Nacional

La paz de La Paz… aquella Paz, esta Paz. 2da. Parte

Por lunes 15 de febrero de 2016 Sin Comentarios

Por: Miguel Ángel Avilés

Por esos días, de repente apareció en escena el temible comandante Hiram Jinner Ramírez, de rostro cadavérico, con cicatriz intrascendente y de controversial fama y azote de todos los narcomenudistas de la ciudad. Este hombre era como una fusión de Agustín Lara y Juan Oról pero vestido sin traje ni nada de eso, que logró muy buenos resultados en el ofensiva hacia un crimen desorganizado apenas incipiente.

la pazLa gente decía escéptica, que agarraba a puro contrabandista de las colonias de los amolados, tal vez porque en aquel entonces no existían los mentados capos y si existían no se daba con su paradero o no se mencionaba a nadie de renombre.

Hiram Jinner Ramírez también le subió las ventas grandemente a los periódicos locales porque llegó un momento en que la gente nomás los compraba para saber quien había caído en las redes de tan temido comandante. Más de una cara conocida nos mostró a los lectores argüenderos aunque lo curioso es que al poco rato esos conocidos andaban otra vez afuera y seguían en lo mismo como si nada hubiera pasado.

De pronto se dejaron de atrapar a tanto malhechor y de pronto también dejó de salir el nombrado malacara Hiram Jinner Ramírez. Era muy efectivo, según se miraba y ya había logrado su respeto pero desapareció como un hechizo y nadie daba razón atinada del personaje.

Eso sí: todos daban su versión como la más contundente, la más fidedigna: una voz lo mandó a Tijuana de vacaciones, otra versión lo concentró en el D.F. con la FBI porque después de saber su record que impuso acá lo habían mandado llamar para dirigirla, la más pesimista se lo llevó a Ciudad Juárez y allá, sin consideración alguna, lo mató en cumplimiento de su deber.

Vaya usted a saber qué pasó con él, lo cierto es que La Paz, como cualquier otra ciudad, siguió creciendo y llegaron, como la humedad, los capítulos que hoy estamos viviendo, donde hoy ejecutan a uno y mañana también y todo parece incontrolable. Pudo ser el reventar de una alcantarilla cuyos gases al menudeo se fueron acumulando y la sociedad civil no le dio importancia.

Tampoco le importó a una autoridad que, representada por los tres niveles de gobierno, veían pasar como cosa menor, las notas sobre lala paz 2 detención de narcomenudistas que venían a ser apenas la primitiva bola de nieve (blanca) que se estaba formando y que vino a constituir la proliferación de un negocio muy rentable, poco atendido o poco controlado que no encontró oposición por parte de los persecutores de los delitos sino la simpatía y confabulación de quienes movían los hilos del poder sudcaliforniano: nuevos gobiernos que se alternaban, no para ser distintos y combatir los males sociales sino para abrir un mercado licito e ilícito que les garantizara la permanencia en el gobierno el mayor tiempo posible.

Si no la suma de evidencias, si había al menos indicios de que, en las aguas del Mar de Cortés, particularmente de La Paz hacia el sur rumbo a Los Cabos, se podían pasear, como chaca por su casa, distinguidas personalidades del crimen organizado que más tarde serían atrapados cuando las aguas del golfo los bañaban.

Este cártel, con orígines en el Norte-como se refieren los paceños a Tijuana- era uno de los cárteles más grandes y violentos que operaban en México para la década de los 80 y 90, pero paulatinamente fue debilitado de manera considerable a raíz de la captura y muerte de sus principales líderes,( una de las más recientes ocurrió en el municipio de Los cabos) funcionando a la fecha como una pequeña organización escuálida y dividida. Mientras esto ocurría, un gobierno impasible se desplegaba en la Baja.

Parecían casos aislados, como suele decir la autoridad ya como lugar común cuando se vuelve fallida. Era una llovizna apenas frente a lo que estaba por caer en los siguientes años: una granizada de balas y un llover de muertos, ejecutados, levantados, descuartizados, quemados, enteipados, enterrados, encobijados y desaparecidos como nunca antes lo habían visto en la capital del Estado. El espacio desocupado por la gente de Tijuana entró en disputa o pudo subastarse, ya no sabemos. Lo cierto es que aquel asiento parecía no ser de un dueño incuestionable y había que combatir para triunfar en esa disputa.la paz 3

Los peces chicos, además, se habían convertido en un fuerte cardumen que le hacían la competencia desleal a los peces gordos, invirtiéndose de este modo una cadena alimenticia siempre jerárquica y esta osadía era un peligro para el gran mercado. Había que comenzar un exterminio que fuera ejemplar y eso significaba arrasar con narcochangarros que estaban proliferando considerablemente, sin mucho esfuerzo, como si fueran almendros en el huerto de una casa.

Quien venía da mandamás y desde antes capitaneaba ya las plazas cruzando el charco, deseaba todas las canicas para él y lo ajeno, de resistirse, merecería sentencia de muerte.Hubo resistencia y se desató la balacera en ese puerto de ilusión, remanso de luz y amor. Lo apacible se volvió una beligerancia imparable donde los combatientes, en unos cuantos meses, desaparecieron una imagen de tranquilidad que por décadas le había durado al puerto.

Esta guerra de guerrillas entre traquetos acarreó consigo una mortandad por demás inédita frente a la cual el poder público e instituido nada pudo hacer para detenerla. Nunca se midió el posible desbordamiento de lo que se dejó hacer y se dejó pasar y de repente ya había tocado tierra un Frankenstein choyero que escupía sangre en cada calle, en cada esquina, en cada colonia.

De la panza de esa criatura salió lo indecible y lo indeseable. Era el peor chubasco sangriento que no previeron los meteocriminólogos. Las fuerzas del orden buscaban una explicación pero nunca escrudiñaron frente al espejo donde, seguramente, hubieran encontrado muchas respuestas.

De pronto, como por arte de mafia, alguien paró el juego y los ejecutores volvieron a sus cuarteles. La plaza parece ahora un niño dormido que por fin pudo ser amamantado. La ciudad, por su parte, parece esa otra ciudad, la de antaño, donde no había tanta balacera.

Solo esperamos que este aguacero de cierta paz nos dure toda la noche, otro día y otro más y que, por el bien de todos, ya no escampe.

* Abogado y autor premio La Paz B.C S

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