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Carlos Hubbard Rojas Valladar Contra el Olvido de El Rosario

Por domingo 16 de junio de 2013 Sin Comentarios

Por Faustino López Osuna*

Carlos-HubbardRecientemente fuimos invitados la gran bailarina de danza folclórica Rebeca Llamas y el que escribe, para presentar, en el auditorio de la Torre Académica de la UAS en Mazatlán, la obra de Carlos Hubbard Rojas, “El Rosario de mis recuerdos”, compilada por Marta Lilia Bonilla Zazueta. Transcribo aquí parte de mi intervención.

¿Cómo cantar la grandeza de la obra humana? En El Evangelio según Jesucristo, de José Saramago, a Jesús se le revela el porvenir. Narrado por el autor, el nazareno, por su divinidad, sabe perfectamente de todos los mártires, santos y papas que se sucederán a partir de él, con absoluta precisión de fechas, durante los siguientes dos mil años. En el año 2000, se comprueba que todo lo que anticipó Jesús en la novela del portugués, fue cierto.

Haciendo una analogía echando mano del mismo recurso, podríamos aventurar que, aunque el cronista rosarense Carlos Hubbard Rojas nació en 1912, alguien de su estirpe, genéticamente similar a él, saurín o adivino, trescientos años antes de su nacimiento, predijo con absoluta precisión en el tiempo, que el 3 de agosto de 1655 habría un descubrimiento de un caporal nombrado Bonifaz Rojas, que por azar encendería lumbre que derretiría plata sobre la superficie de la tierra y que ese insólito sucedido se esparciría por toda la región atrayendo mineros gambusinos que se instalarían en el lugar, para dar origen a un Real de Minas que llevaría, hasta el fin de los tiempos, el nombre de Nuestra Señora del Rosario, cuyas minas, trabajando casi tres siglos, producirían gran bonanza que duraría, fatalmente, hasta el año de 1945.

A don Carlos Hubbard Rojas le tocó ver, presenciar y comprobar, con dolor, cómo se cumplía inexorablemente el vaticinio de principios del siglo XVII. Entonces, con su brillante vena de historiador, acometió la tarea de rescatar del olvido la enorme grandeza de su pueblo, que desde finales del siglo XVIII alcanzó a ser el más rico y próspero de todo el Noroeste del virreinato de la Nueva España.

Hubbard Rojas, transido de nostalgia, va a sus raíces y aporta entre otros hechos relevantes, dos datos. Uno: el 16 de julio de 1821 el Rosario juró la Independencia declarándose por el Plan de Iguala, siendo el primero de todos los pueblos del Estado de Occidente que lo hiciera. Dos: el 5 de noviembre de 1827, la Comisión de Legislación correspondiente emitió dictamen favorable para que el Mineral del Rosario fuera declarado ciudad y, el 9 de noviembre del mismo año, por Decreto No.35 del Congreso del Estado de Occidente, fue concedido al Mineral del Rosario, el título de Ciudad, bajo la denominación de Asilo del Rosario.

Una década menos de las tres centurias, escribe con tristeza don Carlos Hubbard, perduró El Rosario como famoso Real de Minas, hasta que fatalmente se suspendieron definitivamente las actividades mineras. Escuchemos, con entereza ante lo inevitable, a Carlos Hubbard:

“En 1945 toca a El Rosario sufrir el desplome de su minería, con la consiguiente depresión económica y éxodo de la mitad de sus habitantes. Pero la destrucción de la ciudad, con sus soberbios edificios de cantera y su templo barroco, había sido realizada ya, año tras año en una pérfida labor de zapa que socavó sus cimientos ante la criminal indiferencia de las autoridades que con estólida mirada vieron cuartearse primero, desgajarse y hundirse después, aquellas invaluables joyas que fueron prendas de ornato, motivo de legítimo orgullo y constancia histórica de una ciudad que merecía respeto.

“Y cuando no hubo más qué destruir y cesó la obra, no por irresponsable, menos criminal, las minas se inundaron y el mineral llegó a su fin… Entonces, avergonzada y púdica, la ciudad mostró al viajero su desnudez y miseria, un balance pavoroso de viejos mineros silicosos derrotados y una ciudad en ruinas a la que destruyeron su pasado y no le escrituraron un futuro…

Don Carlos Hubbard Rojas, hijo amoroso de la tierra del Baluarte que dio a Sinaloa y a México, además de oro y plata, a Pablo de Villavicencio, Teófilo Noris, Enrique Pérez Arce, Gilberto Owen, Ignacio Gadea Fletes, Lola Beltrán, Gabriel Borrego, así como cobijo a la niñez de Pedro Infante, cercano al año 2002 en que muere, nos estremece cuando agrega: “Pero lo que sí es realmente inmarcesible es nuestro inmutable amor por el terruño y nuestra inconmovible fe en el porvenir.”

*Economista y compositor.

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