Nacional

Las golondrinas y los adioses de Ricardo Palmerín

Por domingo 1 de enero de 2012 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchís*

El dolorido y doliente adiós, entre vuelos y revuelos nostálgicos, de angustiosas golondrinas, rompe sonora y melodiosamente el corazón de quienes escuchan las canciones de Ricardo Palmerín, compositor yucateco y profundamente humano e intensamente universal.

En sus canciones, lo mágicocósmico y bellamente poético, es una constante felizmente inevitable, como sucede en los grandes amores fatales.

Hay cierta fatalidad en esas letras musicalizadas por Palmerín, pero que digo letras. En verdad son estremecidos y estremecedores poemas. Esos poemas ataviados de música por Palmerín y convertidos en canciones los escribieron sentidos y grandes poetas, como fueron: Antonio Mediz Bolio, Ricardo López Méndez, José Peón del Valle, José María Covián Zavala, Luis Rosado Vega, José Esquivel Pren y Arturo Peón Cisneros.

Sin duda los más altos y hondos poetas yucatecos de su tiempo colaboraron con sus inspirados poemas para que Ricardo Palmerín diera vida a sus canciones. Esas canciones por igual de ambos, es decir, del poeta, autor del poema en cuestión y del compositor al engalanarlo con su música.

Escuchar “El rosal enfermo” nos produce un estético placer, pues es un placer siempre ver unidas la belleza y la emoción de la palabra con la emoción y la belleza de la música.

En las canciones de Palmerín advertimos el dominio poético de sus autores.

Nos admiran y seducen los versos de doce sílabas, tan escasamente cultivados por los poetas de nuestra castellana lengua, donde prevalecen los de ocho, los de once y los de catorce. Ahí, la musicalidad del verso, se une a la melodía y se crea, podríamos, una doble música. Y es que tras cada canción de Palmerín está el aliento de todos los admirables y sentidos trovadores yucatecos: la memoria recreada de los versos de Juanes Domínguez, de Milk, de Chan Gil y de Huay Cue.

Sí, late toda una cultura milenaria en esas donde se respiran vuelos y revuelos de golondrinas y estremecidos adioses.

La presencia de las golondrina es determinante:

“Llegaron en tardes serenas de estío/ cruzando los aires con vuelo veloz,/ en tibios aleros formaron sus nidos,/ sus nidos formaron piando de amor.”

¡Cuánta poesía musicalizada en las canciones de Palmerín!

Canciones que al escucharlas nos conmueven el alma y nos dejan temblando en el epicentro de la emoción trascendida.

La obra musical de Palmerín es vida y sentimiento puro donde se siente la pérdida y la huida constante que es el vivir:,

“Me trajo el invierno su niebla sombria,/ la rubia mañana, llorosa se fue:/ se fueron los sueños y las golondrinas,/ y las golondrinas, se fueron también.”

Las golondrinas, esas golondrinas yucatecas, aladas de sentimientos, no cesan de revolar por las canciones de Ricardo Palmerín y sus poetas.

Golondrinas que nos hacen llorar con los rosales enfermos. Llanto de salvación en donde las rosas y las almas se hermanan:

“Entre las almas y entre las rosas,/ hay semejanzas maravillosas,/ las almas puras son rosas blancas/ y las que sangran son rosas rojas/ y si en tus sueños, un alma arrancas/ es una rosa que cruel deshojas.”

Versos y notas donde las lágrimas se unen añorantes.

¿Quién las resiste ante tales embates? ¿Quién puede escuchar sin estremecerse hasta el hueso esas canciones del maestro Palmerín? Gran emotivo él. Gran romántico y también, aunque parezca una paradoja, lógico y fluidamente natural. Ello por sobre el tiempo que le tocó vivir: finales del siglo XIX y mediados del XX.

Ricardo Palmerín Pavía llegó a este mundo en Tekax, Yuc., el año de 1887. Murió en la ciudad de México en 1944.

No pocas de sus canciones son cuadros vivos de su tiempo detenidos en el verso y la nota.

Pensamos por un instante en el año de 1918, cuando visita Yucatán una joven periodista que ni siquiera hablaba español: Alma Reed, quien seduce al gobernador socialista Felipe Carrillo Puerto. Éste solicitaría a Palmerín que compusiera una canción para Alma Reed. Nace “Peregrina”:

“Peregrina de ojos claros y divinos./ y mejillas encendidas de arrebol,/ mujercita de los labios purpurinos,/ y radiante cabellera como el sol.”

La letra, el poema, como es bien sabido, surgió de la pluma de Luis Rosado Vega. Canción entrañable de saludo y adiós, como la misma vida que, desde el instante mismo del nacimiento o aparición, es en sí exactamente saludo y adiós:

“Peregrina que dejaste tus lugares/ los abetos y las nieves, y la nieve virginal,/ y viniste a refugiarte en mis palmares,/ bajo el cielo de mi tierra, de mi tierra tropical.”

Una vez más se destacan aquí los versos de doce sílabas:

“Cuando dejes mis palmares y mi tierra,/ peregrina del semblante encantador,/ no te olvides, no te olvides de mi tierra,/ no te olvides, no te olvides de mi amor.”

Adioses y más adioses y golondrinas y más y más golondrinas en vuelo y añorante caricia, como la canción y el poema demandan cuando se unen en una sola voz y un solo corazón eternamente enamorado, como lo fue el de Ricardo Palmerín Pavía, hijo legítimo de madre y padre.

*Poeta y periodista andaluz.

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