las reglas, primero abrevando y aprendiendo de su madre y posteriormente acudiendo a instituciones como el Tepochcalli, en donde recibían instrucción junto con los varones aunque en recintos y disciplinas distintos.
Los varones eran preparados para conocer su historia, su cultura, su religión y las artes de la guerra en el Calmecac. Las mujeres se preparaban en todo lo que tuviera que ver con la labor doméstica tal como la confección de ropajes, conocimiento nutricional para la adecuada alimentación de la familia, conocimientos acerca de la conducta humana para educar a los críos etc. Desde niños, Xóchitl y Huitzilín convivieron y aprendieron a amarse plenamente… Todos los días, acostumbraban llevar ofrendas florales a la Montaña donde se veneraba a Tonatiuh, el Dios del sol, para agradecerle el milagro de la vida… Sin embargo, muy pronto, Mictlantecuhtli, aparecería en su camino… Llegó la guerra y Huitzilín, según lo marcaba su obligación, fue a defender su territorio, su pueblo, su historia… Xóchitl, orando por que su amado fuera protegido por los dioses, quedó en la angustiosa espera…
Al fin, llegaron las malas noticias: Huitzilín había muerto en el campo de batalla. Xóchitl quedó devastada… En su inmenso dolor, acudió de nueva cuenta a la montaña donde imploró a Tonatiuh que la reuniera con su amado Huitzilín… Tonatiuh entonces, se apiadó del dolor que la joven manifestaba en su llanto… El Dios sol, entonces, envió sus rayos a la joven… Al tocar los pies de Xóchitl, se fue transformando en una bellísima flor de color amarillo intenso como el color del sol… Fue donde surgió Cempazúchitl o Cempaxóchitl… Un hermoso colibrí, entonces, llegó hasta la flor buscando libar sus mieles… La flor abrió sus veinte pétalos para permitir que el colibrí, Huitzilihuitl, bebiera de ella… Así, los dioses dispusieron que mientras existiera el colibrí y la flor de cempazúchitl, el amor florecería manteniéndose eternamente, trascendiendo la vida y la muerte… Por eso, la flor de cempazúchitl no puede faltar en las ofrendas del día de muertos, porque es una manera de hacer saber que el amor por nuestros seres queridos que trascendieron a otras dimensiones de la vida, se mantendrá siempre, siempre…
La vida después de la vida… Estaba absolutamente seguro que un día ella llegaría a su vida para poder vivir a plenitud ese amor que de alguna manera había quedado trunco en las vidas anteriores… Por eso la esperaba, la buscaba… Cada mujer que pasaba a su lado, cada voz que de alguna mujercita brotaba, era recibida con la esperanza de que al fin había llegado a su camino aquel ser a quien esperaba desde siempre, al amor de todas sus vidas… Muchas veces se había equivocado… Muchas veces había llorado al darse cuenta de que no era ella… Había llegado la edad de la ciática, de las rodillas apolilladas y la cintura adolorida y estática… La edad en la que los sueños se van rompiendo y van siendo colgados en los percheros del olvido o el abandono… Quizá había llegado el momento de aceptar que no iba a llegar… Aceptar que quizá todo era una fantasía…
Que no era más que la esperanza de encontrar el amor verdadero y darse cuenta que eso era una Utopía… Quizá todo era solamente el intento de mantener la ilusión de que, efectivamente, existe vida después de la vida y que si ella no llegaba en esta, seguramente lo haría en la siguiente existencia… O la otra… Por todo ello seguían brotando incontenibles sus lágrimas al ver “Pide al Tiempo Que Vuelva”…
Quizá hubiera sido mejor el irse al otro plano, a la otra dimensión en edades tempranas para llegar al chichihuacauco, el paraíso de los bebes donde se encontraba el árbol amamantador para permanecer eternamente así en ese sueño que solamente los bebés en su primera etapa de la vida saben sentir… Quizá haber ido a la guerra y morir ahí para encontrarse en Tlalocan con su amada… Quizá… Quizá aceptar que depués de la vida no hay nada… Nada… Si terminaba por aceptar que la muerte es solamente la ausencia de todo, de todo pensamiento, de toda conciencia, de toda percepción sensorial y extrasensorial… Que la muerte es únicamente el terminar de la existencia como tal… Quizá si llegaba a aceptar todo ello aprendería a “vivir para el buen morir” como predicaban los antiguos mexicanos…
Enjugó su llanto… Sonrió entre un gesto de amargura que brotó desde lo más profundo de su frustración… Apagó el aparato y se quedó un buen rato mirando el brillo casi imperceptible que permanecía en la pantalla apagada… Rayos catódicos, le había dicho alguien alguna vez… Pero no, rayos catódicos eran en aquellos televisores inmensos de hace muchísimos años… Las cosas habían cambiado diametralmente….
Difícilmente alguno de los jóvenes de esta época, recordarían haber conocido alguno de esos aparatos… Ni qué decir acerca de las máquinas de escribir en las que ponías las hojas de papel con las hojas de papel carbón alternadamente para obtener original y copias… O las reglas de cálculo en vez de calculadoras electrónicas… Parecían de otras épocas, de otras vidas… Con esa sonrisa amarga salió a dar un paseo a quién sabe dónde… Al comenzar a caminar, tropezó con ella… Ambos se disculparon y al mirarse a los ojos, el silencio… Una vez más el intento, las charlas, los abrazos, los besos, el “reconocerse” para concluir que sí… Que aunque sea temporalmente, era verdad absoluta que sí existe la vida después de la vida…

* Pintor, intérprete, autor

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Un Comentario

  • Jesus Nelson Moreno dice:

    No se sí, exista la vida después de la vida, pero muchos tienen la esperanza de que así es, incluso; un servidor. Pues tenemos muchos seres queridos que queremos volverlos a ver. Es complejo el tema, pero la ilusión es más inmensa. Recordemos a Pablo Neruda, que dice que es tan largo el olvido. Y es cierto, yo aún no olvido a los míos. Aunque algunas veces nos coma el tiempo, siguen ahí; en la vida después de la vida, esperando por nosotros.

    Saludos, grandioso relato.

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