Nacional

Semana Santa… Casi Un Carnaval

Por domingo 31 de marzo de 2013 Sin Comentarios

Por Alberto Ángel “El Cuervo”*

Semana-Santa01Al amanecer… Siempre me despertaba al amanecer… Ahí en el petate dentro de la casita de palma, por alguna razón parecía escoger el lugar donde se colaba el primer indicio de luz… Sobre la cara sentía de inmediato los primeros momentos del rosicler… Eso me despertaba… Eso y los cangrejos que regresaban a su madriguera… claramente sentía como caminaban por encima de la sábana… Para levantarse había que tener cuidado porque si lo hacía bruscamente corria el riesgo de que un dedo terminara herido por una de las tenazas… Eran cangrejos muy grandes… O así me lo parecían… En aquellos años, los cangrejos abundaban en todos los esteros y las playas… Tristemente, han ido desapareciendo a medida que los deja el hombre sin territorio… Pero el caso es que había que cuidarse de ellos que pasaban majestuosos por encima de los que aún dormíamos… Así que muy lentamente, salía de entre la sábana y el petate para ir a sentarme a la palma de coco que durante un par de años permaneció ahí tirada frente a la casita de la playa a manera de banca para los niños… Y ahí, verdaderamente podía sentir el milagro cada día… El ver salir el sol en el Golfo es mágico, milagroso… Y siendo mi mente infantil por demás religiosa, no podía pensar más que los amaneceres en semana santa me los regalaba Dios para que mis lágrimas lavaran las culpas de los pecados que pude haber cometido… Ahí, de frente al mar que a esa hora parecía un plato dorado rosáceo, asistía cada amanecer de la semana santa a la manifestación de la presencia de Dios… Eso pensaba… Eso sentía… Eso me habían inculcado… A la izquierda, podía ver el salón… Ese jacalón construído sobre pilotes de madera donde cada noche la fiesta y el alcohol hacían brotar la lujuria, el pecado… Eso pensaba… Eso sentía… Eso me habían inculcado… Al amanecer volvía la vista hacia allá para ser testigo de los últimos prófugos de la noche… En la arena, de cuando en cuando, parejas en actitud de lucha llamaban mi atención… Por alguna razón que no comprendía, la piel se erizaba al verlos y al no entender, juzgaba pecado el sentirlo… Así le dije al Padre Nacho aquella vez que me confesé con él… Esa fue la última vez que me confesé… Lo que tiempo después iría descubriendo, me alejaría de la iglesia, de su organización… Por eso fue la última vez… Todo eso sucedía día a día durante las vacaciones que pasábamos en la playa… Playa Limón…

Semana-Santa02Para llegar a allá, al principio nos íbamos en tren hasta alguna estación en La Chontalpa… Ahí nos esperaba alguno de mis tíos con una camioneta de doble tracción Willys para continuar el trayecto… Años más tarde, el espíritu aventurero de mi padre, nos llevaría a realizar el viaje por las veredas que apenas iban abriendo… Nos subíamos a la camioneta pickup y la brecha, por donde apenas cabía un solo vehículo, nos entregaba cosas que ahora a cualquier niño le parecería una historia experimentada en algún país africano… De Minatitlán a Nanchital, antes de llegar a Coatzacoalcos… De ahí a Aguadulce, Luego muchos kilómetros de selva, arroyos, árboles que hacían parecer de noche el camino… De pronto, la obscuridad se hace mayor y el ruido que envuelve todo ensordece… La respuesta que intenta tranquilizar “¡Mira, son changos…!” solamente provoca el llanto de mis hermanas… La manada cruzaba encima de los árboles… Verdaderamente se antojaba interminable… Finalmente, seguimos adelante entre arroyos y lodazales que hacían atascar la camioneta una y otra vez requiriendo el auxilio de la gente que trabajaba en la construcción de la futura carretera… Al llegar a Sánchez Magallanes, sentía que estábamos a punto de concluir la jornada… Finalmente a La Venta… Ahí, año tras año, la plática de mi viejo hacía eco… Las mismas palabras con las mismas inflexiones acerca de cuando llegó como un joven Médico a realizar su servicio social en PEMEX y de cómo conoció a mi madre… Por fin, aparecía La Pasadita… Esa tienda que permaneció durante no sé cuántos años a la orilla del camino y que era la señal para saber que en un par de kilómetros más llegaríamos a Comalcalco… Comalcalco… Del náhuatl Comalí-Calli-co, Casa de los comales… Entonces, mi abuelo vivía en la calle de atrás… La calle de en medio era la que llegaba al parque y por ende a la Iglesia… La otra calle era la del mercado, a la entrada del pueblo… Eso era todo Comalcalco… Ahí dormíamos. Al día siguiente había que salir hacia Paraiso, así, sin acento, así lo pronunciaban todos… La carretera estaba hecha de conchas de ostión… Siempre me resultó algo impresionante pensar en la cantidad de conchas que se necesitaban para cubrir el trayecto… Saliendo de Paraiso, sabía de memoria las curvas y rectas en la carretera para llegar a la playa… El encuentro con los primos siempre prometía aventuras deliciosas… Desde luego, siempre iba hacia la Semana Santa en Playa Limón con el firme propósito de acercarme a Dios en la meditación… Eso me habían inculcado… Por eso la envidia que le tenía al Chato, porque él sí era acólito y sabía perfectamente ayudar en la misa y tocar la campana en tiempo y modo según las indicaciones para exacerbar la emoción de la misa… Siempre quise ser acólito, nunca pude… Por eso la secreta alegría que me envolvió cuando en la misa que ofició el Obispo de San Andrés, el propio Chato, el acólito que era mi ejemplo, al estar balanceando el incensario de pronto se púso lívido (de por si blanco de piel) y entornando los ojos cuál santo antiguo de Iglesia antigua, cayó desmayado… Pero la cuestión es que no logré jamás ser acólito más que como ayudante del Chato en alguna misa y envidiándolo en su maestría para tocar la campana cuádruple de la misa…

Semana-Santa03Playa Limón, Semana Santa… Nunca supe por qué el nombre si lo único que no había eran limones… Entre cocotales que se extendían a todo lo largo de la costa, la bruma convertía el paisaje en cualquier cosa… Siguiendo la orilla de la playa, siempre había en la semana santa una excursión hasta dos bocas, ese rincón donde las voces eran acalladas por el oleaje encontrado entre el río y el mar… Siempre quise ver un tiburón como lo hacían mis primos… Nunca supe lo que era verlo… Tal vez, si el paisaje hubiera pasado en cámara lenta como las películas… Pero nunca pude ver ni un tiburón en aquel dos bocas de semana santa que acompañó mi niñez… Lunes, martes, miércoles… La fiesta, la música, el alcohol y nosotros, los imberbes púberes, espiando lujuriosamente la lujuria adulta… “No hagan ruido, nos van a cachar” “mejor vámonos, esto es pecado” “Vete tú si quieres, total, regresando me confieso” “Pero es pecado mortal y aunque te confieses no sirve de nada” “No vayas a ir de chismoso” “Ya cállense…” Jueves… Los menos, a sabiendas que faltaban a los preceptos religiosos, bailaban al compás de los grupos tropicales sin faltar la marimba-orquesta… Amores efímeros nacían y morían cada noche… Eso era lo normal… La aventura… La Pasión de Cristo, no era otra cosa más que pasión carnal… Los más, esperaban hasta el sábado de gloria cuando podían festejar sin culpas… Después de todo, había que festejar la resurrección de Jesús… Así viví la semana santa muchos años… Enfrentado a eros y thanatos… Eros enaltecido al grado máximo… Thanatos infaltable en el deceso de algún ahogado o mutilado por los tiburones… Generalmente se trataba de algún chilango… “Los chilangos creen que el mar es una albercota…” Eso decía mi abuela cada vez que nos llegaba noticia de algún muertito… Y persignándose, de manera discreta contaba a sus hijos y sus nietos… Dios se hacía presente al regreso, cuando el arrepentimiento por los excesos, les recordaba a los excedidos que originalmente la semana mayor era para la meditación y el encuentro con Cristo… Nunca más regresé… Las casitas de guano las sustituyeron por casas de cemento con aire acondicionado… Los petates por camas y hamacas bien puestas… Y los cangrejos… Los cangrejos igual que yo… No regresaron jamás a pasar otra semana santa en Playa Limón…

Esperando la semana santa en la intención místico-erótica.

*Cantante, compositor y escritor.

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