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El valle de Navito en el periodo colonial tardío

Por domingo 22 de abril de 2012 3 Comentarios

Por Gilberto López Castillo*

El área comprendida en el valle del río de Navito –que integran el pueblo del mismo nombre, así como los de Quilá y Tabalá- adquirió importancia a fines del periodo colonial al estar localizado relativamente cerca de los reales de minas de El Cajón, Palo Blanco y Cosalá, cuya población en aumento representaba un importante mercado para los productos agropecuarios y marinos. De hecho, el poblamiento de asentamientos como Vizcaíno, El Bichi, Las Mesas, así como Carrizal y Llano Grande, Tecomate, La Isla de las Guayabas y Lucenilla se explica en el contexto de la actividad minera y su cercanía con los pueblos de indios.

Precisamente por estos años algunos pueblos recibieron un número considerable de población no indígena, que por lo demás, tradicionalmente había tenido intereses en el área, sobre todo en las pescas y salinas. Esta situación se acentuó en la década de 1780 en que se estableció en la iglesia del pueblo de Quilá un cura nombrado desde San Miguel de Culiacán. Posteriormente, su erección en curato en 1801 dio a ésta iglesia, jurisdicción en los pueblos y una diversidad de ranchos vecinos, incluyendo el real de minas de Palo Blanco.

Habría que destacar el conglomerado de más de 20 ranchos en las cercanías de los pueblos del valle, surgidos en su mayoría en el siglo XVIII. Desde la perspectiva de los pobladores hispanos, el carácter de subsistencia de la agricultura indígena no permitiría cubrir las nuevas necesidades alimenticias. En cambio, la obtención de sus tierras por los vecinos hispanos permitiría integrarlas a la producción destinada al mercado, sobre todo si tomamos en cuenta que la población no indígena de la provincia de Culiacán casi se duplica entre 1759 y 1790.

En el caso del rancho de San José de la Cruz, localizado junto al río de Navito, entre los pueblos de Quilá y de Navito, propiamente, intervinieron tres personas de distinta condición social: Ignacio José de Osuna, principal de la república del pueblo de Quilá; Diego Felipe, natural del pueblo de Navito y posteriormente, don Eusebio de Cárdenas, vecino español del pueblo de Quilá.

Osuna y Diego Felipe disfrutaron de la posesión del mencionado rancho en forma unida desde antes de mediar el siglo, aunque tenían bien definidos los límites entre sí. En 1763 don Joseph Álvarez, juez subdelegado de tierras, a petición de los interesados procedió a realizar las medidas del mismo: un sitio de ganado mayor y tres cuartas partes de otro. Los indios de Quilá realizaron en el transcurso de las medidas un convenio con Osuna, en el que obtuvieron las tierras que anteriormente éste había usufructuado, otorgándole en cambio tierras en la otra banda del río, entre las pertenencias de Quilá y Tacuichamona. En 1775 obtuvieron los títulos de merced en forma.

Entre las actividades económicas realizadas por don Eusebio de Cárdenas, mencionaré aquí la de prestamista, pues al no poderle pagar Osuna una deuda contraída le valió para introducirse en las fértiles tierras ribereñas entre Tabalá y la desembocadura del San Lorenzo, mismas que durante el siglo XVIII habían pertenecido de forma exclusiva a la población nativa.

Así como en el caso de San José de la Cruz, otros propietarios indígenas perdieron en los años finales del periodo colonial las tierras que habían logrado en los años precedentes. El caso más notable es el de “los Quevedo” familia de indios principales del pueblo de San Pedro Comoloto que adquirieron a principios del XVIII los predios del Tecomate y la Isla de las Guayabas, en las cercanías de Quilá. Esta propiedad se encontraba justo en el litoral, zona de las pesquerías realizadas por los pueblos de indios, incluyendo los de Tabalá y Tacuichamona, que junto con Quilá disfrutaron de su explotación en arreglo con los dueños del suelo. En este caso, la venta fue ya en la cuarta generación de propietarios, en beneficio de don Eusebio de Cárdenas, a la sazón, el mayor propietario rural del valle de Navito.

Otro caso en el mismo pueblo tiene que ver con las cofradías. Durante el siglo XVIII la comunidad indígena de Quilá había mantenido una cofradía con el nombre de la Señora de la Limpia Concepción, la cual se tenía poblada con casa, corral, ganado mayor, caballada y mulada. Posteriormente, en 1790 el bachiller don José Mariano Martínez de Castro, cura y vicario, juez eclesiástico del pueblo y su jurisdicción, fundó otra cofradía, la del Santísimo Sacramento, que reunió 70 vacas donadas por el vecindario español.

Las tierras en que estaban asentadas estas cofradías no habían sido tituladas, aunque los indios de Quilá tradicionalmente las habían utilizado. Fue en 1797 en que por denuncio de don Juan de los Santos y Urrea, vecino y residente de Quilá se realizó la medida de las mismas, aunque al ser llevadas a pregón y almonedas en Arizpe, se remataron a favor del cura y vecindario del pueblo de Quilá.

La mención al “vecindario” de Quilá no se refería precisamente a los indios del mismo, cuyo corto número y pobreza no les habría permitido presentar tal puja, sino a los vecinos españoles recientemente allí asentados, pero sobre todo a los rancheros del entorno, cuya lista era encabezada por el mismo don Eusebio de Cárdenas, quien desembolsó el total de la suma mencionada, ante la negativa de los veintisiete vecinos restante, según quienes habría de pagarse con fondos de las obras pías. Después de esto las cosas fueron más fáciles para Cárdenas, al desistir los vecinos y el cura de la acción que les correspondía. Destaca aquí la ausencia de los indios del pueblo, a quienes les fue medido su fundo legal, antes de hacerlo con el realengo, que pasó a manos de don Eusebio.

La fundación de la cofradía significó para el pueblo la legitimación de una situación que de hecho se había presentado desde las décadas precedentes, como es la entrada en la antigua comunidad indígena de pobladores hispanos. Asimismo, el establecimiento formal como curato en 1801 dio al pueblo de Quilá un carácter prominente en su carácter de centro de administración religiosa al convertirse en punto de reunión del vecindario del entorno.

*Profesor e investigador del Instituto Nacional de
antropología e Historia gilbertohistory@gmail.com

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