Nacional

Grandeza y Extinción

Por domingo 4 de diciembre de 2011 Sin Comentarios

Por Víctor Roura*

1. Sólo, en efecto, porque vivimos en tiempos de inconsolidación musical, con redes sociales que celebran canciones inútilmente transitorias pero espontáneamente celebrables, es que podemos entender la salida de una grabación como ¡Por mi culpa! de Chavela Vargas, que Discos Corasón, con manufactura impecable —como es costumbre suya—, ha puesto en el mercado. Digo, en un momento en que artistas como Julieta Venegas, cuya simpatía, ni modo, no empata con su voz negada —hasta ahora— a la perfecta entonación rítmica, puede vender (por supuesto con el enfático impulso mediático) exitosamente compactos y permanecer en la radio semanas enteras, ganar cuantos premios existan de la industria discográfica y ofrecer millonarios conciertos masivos, ¿por qué no habría Chavela Vargas, una institución contracultural del país, presentar en un disco ocho canciones donde, ¡ay!, se desvirtúa a sí misma con memorables cánticos desafinados, producto de su longeva edad? Con la maqueta de Discos Corasón ya Ray Cooder y Paddy Moloney, en el interesante disco San Patricio (Blackrock Records, 2010), nos habían dado un amargo adelanto de lo que estaba por venir: Chavela Vargas no recreándose, sino parodiándose… de manera involuntaria. Su nueva versión a la pieza “Luz de luna”, de Álvaro Carrillo, es lamentable por esas salidas guturales incontroladas de su garganta. Los recovecos o deslizamientos inoportunos, intempestivos, de su cálida voz no son, en definitiva, gratos, sobre todo si tenemos presente que esta gran cantora —de muchos modos en sentido inverso a las vocalistas tradicionales como Lola Beltrán, Lucha Villa, La Tariácuri o Flor Silvestre, más apegadas a los cánones del ranchero convencional— ha dejado severos, audaces, compensatorios y afortunados discos. Porque esta señora, que ha conmemorado sus nueve décadas de vida con una grabación insólita, vaya si no ha sabido cantar. ¡Pero, Dios, yo no quisiera escuchar en un disco a un desafinado nonagenario Neil Young! ¡No podría aceptar a un octogenario Joaquín Sabina resbalando, resoplando, maltratando, violentando, descuartizando con su voz viejas adoradas canciones! Y, sin embargo, ¿será capaz la querencia de hacer notable lo fallido? El disco de Chavela, creo, es apreciado más como una reliquia que como un objeto de valoración musical. Porque aunque la gente que acompaña a Chavela cumple a cabalidad con su cometido, ella extravía sus dotes originarias. Asunto que no hizo, digamos, Compay Segundo, quien pese a su avanzada edad se negó a grabar un disco defectuoso: nunca se expuso a su propio espejo deformante, su voz jamás sufrió fonográficamente la mínima cuarteadura. No otorgó al espectador ninguna posibilidad de dudar sobre su destreza vocal. No ha ocurrido así con nuestra Chavela. De ahí que la pregunta surja indetenible, avasalladora: ¿era necesaria esta exposición autoacusadora, este homenaje convulsivo, aterradoramente contra sí misma?

2. Empero, dice la cantora que quería hacer un disco único por una vez en la vida. E independientemente de los tratos misóginos y esclavizadores de la industria discográfica, no podemos negar que hay discos insustituibles de Chavela —que no le hayan redituado dinero a manos llenas por la cicatería empresarial es muy otra cosa—, como su homenaje a José Alfredo Jiménez (Orfeón, 1998) o esa otra joya que hace un lustro produjo y distribuyó la Universidad de Guadalajara: Cupaima, que dirigió y musicalizó el talentoso Jorge Reyes, ya desaparecido, y donde podemos oír (¡a sólo cuatro años de distancia de este desafinado disco del que hablamos!) todavía a una vigorosa Chavela Vargas, entonada y centrada en las melodías, si bien recurrió a la oratoria cuando no le fue posible alcanzar cotas altas, lo que habla correctamente de la astuta visión de Reyes, que no quiso incomodar a Chavela ni a los posibles espectadores. ¿No fue ése acaso un disco único? ¿Quién se hubiese imaginado a Chavela Vargas con fondo instrumental prehispánico? ¿Qué hace de un disco su aprecio último: la música o quien la anima? En el caso de Julieta Venegas, por ejemplo, es lo segundo, además de la impronta mediática. Y es lo que ha sucedido en los tiempos recientes con gente de aparador como Luis Miguel o Paulina Rubio, catapultados por la gran industria mediática, donde lo de menos es el conocimiento y lo de más la abultada fama: ¿a quién diablos le va a importar que los discos de Luismi y de Pau sean fácilmente olvidables si lo trascendental es todo lo que en torno suyo acaece? En cambio, un disco como el de Chavela Vargas sí conmueve porque estamos ante una cantora sobresaliente, que ha sabido hacer música y ponderado composiciones inesquivables. Porque lo que importa en ella son precisamente los discos y no los chismorreos en derredor suyo. Y por eso esta vez —y que la advertencia no sea una imprudencia— más nos valdría, desde un primer momento, armarnos de valor para considerar a este objeto discográfico no como una pieza fundamental de arte sonoro sino como una especie de recordatorio de la grandeza [ahora naturalmente] extinguida, a la que tienen derecho, tal vez (no sé hasta qué punto), los que un día fueron grandes en la vida por su imbatible resistencia y serenidad creativas…

*Periodista y editor cultural.

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