Nacional

La jalisciense… birriería (Cuento)

Por domingo 25 de septiembre de 2011 Sin Comentarios

Por Alberto Ángel “El Cuervo”*

El ambiente dentro de la birriería “La Jalisciense” es, como siempre, festivo… Las mentadas de madre hablan de camaradería y el olor de carne de chivo se mezcla con la cebolla, el tequila de “los vaqueritos” y las quesadillas de frijol que parece gustarles tanto. Su desarrollada capacidad para cortar la carne con el único instrumento a manera de cubiertos, una cuchara de latón, se despliega haciéndome sentir como honrosa parte de los comensales cotidianos que mostrando gran conocimiento de la birria piden en su plato (grande o mediano, no hay chico) partes determinadas del chivo o la ternera: espaldilla, peinecillo, costillar…

El primer “vaquerito”, hace estragos en Valente; pero no obstante el gesto amargo después del primer trago, extiende el brazo con la botella de “pecsi” en el puño para que le pongan el chaleco al vaquerito después de haber consumido el sombrero… Los demás festejan la hazaña y rellenan el envase con otra buena dosis de tequila para completar el chaleco… Misma operación, mismo festejo, y el brazo vuelve a extenderse para poner el pantalón, las botas y las espuelas hasta que “el vaquerito” queda debidamente vestido y dentro del estómago de Valente que con un “¡Ahhhhh!” sonoro y antojadizo, da a entender que el tequila “lo prendió”. Al levantarme para sacar una “Fanta” del refrigerador, hago conciencia de que no hay una sinfonola… “¡Qué raro! Es algo que no debería faltar en un lugar como este…” y la respuesta a mi duda, se produce de manera cuasi mágica al sentarme de nuevo y llevarme a la boca la cuchara de latón con el pedazo de espaldilla que logré arrancar adecuadamente… Un chillido que intenta ser melodía, me suena conocido y al volver la vista, me encuentro con un violín situado de canto y pegado al cachete izquierdo de un ranchero que alterna los chillidos de las cuerdas del violín, con los chillidos de las cuerdas que en algún lugar de su garganta deben conservarse en parte mínima… Entre los crescendos y diminuendos del maestro, trato de identificar la canción… Me resulta difícil lograrlo, porque la música se parece a todas, y la letra se pierde entre la intención que pone para la séntida interpretación que el ranchero intenta proyectar en esos crescendos y diminuendos que impiden la dicción adecuada para entender los versos. Ya casi al final, me doy cuenta que ha estado cantando los versos de “El Chubasco”… ¡Ahhhh..! Qué delicia transportarse en el tiempo por medio de esa canción pésimamente interpretada con esa voz que en algún paraje del camino que los huaraches del músico recorrieron, se quedó desgarrada entre espinas de agave azul tequilana… “como a las once se embarca lupitaaa/ se va a embarcar en un buque deee vapor/ y yo quisiera formarle un chubascooo/ y detenerleee su navegación”… La canción finaliza y el ranchero se quita el sombrero agradeciendo la ovación que solamente existe en su mente soñadora… Al no haber aplausos, se coloca el viejo violín bajo el sobaco sudado de su camisa de mezclilla y con el sombrero en la mano, va acercándose a cada una de las mesas con un “¡Gracias, patroncito!” que se antepone a la propina… Con cara de antojo, se resigna a marcharse de la birriería sin que nadie la haya invitado un taco que muy probablemente le hubiese sabido mejor que toda la propina junta… Y aunque me queda un sabor de injusticia en el corazón, yo tampoco soy capaz de condolerme de su hambre antigua… Tan antigua quizá, como el instrumento con el que busca su sustento… No pasan ni quince minutos, cuando un trovador con la guitarra cubierta por estampas de sonrics, de dóminos pizza y tres o cuatro más grandes y con efectos luminosos de la virgen de Guadalupe, se acerca con un aire de caballero y el pelo engominado y la corbata arrugada y grasienta bajo el cuello tiznado de una camisa que se rehusa a abandonar las arrugas y mantiene orgullosa las puntas del cuello apuntando hacia el sol… “Juan Penas”, pienso inmediatamente y sonrío… El trovador, con todo un discurso que intenta ser elegante, se acerca a las mesas ofreciendo su cantar entre acordes desafinados de su maltratada guitarra… “Mire usted, tenemos El Reloj, Nosotros, Amor perdido y también las nuevas de Luis Miguel… Y las que haiga que inventar pos las inventamos… El chiste es que el cliente quede satisfecho…” Nadie le hace caso no obstante su perorata… Intenta una vez más capturar la atención del “amable público” iniciando con un trémolo impresionante en la voz triste y tan arrugada como la camisa, aquella canción: “Dicen de mi/que yo he sido un libro abiertooo donde mucha gente ha escritooo no hagas caso nada es ciertoooo… “ Al no encontrar la más mínima emoción como respuesta entre los comensales mañaneros, descuelga la guitarra del vistoso talí tejido con aquellas tiritas de plástico con las que fabricábamos llaveros, forros para plumas y figuras tan complicadas como la intención de impresionar a las chamacas fuera… Da el trovador un último vistazo para comprobar que nadie requiere sus servicios y con un “Muchas gracias, caballeros, estoy para servirles” se retira en un ridículo ademán majestuoso… Miró la cara de los presentes… Valente, como es su costumbre, ya está cantando con todas las desafinaciones posibles, alguna canción de los nuevos éxitos de la radio que se acaba de aprender para incorporarla a su repertorio sin importarle si la gente le escucha o no… Los demás, siguen dando cucharazos al chivo en sus diferentes versiones para arrancarle de cuajo los pedazos de birria que se llevan a la boca entre mentadas y carcajadas… Pero al final de la canción, festejan con aplausos y gritos a Valente como si le hubieran puesto la atención del público de un concierto en el Metropolitan Opera House… Ahora, ya sé por qué no hay sinfonola en la birriería… La sinfonola distraería la atención de los comensales y no les permitiría, por el ruido, la plática jocosa que caracteriza a la birriería “La Jalisciense” …

*Cantante, compositor y escritor.

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