Nacional

Amate… mágico lienzo universal

Por domingo 6 de marzo de 2011 Sin Comentarios

Por Alberto Ángel El Cuervo*

El mercado de La Ciudadela, siempre me ha pa­recido fascinante… Es un mosaico de colorido infinito en donde siempre existe la posibilidad de descubrir algo nuevo… Nueva artesanía, nuevos ar­tesanos, nuevas historias que se descubren a cada paso platicando con los maravillosos creadores que algunas veces abandonan la creatividad para convertirse en me­ros locatarios intermediadores en busca del beneficio económico del turista en turno… Pero de cualquier ma­nera, resulta fascinante sumergirse en ese arcoíris que tiene siempre aroma a México… Por un momento, me olvidé incluso del objetivo de mi visita en esa ocasión… Embebido preguntándome cómo logran ciertos colores, ciertos brillos, ciertas formas en la artesanía mexicana, analizaba un atrapanovias, ese juguete tan sencillo y tan entretenido y útil en la relación hombre mujer a cual­quier edad… “Qué le damos, mi señor… Lo que quiera le hacemos precio ¿eh?” “Gracias, ando buscando… Jajajaja… Ya ni me acuerdo qué andaba buscando…” “Pásele, mire, tenemos todas las artesanías, y lo mejor es que nosotros somos los arte­sanos, aquí se hace todo… Pásele, qué le ofrecemos, trabajos en latón, lacas, amate…” “¡Claro, amate, precisamente vengo buscando eso…! Enséñeme por favor hojas grandes de papel amate…” Al tener entre las manos ese papel tan antiguo en su técnica y su existir, dejé correr la imaginación hasta aquel entonces… Mil quinientos años antes de Cristo… Sí, desde 1,500 años a.C., ya existía el papel en Mesoamérica. Se dice que “La cantidad de papel consumida está en relación directa al desa­rrollo intelectual de una nación”… Tristemente, ese axioma no es significativamente válido en la actualidad… El papel se utili­za para fines mediáticos y estupidizantes… Pero en el antiguo México, el papel era destinado mayoritariamente al trabajo de los tlacuillo, los pintores, que eran encargados de realizar libros de toda índole, desde aquellos donde se llevaba la contabili­dad, hasta la consignación de los diversos eventos históricos de cada año, pasando por mapas, litigios, documentos científicos astronómicos, médicos, etc…. Los investigadores, nos dicen que cada año, llegaban a la gran México-Tenochtitlán, 480,000 pliegos de papel que para la época, era una cantidad inimagi­nable. Cuando llegan los españoles, existían miles y miles de libros en México, tesoro incalculable que lamentablemente destruyeron en gran parte en aras de la religión verdadera y la supuesta civilización. El papel en el imperio del Anáhuac, era de diversos calibres. Desde el papel extremadamente delgado parecido al actual papel de seda que se fabricaba de la hoja del maguey o del llamado líber de algunas plantas, es decir esa pe­lícula finísima que se encuentra por debajo de las cortezas, has­ta el papel amate grueso que conocemos en la actualidad y que era fabricado de la pulpa o bien de la raíz de algunos árboles de la familia de las higueras, conocidos con el nombre de copo en el área maya, y con el nombre náhuatl de amacuauhuitl en el resto del territorio mexicano. Esta palabra, amacuauhuitl, es compuesta por los vocablos: Amatl, que significa papel, carta o lo relacionado directamente con ello y quauitl que significa árbol. Para fabricar el papel mexicano, primero se desprendía la corteza de ramas más gruesas de esos árboles; luego, se ponían a remojar hasta reblandecer la corteza, acto seguido, se desprendía la parte externa de la corteza quedando así una pe­lícula que se llevaba a una plancha donde era golpeada con un batidor de piedra hasta lograr que las fibras fueran uniéndose entre sí. Una vez logrado esto, se ponía a secar para después ser recortados a la medida requerida. Algunas ocasiones, se so­breponían dos capas de fibras atravesadas, para conferirle al papel mayor resistencia y uniformidad. En el caso del papel que se obtenía del meitl o maguey, se desprendía primeramente de la penca, una delgada película que se llevaba posteriormente al proceso de aplanchado y secado quedando un papel finísi­mo que sigue realizándose en la actualidad aunque la mayoría de las veces con fines culinarios. Cuando prueben la siguiente ocasión esa delicia que conocemos como mixtotes, observen que la hoja que envuelve la carne adobada, es un fino papel de maguey, lo que le confiere al mixtote un sabor muy especial. El papel de maguey, que es de una gran calidad cuando se realiza como lo describo arriba, puede también fabricarse utilizando la penca completa macerada y aplanchada, obteniéndose así un papel más resistente. También llegó a utilizarse como papel en el antiguo México, la piel de algunos animales misma que se machacaba igual que la técnica de fabricación del papel de corteza y después se untaba con una especie de yeso para fi­nalmente pulirla y doblarla en una similitud a la construcción de un biombo. Cuando ya quedaba doblado perfectamente, se pegaban a los extremos, carátulas de madera que eran bella­mente decoradas con pinturas exquisitas que indicaban la te­mática del libro en una finísima encuadernación. Los libros de aquel México, eran celosamente guardados en los quihuacallis, la casa de los libros. En esos libros se tenía registrada la histo­ria, la cultura, la manera de vivir, los conocimientos de los po­bladores del Anáhuac. Y se tenían también, los libros agoreros en los que se consultaba el destino de los hombres según su fe­cha de nacimiento y condiciones alrededor de ello. Es decir: Te­nían los antiguos mexicanos, al igual que las culturas europeas, su oráculo, pero aquí, todo conocimiento, todo libro, todo ese inmenso tesoro de sabiduría, fue acusado de demoníaco por Fray Juan de Zumárraga y sus compinches. Dolorosamente, libros de conocimientos científicos, históricos, literarios, artís­ticos en general y demás, fueron arrasados por la ignorancia terrible en aras de la religión. Había en aquella inmensa nación, aquella valiosa cultura, escritores especializados en cada una de las disciplinas… En fin, que el papel era sumamente impor­tante en el México de entonces; tanto, que algunos nombres de poblaciones llevan en su nombre náhuatl, la raíz que signi­fica papel como el caso de Amecameca (lugar de los vestidos de papel). Por eso mi búsqueda del papel amate para escribir y pintar ahí… “¿Lo va a querer, patrón…?” Y la pregunta del ar­tesano me sonó a: si no compra… No mallugue así que compré unas cuantas piezas de papel de amate y con ellas bajo el brazo mis sueños en la mente, dejé una vez más la ciudadela de la gran México-Tenochtitlán.

*Cantante, compositor y escritor.

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