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La tercera edad “He padecido todo tipo de ruinas, ninguna tan severa como la vejez” “Jorge el Tigre de Pericos”

Por viernes 30 de enero de 2015 Sin Comentarios

Por Jaime Irizar Lopéz*

Me tocó en suerte pertenecer a una generación en la que aún se consideraba a las personas mayores su­jetos dignos de respeto, admiración y afecto, de quie­nes recibíamos por lo regular las enseñanzas básicas que a través de los años ellos adquirieron, pretendiendo de esta manera tratar de allanarnos el camino y evitar a la juventud el cometer menos torpezas y errores durante el caminar por la vida. De siempre casi todas las culturas han visto a los personas mayores como los seres deposi­tarios de sabiduría, tolerancia, proclividad al dialogo y a la enseñanza y por lo regular las nuevas generaciones han tratado de valerse de esas virtudes y actitudes para que mediante su consejería dar pasos más seguros y rápidos en el proceso de aprendizaje continuo al que el vivir te obliga.

Puedo citar algunos ejemplos de la importancia que en otrora se les daba a las personas mayores, tal es el caso de la existencia de los consejos de ancianos de algu­nas etnias, tribus o clanes, dentro de las cuales destacan la de los aztecas, y también vale decir para respaldar lo anterior, que para la integración de dichos consejos en la Roma (senado) y en la Grecia antigua (gerusía), se reque­ría además de tener una edad avanzada, poseer dotes de buen juicio, conocimiento sobre la vida en general y un interés real para darle continuidad exitosa a las nue­vas generaciones con las que tenían un firme compromi­so moral de guiarlas. En las opiniones de estos consejos de ancianos se sustentaban la mayoría de las decisiones importantes de los pueblos, tanto en lo político, social o militar.

De esa veneración y respeto que se les tenia, que­dan en la actualidad pocos ejemplos, quizás las culturas japonesa y china puedan personificarlos ya que en lo que se refiere a los países de occidente, esta práctica dista mucho de lo que en otro tiempo fue. No vayan a pensar que soy de los que dicen siempre, que todo tiempo pasa­do fue mejor, sino lo que más bien pretendo es, es realizar un análisis de lo que sucede actualmente y las conductas que estamos asumiendo como sociedad en torno a las personas mayores, creando, para ser heredada, una nue­va conciencia social al respecto, que tal vez sea la menos conveniente.

La experiencia, el talento y la enseñanza en don­de estén deben ser siempre bien valorados. Aclaro que abordaré el tema medio en serio, medio en broma, sólo con el ánimo de darle amenidad a este artículo y con la intención de hacer una defensa tímida de los que perte­necemos a este grupo etario, que en términos generales y en mi personal punto de vista, no está siendo bien valo­rado, mucho menos aprovechado.

De siempre han existido brechas y luchas genera­cionales y ello ha servido para facilitar el desarrollo de los pueblos. Tengo por cierto que quien vive solo de dogmas no se atreve a especular mucho menos a innovar. Quien no cuestiona y no se cuestiona a sí mismo, está condena­do a terminar su existencia sin encontrarle un real sentido y sin aportar algo nuevo que sirva para mejorar el mundo o a su familia. Ser irreverente en el pensar, no idealizar y hacer de personas comunes unos dioses, además de no someterse más que a la razón a la hora de actuar, ayu­da cada día, sin duda alguna, a ser mejores hijos, padres, abuelos, buenos ciudadanos . Pero de ese ejercicio del pensamiento, a desaprovechar el compendio de enseñan­zas que encierran la mayoría de los adultos mayores, hay diferencia.

Quien no conoce la historia, está condenado a re­petir los mismos errores, dice el refrán. En la mayoría de los adultos mayores hay mucho de historia de la vida, no es sensato ni prudente desdeñarla. Las nuevas generaciones se han influenciado de manera notoria del espíritu mer­cantilista y de consumo, destacando entre ellas la de los Estados Unidos, y resumen su concepción de las personas mayores, con el clásico “úsese y deséchese”, porque ya concluyó su etapa productiva. El ciclo vital concluye sólo con la muerte, entretanto no ocurra, siempre habrá en un adulto mayor, una fuente de conocimientos, sentimien­tos, vivencias que no suena justo ni lógico desperdiciar, ni se vale arrinconarlos como figuras decorativas para luego olvidarlos en el mismo hogar que construyeron, o en el peor de los casos recluirlos en un asilo donde ya no pue­dan interactuar con los que quieren.

Es verdad que sólo envejecen las personas cuan­do sienten que ya no son útiles a nadie. En la formación de una familia siempre se requerirá de quien ejerza un liderazgo que oriente, dirija, norme, quiera y respalde. Que el líder familiar o social no deje vacíos de autoridad para que pueda guiar con firmeza y buen tino.

Que no caiga en extremos, porque exceso de re­glas, normas, dogmas y autoritarismo, es sinónimo de ti­ranía en cualesquier ámbito. La admiración, el respeto y el cariño, sólo se consiguen con trato digno y afectuoso, pero sobretodo con un actuar congruente y honesto; esto vale para cualesquier forma de autoridad. Mi hermano Jorge en la última etapa de su vida, abordaba con fre­cuencia y con sentido del humor el tema.

Entre otras cosas decía que él empezó a darse cuenta que se estaba haciendo viejo, cuando inició la constante caída del pelo y de ciertos dientes, también cuando notó que el chorro de su orina ya casi no tenía ninguna presión, y cuando por miedo a accidentes, cami­naba lerdo y los peldaños de las escaleras los bajaba de uno en uno, siempre procurando tener los dos pies en el mismo peldaño antes de aventurarse a bajar el siguiente y aferrado en todo tiempo al barandal; también porque se hicieron presentes caídas frecuentes, pequeños acci­dentes, depresiones aisladas, y en ocasiones angustias al pensar en la posible soledad que implica por lo regular estar viejo o al saberse cercano a su final.

Pero lo que más le dolió de la vejez, lo repetía con aceptación, resignación y humor, es el hecho de tener mucha experiencia en el terreno sexual pero muy pocas oportunidades y posibilidades de ponerlas en práctica. Nos contaba también una anécdota chusca que según él acabó definitivamente con su autoestima y lo obligó a que mentalmente aceptara la realidad de la edad que tenía, pues a la sazón, el mentalmente se seguía sintiendo aún fuerte y joven.

Contaba que cuando frisaba los treinta y que al llegar a su casa después de una intensa jornada de traba­jo, le daba ocasionalmente por meterse a bañar sin hacer ninguna escala y sin realizar protocolo alguno de saludos familiares; inmediatamente después de detectarlo su mu­jer, se le echaba encima para increparlo verbalmente y decirle con una clara energía que rayaba en la furia: ¡de donde vendrás que te quieres purificar! ¡Seguramente de algún hotel de paso y te urge quitarte el olor de jabón chi­quito o el perfume chillón de alguna suripanta con quien estuviste; estas y otras lindezas por el estilo, nos seguía diciendo para adornarse, son muy comunes que salgan de la boca de mujeres celosas, casadas con un hombre mujeriego como yo, al cual temen perder definitivamen­te.

Hoy, a mis casi setenta años de edad, llego de igual forma a bañarme directamente y oigo invariable­mente el grito de mi mujer que desde la cocina me dice sin pasiones ni enojos, pero con un claro tono de regaño: ¡Hay Jorge, ya te volviste a orinar! Meado y regañado, que más le podía pedir a la vida al final de mi camino, rema­tando con esta frase su anécdota, y rubricándola como siempre con una sonora carcajada contagiosa. Yo, Jaime, me decía, casi siempre me rio de mi cuando llorar no pue­do.

Con esa frase lapidaria que me dicto mi esposa, topé de frente con mi vejez, aunque mis hijos desde tiem­po atrás ya me venían preparando para ello, al hacer en ocasiones, caso omiso de algunos de mis consejos y órde­nes, y al pretender rebasar con frecuencia mi autoridad y creer erróneamente que cuerpo y mente envejecen al mismo ritmo, olvidando que las limitaciones físicas pro­pias de la edad no siempre van acompañadas de dete­rioro mental grave. La juventud se distingue por poseer en demasía, energía, vigor, hiperactividad, emociones y entusiasmo.

Eso es bueno para conseguir cualesquier propó­sito, pero no deben olvidar que el “diablo sabe más por viejo que por diablo “y que un consejo dado por quien te quiere, bien puede evitarte grandes descalabros. El cora­je, la emoción, el sentimiento y el entusiasmo propio de los jóvenes, no siempre son sinónimos de argumento vá­lidos o de razones de peso a la hora de tomar decisiones importantes. Éstas (las razones) son consecuencia de las vivencias, el estudio, la lectura y las ganas de pensar con sensatez. En los viejos hay más razones que emociones, cierto es que también hay prejuicios e ideas erróneas, pero en lo general, es más lo positivo que guardan. No lo olvidemos para no desaprovechar tanta sabiduría que en forma de consejos podemos extraer de los miembros de la tercera edad.

Si bien es cierto que en nuestra sociedad a veces se da un trato poco decoroso y a veces indigno a aquellos que están en la antesala de la terminal del gran princi­pio, y que esto es debido a la creencia errónea y ciega de los jóvenes que no alcanzan a visualizar que de no morir antes, ellos también serán viejos algún día, y a que los gobiernos, tan solo hacen tímidos intentos para contra­rrestar influencias extranjeras en nuestra manera latina de concebir a la familia y para propiciar construir en con­secuencia, una nueva cultura de respeto y admiración para los que ya cumplieron y están a punto de irse.

A los que cumplieron les queremos pagar con pensiones y jubilaciones precarias, no dinámicas, mismas que al paso de unos años no les sirven ni para comprar un tableta de paracetamol; también con organizaciones de pensionados y jubilados que bien pudieran compararse con unas simples reuniones frente al muro de los lamen­tos; con clubes de la tercera edad que motivan la convi­vencia entre iguales para que olviden en parte el abando­no psicológico social en que viven; sin dejar de mencionar las limosnas que con fines electoreros les otorgan a las personas mayores ciertos programas, porque es una gran verdad que mientras sigan respirando, siempre serán vis­tos como la posibilidad de obtener un voto útil de ellos, cosificándolos en lugar de regalarles acciones de respeto y dignidad como debe corresponder a todo ser humano. Cierro esta entrega con frases a propósito del tema: “po­bre de aquel que no llegue a viejo…….., porqué, pues por­que seguro es que se murió antes”. “A todos nos aterra la vejez, sin embargo sin excepción alguna, también todos queremos llegar a ella”.

En función de tantos adelantos tecnológicos y médicos, mismos que nos hacen tener por cierto que la expectativa de vida está creciendo notablemente, debe­mos prepararnos para que nuestra futura y casi segura etapa de la vejez, de pie a la construcción de una nueva cultura y una conciencia social que dignifique de verdad la vida de los de la tercera edad.

*Doctor y autor.

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