Nacional

Mi encuentro con Borges

Por lunes 31 de agosto de 2015 Sin Comentarios

 

Por: Iván Escoto Mora

Llegué a JLB cuando cruzaba por el misterioso puente que va del bachillerato a la universidad. En aquel tiempo, tenía que bajar en la estación del metro Copilco y caminar entre las calles de un barrio espectacular, sus nombres evocaban las ramas del saber: Filosofía, Odontología, Economía, etc. Cada paso era topar con algún café, librería de viejo, estanquillo, o puesto de frituras.

Marcos Daniel, mi amigo de la adolescencia que se había inscrito en la Facultad de Ciencias Políticas, un día me dijo: “encontré esto en un librero de viejo”. Se trataba de El Aleph.

Leí las primeras líneas y sentí un golpe en el pecho, en aquellos días, una perdida reciente me permitía entender con sombrío deleite las palabras de JLB: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no serebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubio; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita” (Alianza Editorial, 1997).

En ese instante supe que estaba frente un hombre que cambiaría mi forma de ver el mundo. Este hombre me envolvió en “el lugar donde están sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”. La literatura de JLB es un Aleph, universo en cuya brevedad se halla lo múltiple entre espejos, laberintos, sueños, bibliotecas infinitas y eternos retornos.

Tuve oportunidad más tarde, gracias a mi maestro ELF, de conocer a RA, secretario de JLB entre las décadas de los 70´s y 80´s. Mi maestro no podía acompañar al escritor y me pidió que lo llevara al centro de la ciudad. Caminamos por la calle de Madero en busca de arcilla de plata para su hija, artista orfebre de renombre en Argentina. En aquel andar, conocí a través de RA, un poco más del mítico Borges, hombre universal.

La universalidad de JLB, desde mi perspectiva, puede observarse en el hecho de que logró mostrar a lo largo de su obra una esencia llena de fusiones. Su pluma se nutrió de la pampa, el barrio bajo, los gauchos y arrabales; de viajes por la historia, de la filología inglesa, de los mitos griegos y judeocristianos, de las bibliotecas octagonales con estantes sin fin, etc.

Su sensibilidad por las culturas le permitió referirse a muchos temas y a muchos pueblos. Sobre México escribió: “¡Cuántas cosas distintas! Una mitología/de sangre que entretejen los hondos dioses muertos, / los nopales que dan horror a los desiertos/ y el amor de una sombra que es anterior al día” (La moneda de Hierro, 1976).

En El otro, el mismo (1964) se encuentra el poema El Golem. Conocí el nombre “Golem” en el Instituto Cultural México Israel, mientras asistía a alguna actividad programada para un curso lectivo de la universidad.

En un muro del Instituto leí el salmo 139:16: “Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existían ni uno sólo de ellos”. Estas palaras subrayan las ideas que, combinadas con la filosofía de Spinoza, hacen de la literatura de JLB una esencia en cuyas manifestaciones se muestran las expresiones inagotables de lo diverso, la posibilidad de todas las posibilidades, el poder de abstracción que reside en la lengua.

Cuando leí El Golem pensé en las líneas que sobre la filosofía del lenguaje podrían descubrirse entre los versos, pero también, me pareció posible observar una reflexión sobre la condición humana:

“Si (como el griego afirma en el Crátilo)/ el nombre es arquetipo de la cosa,/ en las letras de la rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo”.

En el poema se cuenta cómo un día el rabino Judá León buscó hasta encontrar el Nombre que es la Clave y con él, adquirió la facultad de crear la materia, del mismo modo que Dios formó con el verbo la carne y el hombre, con el lenguaje, se apropió del mundo.

Sin embargo, en la historia de Judá, algo ocurre: un fallo en el proceso, quizá una palabra pronunciada incorrectamente. La carne se forma pero no con la gracia de lo divino, sino como la torpeza de lo burdo, nace el Golem como el lenguaje inacabado que no logra comunicar.

El rabí mira su creación con sentimientos encontrados: “¿Cómo (se dijo)/ pude engendrar este penoso hijo/ y la inacción dejé, que es la cordura?// ¿Por qué di en agregar a la infinita/ serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana/ madeja que en lo eterno se devana,// di otra causa, otro efecto y otra cuita?// En la hora de la angustia y de la luz vaga/ en su Golem los ojos detenía./ ¿Quién nos dirá las cosas que sentía/ Dios, al mirar a su rabino en Praga”.

Sin lograr advertir su propia imperfección, el Judá de León contempla su obra con la soberbia de quien observa la minusvalía del aprendiz. Dios quizá ríe con el simpático espectáculo. ¿Alguien más mirará a Dios?

Mi experiencia con JLB, fue como ese vértigo que otro narró antes, al observar el secreto objeto cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado jamás: el inconcebible universo.

* Abogado y Lic. en Filosofía

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