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El Tenor De La Rosa Según Antonio Velázquez

Por domingo 31 de marzo de 2013 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchís*

El-TenorHace cincuenta años, El Tenor de la Rosa, era una celebridad entre las caravanas que recorrían las ferias de México. Hoy nadie conoce su destino. ¿Quién sabe que se hizo de aquel hombre más bien bajito, siempre vestido de negro y con una rosa en el ojal de su solapa? Al menos, entre quienes hoy lo recuerdan y nos hablan todavía de él, ignoran por completo cómo acabó, y dónde, su vida.

Sí, eso sí, al hablarnos de él sus memorias se colorean, surgen las anécdotas y, con ellas, la simpatía y la admiración por aquel hombre y aquel tenor, que hizo de “Granada” y “Las Cuerdas de mi Guitarra”, sus dos canciones predilectas.

Antonio Velázquez, quien fuera la primera voz de “Los Tecolines”, recientemente nos lo recordaba en el café de esta manera:

“El se sabía las fechas de las fiestas importantes de todas las ciudades de provincia. Iba de Aguascalientes a Zacatecas, de Saltillo a Durango, de Ciudad Juárez y a Culiacán… Yo lo conocí en Durango. Era yo un muchacho de quince años y él ya era un hombre maduro. Recuerdo que nunca se cambiaba de traje. Su traje negro no era propiamente negro. Lo había mandado tantas veces a la tintorería que había adquirido varios tonos de negros muy diferentes entre sí. Me acuerdo, solía quedarse en Durango por largas temporadas, que cuando lo mandaba a la tintorería, ese día no salía, ya que se quedaba en ropa interior.

-¡Pobre!

-Pues no. Nada de pobre, pues jamás perdía la alegría. La alegría era su enseña. El Tenor de la Rosa era el hombre más jovial que yo he conocido ya en mi larga vida. Recuerdo cómo cuidaba su traje negro y su rosa de tela roja como si fueran parte de su piel. Era un bohemio nato. Yo oían como le decían algunos:

-Con esa voz porque no te vas para México. Si cantas allí en la radio la haces.”

Él ni los oía. Él era un clásico y feliz trotamundos y un enamora de las fiestas de México. Al Tenor de la Rosa le gustaba ser él y llevar la vida que llevaba. Yo le llegué a tomar mucho cariño. La verdad sea dicha es que él se ganaba la simpatía de todo el mundo. El Tenor de la Rosa, como los pájaros, de que nos habla Jesús de Nazaret en “El Sermón de la Montaña”, no aspiraba a otra cosa que a pasar alegremente el día.

-¿Y de veras, Antonio, nunca cambió de traje?

-Que yo recuerde no. Si me acuerdo que fue engordando y ya no se podía abrochar el saco. Entonces se las ingenió y se puso una cintilla con un moñito entre el ojal y el botón, dado que él a la hora de cantar siempre se abrochaba su saco y trataba de guardar su mejor compostura. Le preocupaba, me acuerdo muy bien, mantener perfecta la raya de su pantalón.

-¿Qué más cosas curiosas observaste en su comportamiento?

-A la hora de cantar, al levantar la voz, se metía la mano por dentro del pantalón. Esto despertó mi curiosidad y un día le pregunté el motivo por lo que lo hacía.

-¿Te lo aclaró?

Tras mirarme de arriba abajo y con una media sonrisa que me intrigó me dijo:

-Mira, muchacho curioso, te voy a revelar mi secreto. Tú todavía no sabes de estas cosas, pero te diré que yo tengo una hernia y me da miedo que se me salga en el momento de dar el agudo.

-¿Realmente era un buen cantante, Antonio?

-Hombre, yo no tengo necesidad de engañarte. Te doy mi palabra de que era un cantante excelente. Además no nada más lo admirábamos, también lo queríamos. Y querer, lo que se dice querer, pienso y siento yo que es más difícil aún que admirar. Al principio de conocerlo se nos hacía chistoso, ya que se parecía físicamente al comediante Oscar Pulido. Hazte cuenta que era él. Sin embargo, cuando subía al escenario y cantaba se transformaba por completo y no se oía una mosca para escucharlo. Esto que te digo, en la provincia, y en aquellos era toda una hazaña.

-¿Nunca te reveló su origen?

-Era muy misterioso en cuanto a referirse a sí mismo y también muy pudoroso. En verdad era un hombre muy bien educado, por lo que nos hacía pensar que procedía de una familia quizás de alcurnia. Jamás le oí pronunciar una sola palabra grosera. Evidentemente se empeñaba, y lo conseguía, ocultar su origen. Jamás dijo a nadie, que yo supiera, su nombre. Él insistía: Llámenme El Tenor de la Rosa, y así lo llamábamos todos y así lo anunciaba a la hora de cantar. Eso sí, olía a gasolina desde lejos.

-¿Cómo está eso de que olía a gasolina?

-Bueno, el sufría mucho por ese motivo. Me acuerdo cómo se acongojaba cuando recién sacaba su traje de la tintorería. Entonces, al menos en provincia, no existía nada de lavado en seco y las técnicas de hoy, por lo que El Tenor de la Rosa llegaba oliendo a gasolina desde lejos. Y lo que era peor: él compraba colonia barata para atenuar el olor de la gasolina y la mezcla era un olor horrible y rarísimo.

-¡Vaya por Dios! ¿Qué más recuerdas?

-Me acuerdo de un detalle curioso. Cada vez que le presentaba a una persona y después de decirle su nombre, tras estrechar su mano, se quedaba por un momento pensativo y le decía:

-Oiga usted, su nombre es muy musical. ¡Qué bonito nombre tiene! De veras que su nombre suena muy bien. Y lo cantaba. Esto le daba resultado. Fui testigo de ello, por lo que algunas personas acababan invitándolo. Se ganaba fácilmente a la gente. Y es que todo a todo el mundo le gusta oír cosas bonitas sobre su persona. El Tenor de la Rosa era un especialista en hacer loas a las personas jugando con sus nombres. Era pintoresco y fantástico.

-Mi buen amigo, Antonio Velásquez, ¿siento que lo sigues recordando como si lo hubieras visto ayer?

-Así es, amigo mío, pero ya ves que de todo esto que te cuento hace ya cincuenta años más o menos, que se dice pronto. ¡Quién sabe que fue de él ni dónde ni cómo murió! De lo que no tengo la menor duda es de que Dios lo tendrá en su santa gloria. A lo mejor no está viendo, quién sabe cómo y desde que lugar y sonríe al recordar aquellos tiempos en que cantaba “Granada” y “Las Cuerdas de mi Guitarra”, de Agustín Lara.

*Poeta y periodista andaluz.

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