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La Nación Mexicana Parte I

Por domingo 30 de septiembre de 2012 Sin Comentarios

Por Teodoso Navidad Salazar*

La llegada del Siglo XVIII, sorprendió al virreinato de Nueva España en medio de un verdadero caos, corrupción y pillaje. La alta sociedad que ostentaba títulos de nobleza, que por supuesto eran adquiridos con oro y plata, se desenvolvía entre el derroche y la superficialidad; una corte ramplona que utilizaba las ventajas de la compra de puestos en el gobierno para obtener grandes beneficios. En ese contexto se manifestaba gran desprecio por la pobrería. Los empleos eran duros, difíciles y escasos, con jornadas agotadoras tanto en el campo como en la mina; aumentaba pobreza y enfermedades en la población menesterosa que buscaba comida o empleo en las ciudades, atestadas de vagos, léperos y mendigos. El abuso de autoridades políticas a través de impuestos y los dueños de haciendas, asoladas por las hordas de bandidos, era una constante.

La Casa de los Borbones que sustituyó a la dinastía de Austria a principios del Siglo, inició transformaciones en estructuras virreinales a través del “despotismo ilustrado”, intentando una forma de gobierno que aliviara la penuria del pueblo, pero sin que éste interviniera. Todo ello trajo como consecuencia más poder e influencia del rey en sus dominios. Las innovaciones gubernamentales desaparecieron encomiendas, libereraron el comercio, el virreinato emitió su propia moneda y tuvo un sistema fiscal autónomo. Se instituyó el primer ejército formal, así como el Tribunal de la Acordada con el fin de atacar de manera frontal el bandidaje imperante. Estas medidas reactivaron la economía, no sólo en la Nueva España, sino en las demás colonias que contribuyeron con más energía al fortalecimiento económico de la Corona. Las nuevas secretarías, direcciones y despachos en gobierno, fueron ocupados por españoles venidos de Europa, con el descontento de la incipiente aristocracia criolla.

Con las reformas borbónicas, la economía tomó en Nueva España se tuvo nuevo rumbo. Ese repunte económico permitió construir caminos, urbanizar grandes asentamientos, edificar palacios, templos y retomar la jornada evangelizadora y colonización en el norte y noroeste novoshispano; las ideas liberales pregonadas por intelectuales del viejo mundo, así como el estudio de las ciencias y cultivo de las bellas artes, permearon en las colonias españolas. Había surgido un nuevo orbe, diferente a la España europea y a los míticos reinos construidos por culturas mesoamericanas. Bajo el mandato de los borbones, se consideró un virreinato muy importante para la Corona debido a su bonanza. Ahora presentaba otro rostro, bellos edificios en las ciudades; la expresión México era tema obligado por estudios de las letras y esto hacía que los criollos manifestaran un sentido de pertenencia nacionalista. Pero un gran descontento se había incubado en ellos al ser desplazados de los mejores puestos públicos por los españoles peninsulares. Los acontecimientos de 1808, motivados por la irrupción napoleónica en España, y los movimientos libertarios en las colonias inglesas en Norteamérica, encausaron lo que sería el movimiento independentista, cuyo virrey (José Iturrigaray), al tener conocimiento de los acontecimientos en la Metrópoli, trató de organizar una Junta de Gobierno, para tomar acuerdos autónomos, sin tomar en cuenta a la Corona. Los españoles leales al régimen al rey, lo apresaron, pero el pensamiento libertario prendió, tal y como se verá en 1809, en la ciudad de Valladolid (hoy Morelia), donde se gestó la conjura independentista; aunque ya en Querétaro, Dolores (luego sería de Hidalgo) y San Miguel El Grande (de Allende después), Guanajuato, asociaciones de criollos no sólo simpatizaban con el futuro movimiento, sino que colaboraban económicamente con la causa.

En esa asociación secreta estaban como es sabido, Ignacio Allende, Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz, Miguel Hidalgo y Juan Aldama, entre otros. Sin y al tener conocimiento de ello, las cabezas visibles del movimiento, Hidalgo y Allende, urgieron el levantamiento para la madrugada del 16 de septiembre de 1810; don Miguel, arengó a los pobladores de Dolores, organizando un contingente mal armado pero que pudo tomar las ciudades de Celaya, Guanajuato y Valladolid (hoy Morelia). Camino de la capital de Nueva España, el grupo insurgente derrotó a los realistas, en el paraje conocido como Monte de las cruces. Después de esa victoria, y dada la diferencia en armamento, entre ejército realista e insurgentes, Hidalgo consideró, suicida entrar a la capital, arriesgando a sus hombres a un encuentro desigual y optó retirarse al Bajío, sin pensar en que una columna de soldados lo derrotaría en ese trayecto. Días después les fueron arrebatadas las plazas de Querétaro, Valladolid, y Guanajuato; en esa confusión de desanimo, determinó replegarse a Guadalajara. Derrotados nuevamente por Félix María Calleja, los insurgentes tomaron camino del norte. Pero Calleja no descansó hasta capturar a los principales jefes del movimiento y fusilarlos; habían transcurrido solo nueve meses, de iniciado el movimiento, para entonces Allende, Jiménez, Aldama e Hidalgo, habían pagado con su vida, la osadía de soñar con emancipar a Nueva España. Pero el movimiento había prendido en la conciencia de la población; estaba más latente que al principio. Morelos interpretó cabalmente el pensamiento liberal de Miguel Hidalgo. Atizó la lucha, dominando la región de Tierra Caliente. Sobreponiéndose a la tropa realista entró victorioso con sus hombres a Tehuacan, Oaxaca y al puerto de Acapulco.

Corría el año de 1813, Morelos consideró pertinente apresurar el paso en la conformación de la República independiente y así lo declaró en el Congreso de Chilpancingo, previamente convocado. Calleja embistió contra la insurgencia, derrotándolos en varios frentes. Dos años después, de haberse declarado la república mexicana (1815, el generalísimo José María Morelos y Pavón fue capturado y fusilado. Entonces inició una guerra de guerrillas, que puso en jaque a los realistas. Juan Ruiz de Apodaca sustituto de Calleja, propuso el indulto a todo aquel que depusiera las armas en contra de la Corona. Sus fuerzas capturaron a Nicolás Bravo, Ignacio Rayó, Manuel Mier y a Javier Mina, no logrando atrapar a Guadalupe Victoria que se refugió en la selva de Veracruz. Solamente Vicente Guerrero se sostuvo en la lucha. En 1820, el rey de España, Fernando VII, previendo tal vez los acontecimientos, aflojó un poco, aceptando la Constitución de Cádiz, que limitaba su poder y otorgaba ciertos derechos a los habitantes de Nueva España, cuando ya se vislumbraba la alianza entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero para consumar la Independencia, que daría pie a una Nueva Nación.

*Historiador y locutor.

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