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Fray Bernardino de Sahagún notable y luminoso educador

Por domingo 20 de mayo de 2012 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchís*

Contaba noventa años al morir. Había nacido el año de 1500 en la Villa de Sahagún, del reino de León, España. Dejó de existir en el convento de San Francisco de la ciudad de México.

¿Quién fue realmente fray Bernardino de Sahagún? Su nombre de pila fue el de Bernardino Ribeira.

Sus biógrafos lo pintan como un varón de elevada estatura y muy armónico en su aspecto físico, así como hombre de apacible carácter.

Tras aprender las primeras letras en su villa natal pasó a estudiar a la prestigiosa ciudad de Salamanca. Ahí tomaría los hábitos franciscanos.

No cumplía los treinta años de edad cuando llegó a México en compañía de aquellos diecinueve frailes que trajo a estas tierras fray Antonio de Ciudad Rodrigo.

Fray Bernardino, mente dotada para el aprendizaje de las lenguas, lo primero que hizo al llegar a la Nueva España fue consagrarse al estudio del idioma náhuatl, por lo que muy pronto se convirtió en un distinguido nahuatlato. Ya desde que venía por alta mar amistó con unos naturales de los que habían sido llevados a España y que regresaban con él a México.

Ahí, con ellos, empezó a aprender algunas palabras en la lengua de Moctezuma, idioma que de inmediato lo enamoró. Al llegar a estas tierras se instaló en Tlalmanalco. Todavía, si visitamos dicho municipio, del Estado de México, encontraremos el convento franciscano donde fray Bernardino oró y estudió durante los primeros años de su vida en México. Por cierto que en el convento franciscano de Tlalmanalco podemos admirar una original capilla decorada con relieves de personas, plantas y animales entrelazados y una escultura impresionante a la que se conoce con nombre de “Cristo Rumbo al Calvario”.

Interesante visitar este histórico convento hoy en día.

Junto con su consagración a la oración y al estudio, fray Bernardino, gustosamente, dedicaba parte de su tiempo a la exploración, que es una forma práctica de estudiar. Así que, mientras oraba, exploraba.

Un día dejó el convento de Tlalmanalco y realizó una expedición al Popocatépetl y al Iztaccíhuatl para luego continuar, con los pies descalzos, por todo el valle de Puebla.

Tras recorrer y conocer el valle, comiendo de lo que encontraba a su paso y durmiendo tras la puesta del sol, sus caminatas eran de sol a sol, llegaría hasta Michoacán, por donde anduvo a capricho de la suerte y conviviendo pacíficamente con los naturales, quienes, de inmediato, lo respetaron y admiraron, maravillados al escucharlo hablar a la perfección sus lenguas, ya que su don de lenguas era realmente extraordinario, pues se le hacía muy fácil aprender cualquier lengua extraña, que muy pronto hacía suya.

Hay que recordar que en la geografía que hoy se circunscriben los Estados Unidos Mexicanos se hablaban entonces ciento veinticinco lenguas diferentes, tal como lo registra don Francisco Larroyo, nuestro más que admirable pedagogo e historiador, en su “Historia Comparada de la Educación en México”, página 54, por si el lector amigo desea mayor información sobre el tema.

Tras deambular aprendiendo durante un tiempo entre los naturales fray Bernardino retornó de nuevo a la vida conventual y pasó a ser guardián del convento de Xochimilco.

Posteriormente, en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, enseñó a los jóvenes indígenas nobles latín.

Ahí, en el colegio de Santa Cruz, fue precisamente donde comienza a escribir su importante obra histórica y documental, ya que el trato con los nobles y cultos jóvenes y, en especial, con los sabios ancianos indígenas, le permitieron conocer tradiciones y hechos del pasado prehispánico de alto, vivo y valiosísimo interés.

Fray Bernardino escribía con la misma facilidad y perfección la lengua de Miguel de Cervantes, la de Marco Tulio Cicerón y la del rey-poeta Netzahualcóyotl.

Fueron muchos los textos iluminadores que nos legó. Nos dejó desde un Sermonario, es decir, una serie de sermones, a una “Vida de San Bernardino de Sena”, así como una “Doctrina para los Médicos”, ya que estaba muy interesado en humanizar a los galenos.

Escribió también un “Vocabulario trilingüe” en español, latín y náhuatl y su obra monumental como historiador: “Historia General de las Cosas de la Nueva España”, donde quedan registradas las costumbres, artes y creencias de los antiguos mexicanos.

Harto valioso es el aporte cultural de fray Bernardino de Sahagún que, como muy bien se ha dicho fue en sí “un monumento de inteligencia y laboriosidad”.

Cuesta creer que su obra mayor no se publicara sino trescientos treinta y nueve años después de su muerte. Tres siglos, más treinta y nueve años, esperó inédita, hasta que por fin fue impresa en 1829.

Justo es recordar hoy, y continuar recordándolo mañana, a Bernardino Ribeira, fray Bernardino de Sahagún, aquel sabio fraile franciscano con el que por siempre estaremos en deuda.

*Poeta y periodista andaluz.

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