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SEMANA SANTA

Por sábado 31 de marzo de 2018 Sin Comentarios

JOSÉ DE JESÚS MEDINA

Hablar de semana santa es mencionar el último viaje del Maestro Jesús-el Mesías, el hijo de Dios, y el primer problema que se nos presenta es conocer la vida entera de él y hoy, es en esta fecha, una conmemoración de la entrada del Señor, del hijo de Dios vivo a Jerusalén, de su proceso, pasión, muerte y resurrección, por eso el vivir de nuevo estos acontecimientos con toda devoción al sumo sacerdote de la Fe que profesamos, y que desde las cumbres majestuosas del Calvario, el mártir del Golgota, lanzó un grito desesperado con gran amor y dulzura, excusando a los ignorantes y pidió al Padre perdón por ellos, ¡¡Padre mío perdónalos porque no saben lo que hacen!!, Si Jesucristo el hijo de Dios hubiese creído que no había culpa para los ignorantes de lo que hacían, su petición habría sido estéril. Esto nos causa un gran impacto y emoción, al ver que después del Dios vengativo vino el Dios del amor es por ello, que debemos seguir su doctrina en su plenitud, por lo que debemos perdonar a los que nos ofenden y orar por los que han caído en pecado. Sigamos al señor, participando de su cruz. Al enterarse que Jesús llegaba a Jerusalén, seis días antes de la Pascua, el pueblo salió a su encuentro con palmas en las manos aclamando:
“¡Hosanna en el cielo, Hosanna al hijo de David!”. “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel, hosanna en el cielo!”. Esos gritos se oían al paso de Jesús montado en un pollino, no tengas temor hija de Sion, mira que tu Rey viene montado en un burrito por la puerta oriental de Jerusalén, y las ramas de palma llovían bajo sus pies y en su mayoría, hombres, mujeres y niños las enarbolaban en sus manos, los niños hebreos llevaban ramas de olivo en sus manos y extendían sus mantos a los pies del Señor por el camino. Los que le acogían con tanto entusiasmo eran adeptos del maestro Jesús de Nazaret, mismos que llegaron de los alrededores y del interior de la ciudad para ovacionarle. Saludaban en él al libertador de Israel, que pronto sería coronado rey. Los doce apóstoles que le acompañaban compartían aún esa ilusión obstinada, a pesar de las predicciones formales de Jesús. (Juan 12, 12-16).
Únicamente él aclamado, el Mesías el hijo del Dios vivo, sabía que marchaba al martirio y que los suyos sólo después de su muerte penetrarían en el castillo de su pensamiento.
Él se ofrecía de un modo resuelto, con plena conciencia y voluntad para la salvación y perdón de los pecados del mundo. De ahí su resignación, su dulce serenidad. Cristo Jesús siendo Dios no consideró que debería agarrarse de las prerrogativas de su condición divina, por el contrario se anonadó así mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres, así se humilló a sí mismo, y por obediencia aceptó la muerte en la cruz, por eso el Padre Eterno lo exaltó, para que al nombre de Jesús todos doblemos la rodilla en el Cielo, en la tierra y en los abismos. (Flp 2, 6-11).
Mientras pasaba bajo el pórtico colosal, construido en la sombría fortaleza de Jerusalén, el clamor retumbaba bajo la bóveda y le perseguía como la voz del destino que coge su presa: “¡Hosanna al hijo de David!”. Por medio de esta entrada solemne, Jesús declaraba públicamente a las autoridades religiosas de Jerusalén, que asumía el papel de Mesías con todas sus consecuencias. Al siguiente día apareció en el templo, en el patio de los Gentiles y avanzando hacia los mercaderes de ganado y los cambistas, cuyas caras de mezquinos y ruido ensordecedor de las monedas profanaban el atrio del santo lugar, les dijo estas palabras de Isaías: “Escrito está: mi casa será una casa de oración, y vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones”. Y sin más con vara en mano derribó las mesas de los mercaderes, derramando los dineros y otras cosas que había sobre ellas, los mercaderes huyeron, llevándose sus mesas y sus sacos de dinero, intimidados por los partidarios del Divino Maestro, que le rodeaban como una muralla sólida, pero aún más atemorizados por su mirada y su gesto imperioso. Los escribas y sacerdotes, asombrados de tal audacia, quedaron sobrecogidos de tanto poder. Una Comisión del sanedrín vino a pedirle explicación con estas palabras: “¿Con qué autoridad haces estas cosas?”. A esa pregunta artificiosa, Jesús respondió, con una cuestión no menos embarazosa para sus adversarios: “El bautismo de Juan, ¿De dónde venía, del cielo o de los hombres?”. Si los fariseos hubiesen respondido: Viene del cielo, Jesús les hubiera dicho: Entonces, ¿Por qué no habréis creído? Si hubieran dicho: Viene de los hombres, tenían que temer al pueblo, que tenía a Juan Bautista por un profeta.
Respondieron después de titubear: Nada sabemos. “Y yo — les dijo Jesús — no os diré tampoco por qué autoridad hago estas cosas”. Más una vez parado el golpe tomó la ofensiva y agregó: “Os digo en verdad que los modestos empleados y las mujeres de mala vida os aventajan en el reino de Dios”. Luego los comparó, en una parábola, al mal viñador: “Había un hombre que tenía dos hijos y un día le dijo a su primogénito, ve a trabajar el viñedo y el hijo dijo no, más después pensó mejor y fue a trabajar al viñedo. Y luego el señor dijo exactamente lo mismo a su segundo hijo, el cual contesto, “desde luego”, pero no fue. Entonces pregunto a los niños que estaban frente a él, ¿cuál de los dos hizo la voluntad del padre? los niños respondieron el primero, bien habéis respondido”. ¿Cuál es la moraleja de esta historia? : Que hay algunos que creen ser justos,porque le dicen si a Dios, pero no hacen su voluntad, y se fue. Y Después en su prédica dijo el señor: “Haced el bien por aquel que os odia, orad por aquellos que os oprimen, porque que amáis a aquellos que os os aman y reclaman crédito por ello, hasta los del fisco hacen lo mismo”. “Si alguien os golpea la mejilla derecha, ofrécele también la izquierda y si alguien te quita tu abrigo, ofrécele también la capa”.

“Haced el bien a aquel que os pida” “Dad a quien quiera lo que os pide”. “No hagáis a otros lo que no queráis que hagan a vosotros”. “No debéis juzgar para que no seáis juzgados”, “Si alguien habla mal de ti no le reclames”. “No condenéis y no seréis condenados”. “Perdonad y vosotros seréis perdonados”. “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto, pedid este Don y se les dará,”. “Buscad y hallareis, llamad y la puerta se les abrirá, que padre niega algo a su hijo. Si vosotros que sois imperfectos les saben dar buenas dadivas a vuestros hijos. Con ti más vuestro Padre que está en los Cielos dará buenas cosas a los que le siguen. La parábola de la adultera: Ved a nuestro señor Jesucristo hijo de Dios escribiendo sobre la tierra, en San Juan capítulo 8, donde le llevan a la mujer sorprendida en pleno adulterio y los acusadores de ella le dijeron: en la ley, Moisés nos ordenó matarla a pedradas, Jesucristo no escucha a los que la llevaron a su presencia, ni mira a la pobre mujer, para no ver su vergüenza, Jesucristo no admite el adulterio, llama a ese acto fornicación, y como castigo autoriza al hombre a despedir a su mujer, y la mujer tiene a su vez el derecho de despedir a su marido que la engaña teniendo relación sexual con otra u otro si es la mujer.

Por lo que la respuesta a los acusadores fue: “aquel que esté libre de pecado que arroje la primera piedra” y se inclinó de nuevo a escribir sobre la tierra, cuando levantó la vista, observó que ya no había ningún acusador, por lo que dijo a la mujer, ¿Dónde están los que te acusaban?, ¿ninguno te condenó?, y contestó ella, ninguno, Señor; Jesucristo le dijo, “ni yo te condeno, vete y no peques más”. Analizando esto con el corazón, vemos la supresión de la muerte a pedradas, impuesta por la justicia humana.
Mas el adulterio sin arrepentimiento verdadero de no pecar más, es sancionado por la ley de Dios, es por ello que cristo le dijo a la adultera, “ni yo te condeno, vete y no peques más”. Tiempo después se efectuaron diversos milagros de, sanación de enfermos, dar vista a un ciego, hacer andar a un paralitico, resucitar a un fallecido…. y seguir y seguir en sus predicas hermosas llenas de verdad venidas del Padre Eterno. Y también llevó acabo el último acometimiento de Jesús contra uno de los poderes de su tiempo.
En él expandió una extrema energía y toda su fuerza, que revestía como una armadura su ternura sublime a la humanidad entera. Aquel combate formidable terminó con terribles anatemas contra los falsificadores de la religión:
“Desgraciados de vosotros, escribas y fariseos, que cerráis el reino de los cielos a los que en él quieren entrar… ¡Insensatos y ciegos, que pagáis el diezmo y descuidáis la justicia, la misericordia y la fidelidad! Os parecéis a los sepulcros blanqueados, que parecen hermosos por fuera, pero que por dentro están llenos de despojos y toda clase de podredumbre!”. Después de haber estigmatizado así ante los siglos la hipocresía religiosa y la falsa autoridad sacerdotal, Jesús consideró su lucha como terminada. Salió de Jerusalén, seguido de sus discípulos, y tomó con ellos el camino del Monte de los Olivos. Subiendo a él. Los discípulos, descorazonados, presintiendo una catástrofe, le hicieron notar el esplendor del edificio que el Maestro dejaba para siempre. Había en su entonación una mezcla de melancolía y de sentimiento. De este modo se deslizaban la mañana y la tarde en el Monte de los Olivos. Un día, que por uno de esos movimientos de simpatía propios de su naturaleza ardiente e impresionable, que le hacía volver bruscamente de las más excelsas alturas a los sufrimientos de la Tierra, que como suyos sentía, derramó lágrimas por Jerusalén, por la ciudad santa y su pueblo, cuyo terrible destino presentía. El suyo también se aproximaba a pasos agigantados. Ya el sanedrín había deliberado sobre su destino y decidió su muerte; y Judas Iscariote había prometido entregar a su Maestro. Lo que determinó aquella negra traición no fue únicamente la avaricia sórdida, sino la ambición y el amor propio herido. Judas, tipo ególatra de egoísmo frío y calculador con un pragmatismo absoluto, incapaz del menor idealismo, sólo por contemplación mundana se había hecho discípulo del Cristo. Contaba con el triunfo terrestre inmediato del profeta, y con el provecho qué de esto sacaría. Nada había comprendido de las profundas palabras del Maestro: “Los que quieran ganar su vida la perderán y los que quieran perderla la ganarán”. Jesús, en su caridad y amor sin límites, le había admitido en el número de sus discípulos con la esperanza de cambiar su naturaleza. Cuando Judas vio que las cosas iban mal, según él, y que Jesús estaba perdido, frustradas todas sus esperanzas personales, su decepción se convirtió en rabia. El desdichado denunció a aquel que, a sus ojos, era un falso Mesías y por el cual se creía engañado.
Con su penetrante mirada, Jesús había adivinado lo que pasaba en su infiel apóstol. Decidió no evitar más el destino, cuyo inextricable tejido se cerraba cada día más a su alrededor. Estaban en vísperas de Pascuas, y ordenó a sus discípulos que preparasen la Santa Cena en la ciudad, en casa de un amigo. Presentía que sería la última, y quería darle una solemnidad excepcional. Hemos llegado al último acto del drama mesiánico. Era necesario alcanzar en su principio el alma y obra de Jesús, iluminar interiormente los dos primeros actos de su vida: su iniciación y su carrera pública. El drama interior de su conciencia en ellos
se ha desarrollado. El acto último de su vida, o el drama del proceso, pasión, muerte y “Resurrección” es la consecuencia lógica de los dos precedentes. Conocido de todos, se explica por sí solo. Porque lo propio de lo sublime es ser a la vez sencillo, inmenso y claro. El drama de la pasión y resurrección ha contribuido de un modo poderoso a formar el cristianismo. Ha arrancado lágrimas a todos los hombres y mujeres que tienen corazón, y ha convertido a millones de almas. En todas esas escenas, los Evangelios presentan una belleza incomparable. Juan mismo desciende de sus alturas, lo mismo que Mateo, Lucas y Marcos.

Su narración circunstanciada adquiere aquí la verdad punzante de un testigo ocular. Cada uno de sus apóstoles puede hacer revivir en sí mismo el drama divino, nadie puede increparlo. Voy únicamente, para acabar este trabajo, a mencionar lo dicho por el señor de señores: “Vayan y prediquen mi evangelio, hagan curaciones de enfermos en mi nombre, y si en algún lugar no los recibieron, ni fueron escuchadas sus palabras, entonces salid de ahí y sacudid el polvo de vuestros pies, yo les aseguro que el castigo será más tolerable para los de Sodoma y Gomorra en el día del juicio que a los de aquellos”. Quien quiera entender entienda. Y no olvidéis “Los primeros serán los últimos”, y “el que quiera ser grande entre vosotros debe ser vuestro siervo” y “El que quera ser primero debe ser vuestro esclavo, así como el hijo del hombre vino no para ser servido sino para servir y dar su vida por la salvación del mundo” que su celo no los ciegue a la verdad. Oísteis que fue dicho, sólo la doctrina y la salvación es para los Judíos, más el Mesías dijo: “Todo el mundo, todo el mundo es bien venido a la casa de mi Padre, ricos, pobres, amos, siervos, hijos de Abraham y de paganos».

* Licenciado en derecho

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