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TEÓFILO NORIS El último héroe de Chapultepec

Por domingo 22 de abril de 2012 Sin Comentarios

Por Óscar Lara Salazar*

“—Alto! ¿Quién vive?

Que momento aquel! Pensamos en un segundo en los nuestros, en el hogar, en los amigos, en la patria, en el honor…Y un aliento de gloria nos trastorno, nos embriago, y, anonadados, corrimos a las armas, volamos sobre las cajas de parque, tomamos nuestras posiciones y no hicimos esperar la respuesta a los primeros tiros de la fusilería enemiga…” Con estas palabras inicia su relato, el último de los sobrevivientes de la gesta heroica de Chapultepec en 1847, el sinaloense Teófilo Noris.

Alejandro Hernández Tyler, logro conseguir entre sus descendientes, unos apuntes donde el compañero de los niños héroes, describe como se batió con honor patriótico y gallardía sin igual en la defensa del castillo, que era la defensa misma de la patria aquel 13 de septiembre de 1847.

Teófilo Noris nació en la ciudad de El Rosario, Sinaloa, un 9 de enero de 1829. Cuando apenas contaba con 16 años de edad ingresó al colegio militar, y muy pronto tendría que medir su valor en el juramento de honor militar porque en tan solo dos años se presentó la invasión de los americanos a México.

“A nosotros se nos había confiado la guardia del Hospital de Sangre. Este se encontraba situado al lado oriente de Chapultepec. En el occidente del colegio, que estaba defendido por la primera compañía, al mando del general Monterde, el tiroteo había principiado desde por la mañana del día 13. Los de la segunda, que éramos cuarenta alumnos, cuatro cabos y yo, que era el sargento, no habíamos sido molestados en nada. Como a las 12 del día, recibimos aviso de que la posición llamada “Caballero Alto” se había rendido y que ya los americanos se dirigían a nosotros. El oficial de nuestra compañía, Miguel Poucel, nos ordenó inmediatamente ponernos sobre las armas.

Lo recuerdo perfectamente. Era Andrés Mellado quien estaba de centinela avanzado, y quien, entre la emoción profunda que nos embargaba a los cadetes, dejó repercutir el esperado grito:

—Alto! ¿Quién vive?

Dirigió esa defensa como un león… Sobre los parapetos estábamos inmóviles, cargando los fusiles y veíamos al centinela, sonriente, que se detenía de cuando en cuando para contestar alguna bala que cerca le pasaba, silbando siniestramente. Y había un muchacho — que diablo, valla que era valiente!— que siempre se distinguió en el tiro al blanco, y allí tras su parapeto, parecía muy divertido en cazar americanos.

En este mismo tenor relata, don Guillermo Pieto en sus memorias- habían muerto luchando como leones Xícoténcatl y sus soldados. El general Santa-Anna seguía con ansiedad las peripecias de aquel encuentro formidable. De pronto vio venir hacia la puerta a un soldado; le pareció un desertor, un cobarde; el soldado daba pasos largos y precipitados; estaba pálido y brillaban sus ojos como llamas.

—¡Bribón! ¡Cobarde! Le gritó Santa-Anna; fuera de sí de ira. ¿Dónde está tu coronel?

El soldado hizo alto; vio a Santa-Anna; sin decir palabra, rodaron dos lágrimas de sus ojos; quitó la mano de sobre su pecho despedazado por las balas y cayó muerto frente al general.

De pronto –retoma el relato Noris- oímos al centinela que gritaba:

—Relevo! Estoy herido!

Se le relevó, luego; estaba ligeramente rozado por una bala en el carrillo. Poucel dirigió esa defensa como un león. Vaya si era bravo Poucel! Era de vérsele multiplicándosele en los sitios de mayor peligro, alentándonos, infundiéndonos ánimo, cargando personalmente los fusiles, haciendo fuego certero. De pronto, oí a alguien que me llamaba. Era Poucel.

—¡ Sargento! -me dijo-. Deje usted de tirar. Ocúpese en cargar las armas de los muchachos, porque estos malvados nos acosan por todos lados.

Entonces tomé lugar cerca de cuatro cajas de parque que teníamos, y comencé‚ a cargar fusiles y a llenar cartuchos. No llevaba mucho tiempo en esa tarea, cuando vi aparecer, por la puerta del “Rastrillo”, a cerca de 150 hombres, los cuales comenzaron a hacer fuego, un fuego de infierno. A poco aparecieron otros ciento cincuenta, que redoblaron su ataque sobre nuestras posiciones. Notaba yo que las cajas de parque quedaban vacías por momentos, cuando se acercó nuevamente Poucel y me dijo:

—¡Sargento, los muchachos aflojan!

—Hay razón —le contesté‚— el parque se nos ha agotado.

No entregamos personalmente las armas…

El general Monterde no podía trasmitirnos sus órdenes en aquellos momentos, porque estaba preso en la parte occidental del colegio… Los tiros estaban agotados y la rendición se imponía. Agustín Melgar no estuvo conforme y se fue a encerrar a la biblioteca. Después, cuando entraron los americanos, los recibió a balazos y mató a uno de ellos. El también fue herido. Después de que sufrió la amputación de una pierna, murió.

Al rendirnos no entregamos personalmente las armas. Poucel nos ordenó las colocáramos en la tierra y el hizo lo mismo con su espada. Al acercarse a donde estábamos las fuerzas del general Smith, subió primero sobre el reducto un joven oficial americano.

Inmediatamente se dirigió a nuestro oficial, exigiéndole rindiera su espada. Poucel nada dijo y solamente, con altivo gesto, le señaló el arma, que se encontraba en el suelo.

—Si quieren recogerlas —nos dijo— que se inclinen a tomarlas; nosotros jamás se las entregaremos.

Después fuimos encerrados en los dormitorios de Chapultepec y al día siguiente se nos condujo a Tacubaya, en donde negamos juramento de no tomar las armas contra la invasión. El día 15 se nos puso en libertad, en México, a condición de no salir de la capital…Montes de Oca, que murió a mi lado; a Suárez, a Hilario Pérez de León, a Escutia, a Pablo Banuet, a Agustín Melgar…”

El día 29 de agosto de 1909, en uno de los tantos domicilios de la Ciudad de México, cuando se hallaba cerca de cumplir lo 81 años de edad finó don Teófilo Noris, se apagó aquella luz que tanto brilló para orgullo de esta tierra, al morir el único sinaloense partícipe de aquella gesta heroica, y el último de los sobrevivientes que participaron en la misma.

En el primer centenario de aquella histórica batalla, el Ayuntamiento del Municipio de El Rosario colocó una placa en las paredes de la que fuera la casa donde nació el héroe, alusiva a la fecha, lo mismo que le impuso el nombre a una calle de esa municipalidad, la comuna de Culiacán también tributó sus méritos al ponerle su nombre a una de las céntricas calles de la ciudad capital.

*Cronista de Badiraguato.

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