Nacional

Una apetecible naranja cuarentona

Por domingo 14 de agosto de 2011 Sin Comentarios

Por Arturo García Hernández*

Cada año Hollywood atiborra las carteleras de prácticamente todo el mundo con películas kleenex (úsese y tírese), olvidables cintas de ocasión cuyo principal propósito es obtener la máxima ganancia en el menor tiempo posible. En la contraparte de ese cine, están los filmes que perduran en nuestra memoria, en nuestro gusto, en nuestra emoción; obras maestras –independientes o surgidas en el seno de la gran industria cinematográfica—que marcan un camino distinto, que muestran otras maneras de hacer cine, que se vuelven ejemplo y referencia.

Una de esas películas es La naranja mecánica (A clockwork orange), dirigida por Stanley Kubrick, basada en una novela de Anthony Burgess, y que este año está cumpliendo 40 de haber sido estrenada.

¿Es el ser humano “malo” por naturaleza? ¿Se puede y se debe corregir a toda costa la “maldad” innata del individuo en nombre del bien común? ¿Cuáles son los límites de la libertad? ¿Quién, cómo y por qué los decide?

Delirante, fársica, irreverente, provocadora, la “antiutopía futurista” que Kubrick lleva al cine aborda estos dilemas éticos, implícitos en la historia de Alex (memorablemente interpretado por Malcom McDowell), un joven megalómano, pendenciero y cruel, que va por la vida golpeando indigentes, tiranizando a sus padres y a sus propios amigos, violando o matando mujeres, torturando a ricos samaritanos que en mala hora decidieron brindarle ayuda.

Los actos de Alex no tienen otra razón aparente que un impulso hedonista y criminal. Las cosas parecen claras: hay un malvado que debe ser castigado. Pero cuando entran en acción las instituciones impartidoras de justicia y en nombre del bien común tratan de corregir la patológica violencia de Alex, terminan naufragando en las contradicciones y la hipocresía de quienes las dirigen.

Aquí es donde lo blanco y lo negro se confunden y el espectador queda atrapado en un conflicto de conciencia: ¿qué es preferible: la violencia del individuo o la violencia institucional?

Interesante en sí, la historia –y por ende la película—adquiere fuerza con el ya legendario tratamiento visual que le da Kubrick: los escenarios donde se mezclan y se alternan una ambientación futurista (por ejemplo, el Korova Milk Bar donde conspiran Alex y sus amigos) con atmósferas sórdidas y decadentes (como el paso a desnivel bajo el cual aporrean a un indigente).

La música también tiene una poderosa presencia en Naranja Mecánica, no sólo como telón sonoro sino incluso como protagonista decisiva. No entraré en detalles para no estropearles la experiencia a quienes no han visto la película y tengan interés en verla, pero en este aspecto sobresale la secuencia en la que Alex interpreta Cantando bajo la lluvia mientras hace de las suyas.

Obligada mención merece el lenguaje que Burgess emplea en su novela, que Kubrick lleva al cine y que, con las inevitables pérdidas del caso, se adapta a los subtítulos en español. Con la incorporación de neologismos y una sintaxis desquiciada, los diálogos entre Alex y sus cómplices alcanzan una dimensión lúdica y crudamente poética.

Stanley Kubrick quería que sus películas fueran, de entrada, una experiencia visual inolvidable para el espectador, pero al mismo tiempo consideraba que todo buen filme, en tanto arte, podía ser visto más de una vez, y en cada una descubrir detalles o aspectos inesperados (como ocurre con una buena pintura o con gran un libro).

Con motivo de los 40 años de su estreno, La Naranja Mecánica ha sido remasterizada y se ha vuelto a exhibir en algunos países. Ojalá pronto llegue a México. Sería buena ocasión para verla de nuevo o por primera vez, y corroborar las consideraciones del genial cineasta.

*Periodista.

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