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INFRACCIONAN AL AUTOR DEL HIMNO DE SINALOA

Por viernes 15 de junio de 2018 Sin Comentarios

FAUSTINO LÓPEZ OSUNA

El pasado domingo lo volví familiar. Por la mañana fui a Mazatlán a llevarles ciruelas de la temporada, a mis hermanas y sobrinas. Por la tarde, allá mismo, entré a un café de la Gran Plaza a escribir en la computadora y abrir y contestar correos. Al darme la hora para comer, encontré un lugar de venta de hamburguesas, pedí una que incluía refresco de máquina, aunque normalmente yo evito las bebidas frías por problemas bronquiales de toda la vida. De regreso al estacionamiento, pasé frente al cine y aunque hace mucho que no veo una película que no sea por la televisión, al darme cuenta de la hora que era, después de las 5 pm, decidí dejar el cine para otra ocasión, pues me absorbería mínimo dos horas y saldría después de las 7 pm, ya de noche, cosa inconveniente para andar en carretera. Así que enfilé al pueblo. Quise cargar gasolina en una estación de la calle Rafael Buelna, pero me dijeron los empleados que no había. Cargué en la gasolinera de la calle Santa Rosa y tomé la autopista con rumbo a Villa Unión.
Huelga decir que me conozco hasta qué baches hay en los 35 kilómetros de la carretera Mazatlán-Aguacaliente y los señalamientos de velocidades máximas, Uno que se complica es el que está puesto justo en el entronque de la carretera con la calle principal del poblado Caleritas. De sur a norte, viene uno a 80 km por hora, pero en ese punto, sin advertencia (baje velocidad, poblado próximo) aparece 60 km por hora. Y en menos de 100 metros aparece de nuevo 80 km por hora. Lo de menos es hacer los dos cambios de velocidad. Lo que complica las cosas es que enseguida (sur a norte) hay varias patrullas federales bajo los puentes de las autopistas Tepic-Mazatlán, Tepic-Durango revisando puro tráiler cargado de mercancías y se alcanza a divisar si uno se pasó los 60 km de Caleritas.
El caso es que, como todo mundo sabe, desde hace muchos años ya no hay seguridad para transitar por carreteras en el país. Menos de noche. Hermanas y amigos me hospedan en el puerto si alguna vez se me hace tarde. Por otro lado, de tanto trabajar en la administración pública, un día un chofer de un gobernador me pasó el dato de que para ellos era obligatorio correr a más de cien km/h y no dejarse rebasar, por seguridad. (Aparte de las escoltas bien armadas). ¿Crees que les importan las velocidades obligatorias? (Ni a las ambulancias, por llevar moribundos, ni a los policías de tránsito, por algún operativo). ¿Te imaginas a un presidente de la República o un gobernador transitando a 50 o 60 km por hora y sin escolta?, me preguntó. ¿En qué país vives?
El domingo pasado, después de rebasar (de norte a sur) el entronque del aeropuerto y el de El Recodo, en el tramo que está entre unos empaques de Humberto Rice y El Pozole, en plena oscuridad, con las torretas apagadas, estaba una patrulla de la Policía Federal de Caminos y, su conductor, al pasarlo, me dirigió la luz de una linterna de mano para que me parara. Instintivamente vi el tablero: 106 km por hora. Yo sabía que la máxima ahí era de 90. Unos metros adelante me orillé y me detuve. El agente fue directo: “Lo voy a tener que infraccionar porque, según el radar, viene usted a 107 kilómetros por hora y la máxima es de 90. Permítame sus documentos, por favor”. Me llamó la atención que anduviera solo, sin compañero, como se acostumbra, más de noche. “¿A qué se dedica usted?”, preguntó. Soy maestro pensionado y compositor, le respondí. En silencio, batallando con la linterna en la mano izquierda, siguió llenando la infracción sobre el cofre de la patrulla. Cuando la terminó, me dijo que ya no retenían documentos y con la infracción me regresó la tarjeta de circulación y la licencia. Y agregó, seco: “Buenas noches”.
El resto del camino (unos 15 kilómetros) me fui pensando que, igual que los pájaros cuando al oscurecer se les acaba la luz solar, regresan al nido como una pedrada, a la máxima velocidad que les es posible, por temor a la oscuridad y a los depredadores, todos los vecinos de la región hacemos lo mismo, por elemental instinto de conservación o supervivencia. Esto lo sabe bien el agente de tránsito y, sin violar la ley, infracciona con la mano en la cintura o en el radar, a cuanto incauto como yo, rebasa los siete kilómetros arriba de los cien que el instinto de seguridad obliga. Y las cosas ocurren como si fueran opcionales: tú decides: a menos de cien, la inseguridad de que te puede alcanzar el crimen organizado; o a más de cien, la seguridad de una infracción de tránsito. Para que veas que sí hay seguridad, cómo no.
Todavía al llegar al pueblo encontré sobre la pizarra de la plazuela el montaje de un templete del PRI con unos artistas del llamado “reguetón” pintarrajeados como payasos, repitiendo monocordemente (monótono, sin variación) la palabra Mid, ante un escaso número de niños. A unos vecinos les pregunté si no era cierto que el INEprohibía la utilización de espacios públicos para pegar anuncios o hacer publicidad electoral. Me respondieron que antes que los del PRI ya lo habían hecho los del PAS.
(Ahora hasta por celulares están encuestando como anti propaganda electoral sobre el fuero, y el INE bien, gracias). El lunes, quién sabe si debido al refresco helado que tomé en Mazatlán o al estrés, pesqué una fenomenal gripa cuya secuela, aún hoy, sigo padeciendo. Habrá que pagar “La infracción en tiempos Electorales”, parafraseando al de “El Amor en tiempos del Cólera”. Amén.

* Economita y compositor

 

 

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