Nacional

Tomás Mejía…. El Sitio (3ra Parte)

Por domingo 31 de agosto de 2014 Sin Comentarios

Por Andres Garrido*

El día 19 de abril, recibe en su casa Tomás Mejía a dos subordinados suyos, el coronel Silverio Ramírez y el comandante Adame, quienes le llevan una carta a nombre de la soldadesca en que pintan con colores vivos y un realismo espantable la situación de la plaza; ahí mismo le piden interceda ante Maximiliano para que éste entre en tratos con Mariano Escobedo a fin de que cese el sitio, toda vez, según dicen, que no es posible la conservación del imperio en México, debiéndose por tanto dar por vencido para que acaben las penalidades de miles de seguidores y de la población misma. Recibió “Jamás Temió” (Tomás Mejía) la misiva y la importante petición y releyó todo concienzudamente; después tomó una resolución que se aproximaba a lo que se le había pedido: enviar la carta a Maximiliano para que éste conociera el sentir de los que a diario se mueren en la raya sosteniendo un moribundo imperio.

Apenas recibió la misiva el archiduque montó en cólera, vivamente indignado contra los autores de la misma y –contrariando su costumbre de bondad y serenidad- da una disposición terminante: que se arreste y encarcele a éstos y a varios jefes y oficiales que pensaban como ellos y aguarden el juicio correspondiente por traición, porque según él, ya no tiene confianza en los suyos. Entre la tropa, estupefacta por lo que ocurre, se dejan oír palabras de apoyo a la hora del arresto, que fue a las tres de la tarde, para Silverio Ramírez y para Adame, argumentando la plebe que en las sesiones del consejo de guerra se ha propuesto lo mismo por los generales superiores y no pasa nada “¡Y tienen razón los que piensan así! “Lo que en el pobre es borrachera, en el rico es alegría”, dice el pueblo mexicano.

El 15 de mayo cae la ciudad en manos de los sitiadores, tras setenta y un días de asedio, acompañando esa madrugada Mejía al archiduque desde la plaza de Armas hasta el cerro de Las Campanas donde finalmente se rinden después de preguntarle el austriaco al general Mejía si había escapatoria hacia la Sierra Gorda para de ahí embarcarse a Europa por Tampico. Con su escalofriante serenidad Mejía solamente contestó que era difícil pero si su soberano se lo pedía él no tenía inconveniente en intentarlo a costa de su vida.

Una vez que Maximiliano entregó su espada a Mariano Escobedo, como a las seis de la mañana, fueron conducidos presos rumbo a La Cruz por las márgenes del río Querétaro con el objeto de no sufrir escarnios por parte de los vencedores. De esa prisión pasaron a teresitas, donde se enteraron de la captura del general Ramón Méndez a quien los republicanos odiaban por haber fusilado al general José María Arteaga sin proceso alguno.

Tomás Mejía, quien le dispensaba una amistad íntima y tierna a Ramón Méndez, con lágrimas en los ojos le manifestó a éste cuando iba rumbo al patíbulo: “Méndez, estoy seguro de que será hoy delante de esas gentes lo que siempre ha sido usted”. Méndez, estrechándole la mano, le contestó: “Sí, don Tomás, seré el mismo”.

Unos días después Maximiliano, Miramón y Mejía fueron conducidos a Capuchinas la que sería su última prisión. Por su parte, los familiares de Escobedo ofrecen enviar al general Mejía cuanto necesite en prisión.  ¡Amor con amor se paga!

Inicia el juicio contra los tres imperialistas el 12 de junio en el teatro Iturbide, mismo al que no acudió Maximiliano pretextando sus enfermedades, aunque Mejía y Miramón si asistieron. Después de una larga exposición contra Maximiliano, el fiscal Azpíroz culpa directamente a Miguel Miramón y Tomás Mejía como los principales cabecillas de la resistencia sangrienta y dolorosa que el llamado imperio hizo en Querétaro a las armas legítimas de la República, quienes tenían desde antes una grave responsabilidad por haber sostenido por muchos años la guerra civil.

Este mismo documento señala que pudo haberse aplicado el numeral 28 de la ley marcial del 5 de enero de 1862 por haberse encontrado a los inculpados in fraganti, es decir, en acción de guerra y ser fusilados de manera inmediata, pero, para que haya la más plena justificación del procedimiento, es mejor que se verifique un juicio para que se oiga en defensa a los acusados.

En tal virtud –termina el memorándum- el presidente de la República ha determinado que el general en jefe disponga se proceda a juzgar a Maximiliano y a sus “llamados” generales Mejía y Miramón.

Azpíroz y Salgado continúan la inquisitiva contra Tomás Mejía, el cual hábilmente reputa los cargos en su contra argumentando que “el gobierno republicano lo puso fuera de la ley y que por tanto no tenía más que hacer la guerra, sin embargo de lo cual, al principio de la intervención no tomó parte con los franceses; afirmando que si no había reconocido al gobierno liberal era porque no se había (el gobierno liberal) establecido bien en el país y que además siempre se le persiguió, no respetando el convenio celebrado con el general Rosas Landa y que si reconoció al imperio fue porque creyó que el país se había dado esta forma de gobierno y que sólo tenía duda sobre la legitimidad de algunos representantes, pues creía que algunos votos en favor del imperio eran arrancados por la fuerza de las armas francesas; que en esa virtud y teniendo poca fe en Almonte había renunciado a su cargo y que por lo tanto no se juzga cómplice de los delitos cometidos por los franceses pues que si ha derramado sangre en acciones de guerra, su deber así lo exigía habiéndose limitado a defenderse cuando lo han atacado pero que nunca se ha convertido en agresor”.

A pregunta del fiscal, señala como su defensor a don Próspero Cristóbal Vega, director del Colegio Civil, quien estando presente acepta desempeñar el cargo. ¡Un liberal defendiendo a un conservador! Qué decente era la política de estos tiempos!.

*Doctor en Derecho y Cronista del Estado de Querétaro.

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