Nacional

De Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto a Lucila de María del Perpétuo Socorro Godoy Alcayaga

Por domingo 18 de mayo de 2014 Sin Comentarios

Por Faustino López Osuna*

Ellos no son unos soberanos desconocidos. Son dos Premios Nobel de literatura chilenos: Pablo Neruda (1971) y Gabriela Mistral (1945), dos grandes, enormes poetas de la humanidad. Sus nombres que dan título a este trabajo, son sus nombres de pila. Quiso la vida (que algunos llaman destino) que la Mistral, recorriendo Chile como maestra, conociera, hacia 1920 en Temuco, al joven Neruda, cuando todavía firmaba con el nombre Ricardo Reyes. Nunca se imaginaron Eliécer Neftalí y Lucila María, entonces, que un día los premiaría, con otros nombres, la Academia sueca.

Otro Premio Nobel de literatura (1982), que también se quitó parte del nombre, el colombiano Gabriel José de la Concordia (García Márquez) refiriéndose al chileno, dijo: “Neruda es el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”. Coincidiendo con él, el crítico literario Harold Bloom expresó, a su vez: “Ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él”.

Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Oxford, Inglaterra, Pablo Neruda, además de poeta laureado, fue un destacado activista político, senador, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Chile, precandidato a la presidencia de su país y embajador en Francia. Durante la Guerra Civil Española, que estalló en 1936, Neruda conoció, en la misma trinchera republicana, al poeta mexicano Octavio Paz.

Ambos se hicieron amigos instantáneos, pero, posteriormente, en México tuvieron un altercado por diferencias ideológicas (Paz abominaba de Stalin y Neruda le escribía loas), llegando casi a los golpes. Más de 20 años después se reconciliaron en el Festival Internacional de Poesía de Londres. Paz diría con respecto a su colega: “Musito el nombre de Pablo Neruda y me digo: lo admiraste, lo quisiste y lo combatiste. Fue tu enemigo más querido”.

La vida (de nuevo el destino) hizo que con su inmensa obra Octavio Paz obtuviera también el Nobel de literatura (1990) y es de los pocos escritores universales que no se quitó ni se cambió el nombre, solamente omitía, como autor, el apellido materno: Lozano.

Para timbre de orgullo mexicano, tanto a Neruda, a Mistral y a García Márquez, los arropó el pueblo de México: aquí vivieron y aquí escribieron parte de lo más importante de su extraordinaria obra literaria. Pablo Neruda, desempeñándose como Cónsul general de su país en México, reescribió su Canto General de Chile transformándolo en Canto General, un poema del continente sudamericano, compuesto de unos 250 poemas en 15 ciclos literarios, constituyéndose, a juicio del propio Neruda, en la parte central de su producción artística. Al publicarse por primera vez en México, enseguida fue traducido a alrededor de 10 idiomas.

Gabriela Mistral, invitada por el secretario de Educación, José Vasconcelos, a partir de 1922 vivió dos años entre nosotros, trabajando en el campo de la pedagogía con los intelectuales más destacados del mundo hispanoamericano de su tiempo.

En 1923 se inaugura su estatua en México y publica aquí su Libro para mujeres, al tiempo que se imprime en Santiago, con un tiraje de 20 000 ejemplares, la segunda edición de su obra Desolación y, en Madrid, aparece su antología Las mejores poesías.

Gabriel García Márquez escribió en México la obra cumbre del realismo mágico, Cien Años de Soledad.

Sin entrar en detalles, hemos abordado aquí, a vuelo de máquina, a tres autores de la literatura mundial, que inmortalizaron nombres distintos a los de su bautizo religioso o de su registro civil. Pero esto viene de lejos.

En la política, tenemos a José Miguel Ramón Adauco Fernández y Félix, que pasó a la historia como don Guadalupe Victoria, primer presidente de México y al héroe de la Revolución, José Doroteo Arango Arámbula aclamado como Francisco Villa. Continuando en la literatura, tenemos desde Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño (o simplemente Pedro Calderón de la Barca) y Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana (más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz), hasta Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (nada menos que Jorge Luis Borges).

En la composición musical están María Joaquina de la Portilla Torres (María Greever), Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso Rojas del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre (Agustín Lara) y Alberto Aguilera Valadez (Juan Gabriel). En el canto popular contemporáneo María Lucila Beltrán Ruiz (Lola Beltrán) y Gabriel Siria Levario (Javier Solís). Más recientemente, en el mismo Vaticano, el polaco Karol Wojtila (Juan Pablo II), el alemán Joseph Aloisius Ratzinger (Benedicto XVI), el argentino actual Jorge Mario Bergoglio (Francisco) y todos los Papas, desde la antigüedad.

Hubo un antiguo filósofo griego al que seguro leyó en 1510 la elocuente Locura de Desiderio Erasmo, de Rotterdam, que exclamó: Vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad! ¿Será?

*Economista y compositor

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