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Modernidad y Tecnología: Formas de Entender la Sociedad

Por domingo 21 de julio de 2013 Sin Comentarios

Por Iván Escoto Mora*

ModernidadEl concepto de modernidad, como todos los conceptos sociológicos, resulta complejo. Para Anthoy Giddens (Consecuencias de la modernidad, 1993) está vinculado a un espacio geográfico y cultural determinado que se entrelaza con las formas de relación humana surgidas a partir del siglo XVIII, época en la que estalla la revolución industrial y con ella, una transformación en la concepción del papel del hombre en el mundo.

En la modernidad industrializada, el hombre deja de ser la fuente propulsora del progreso, en su lugar, los desarrollos tecnológicos, las máquinas y su potencia creadora, se presentan como una fuerza capaz de sustituir al factor humano en los procesos de producción.

Con la tecnología, el trabajador y sus funciones se vuelven prescindibles, en tales condiciones, se produce un desanclaje jerárquico del valor humano. El hombre pierde su valor frente a la preeminencia de la maquina, que desplaza y cosifica implacablemente todas las formas de vida que se cruzan a su paso.

Podría decirse en contra de semejante argumento que la tecnológica es creada y operada por el hombre, en este sentido, sería absurdo pensar que puede existir o ser útil sin la presencia de lo humano. Sin duda esto resulta cierto, sin embargo, lo que plantea Giddens es la reiteración de la marginalización de las sociedades en dos sectores: por un lado, los que crean, controlan y disfrutan; por el otro, los explotados. En el fondo la dinámica clasificadora es la misma que ha operado siempre: patricios y esclavos, feudales y siervos, capitalistas y obreros. El problema se identifica en la concentración polarizada del poder y, en la modernidad, debemos considerar a la tecnología como una de las nuevas fórmulas del poder.

La dupla Engels-Marx dejó una reflexión que sigue siendo interesante de analizar: “La agudización de las contradicciones de clase precipita los cambios”. Probablemente todos los movimientos sociales han tenido su origen en la inconformidad de grupos que recíprocamente tratan de oprimirse y de liberarse.

Los centros controladores de la tecnología, de algún amanera y sin gastar una sola munición, logran ejercer un inmenso poder sobre los grupos marginados de la modernidad. Quienes aspiran a ella, tienen que empeñar sus fuerzas, sus almas y recursos para recibir, a cambio de dominación, un poco de ese elixir engendrador del progreso.

La ironía es que la costosa tecnología de la modernidad sería impensable sin los recursos naturales albergados en los países de menor adelanto tecnológico, baste mencionar que Bolivia, Chile y Argentina, son los principales dueños de las reservas de litio a nivel mundial, elemento indispensable para la fabricación de computadoras, celulares, etc.

A la consigna “Técnica al servicio de la patria”, podríamos agregar: “Técnica al servicio del hombre”. Pero en la modernidad no se entiende al “hombre” en su identidad con la humanidad general, por tanto debemos preguntar: ¿al servicio de qué hombres está la tecnología?

Desde hace más de un año, surgió un escándalo internacional que la presa ha identificado con el nombre de Wikileaks. El problema estriba en que un número cuantioso de documentos “secretos” fueron puestos a la luz a través de un portal electrónico, gratuito y de alcance global. Estos documentos revelan cómo, por medio de sus embajadas y recursos tecnológicos, el gobierno norteamericano intervine políticamente a los países del mundo. Las represalias de los Estados Unidos no se hicieron esperar, como consecuencia de lo anterior, Julian Assange, director de Wikileaks, es ferozmente perseguido, a grado tal, que vive en calidad de asilado político en la embajada de Ecuador en el Reino Unido, tratando de evitar una extradición que potencialmente lo llevaría a enfrentar un severo proceso judicial.

En recientes fechas, un alud de nuevas revelaciones estimuló la ira de la Casa Blanca. En esta ocasión se trata de Edward Snowden, ex agente de inteligencia de los Estados Unidos de Norte América, quien tomó la decisión de poner al descubierto la política de espionaje que Washington instrumenta en contra de los ciudadanos de su propio país. El asunto adoptó escalas que se tradujeron incluso en hostilidades inferidas al Presidente de Bolivia, Evo Morales, a quien se acusó infundadamente de transportar a Snowden en su avión Presidencial, para ayudarlo a evadir la justicia estadounidense. Como consecuencia de tal rumor, se prohibió al Presidente aterrizar en varios de los aeropuertos de Europa, a pesar de requerir recargar combustible durante un viaje de Rusia a Bolivia.

Desde luego el Presidente Morales no transportaba a Snowden en su avión pero la ofensa producida a su persona y a la dignidad del Estado boliviano es ya irreparable. En respuesta por la agresión inferida a Evo, Bolivia, Nicaragua y Venezuela se han pronunciado a favor de dar asilo político a Snowden. Entre tanto, el gobierno norteamericano lanza amenazas a todos los Estados que ofrezcan ayuda al ex espía, quien gracias a la tecnología, desenmascaró los atropellos de la tecnología que, durante algún tiempo, él mismo utilizó en favor de los abusos del poder.

Al final de esta inconclusa novela tecnológica de la modernidad, cabría preguntaros, una vez más, ¿qué es eso que causa tanto miedo en la verdad, por qué se oculta con semejante sigilo? Algunos intelectuales de la talla de Vargas Llosa (Lo privado y lo público, 2011), opinan que la confidencialidad de las comunicaciones entre autoridades es necesaria para preservar la paz, la seguridad y el orden público.

Sin embargo, qué hay de esos casos en que la tecnología y la confidencialidad son utilizadas para oprimir y dominar. Qué ocurre cuando la tecnología sirve para invadir y los secretos para polarizar, desarticular y destruir, en estos casos: ¿cuáles son las consecuencias sociales previsibles? Probablemente tendremos que seguir haciéndonos la misma pregunta por mucho tiempo.

*Abogado y filósofo/UNAM

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