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Gonzalo de Tapia

Por domingo 30 de enero de 2011 Sin Comentarios

Fundador de las misiones del occidente de México

Por Manuel de Atocha Rodríguez*

El padre Gonzalo de Tapia, descendiente de una acauda­lada familia de la provincia de León, en España, empleó su herencia en rescatar a cuatro jesuitas apresados por los hugonotes, vino a México en 1584 “Tendría entonces unos 25 años. Era pequeño de cuerpo, barba poblada, corto de vis­ta, ingenio vivo, de inagotables recursos, memoria fenomenal, atrevimiento de conquistador, celo ardiente y abnegación a toda prueba”. Ese mismo año, después de un breve período de capacitación, fue destinado a Pátzcuaro, Michoacán.

Cada plantel jesuítico rendía trienalmente un informe al P. general de Roma; en el correspondiente a 1585, el rector del colegio de Valladolid que sentía predilección por Gonzalo de Tapia pues había sido amigo suyo desde la niñez se refiere al padre Tapia en los términos siguientes: Nombre: Padre Gonza­lo de Tapia; Lugar de nacimiento: León en la diócesis del mismo nombre. Edad: 25 años. Salud: buena. Entrada en la Compañía de Jesús: 1576. Votos: Simples. Estudios: 3 años de artes. 4 de teología. Oficios: enseñó un año de filosofía y actualmente es­tudia el tarasco. En sobre aparte, la relación trienal describía el carácter de cada sujeto. En el número correspondiente a Tapia leemos: “Tiene gran habilidad no ordinaria, buen juicio y pru­dencia delicada en todas las materias. Tiene poca experiencia debido a su juventud. Es observante en todos los negocios co­munes y los maneja bien. Está adelantado en letras, tanto en artes como en teología y podría enseñar cualquiera de estos ramos. Es de natural algo reposado y algo propenso a la melan­colía aunque no de modo notable. Es afable y muy bondadoso. Tiene excelente talento para predicar; enseñar o gobernar, y para cualquier ministerio de la compañía. Tiene facilidad para aprender las lenguas indígenas y fuerte inclinación para vivir con los indios. Da esperanzas de conocer pronto la lengua de otra provincia (otomí) que ya empezó a estudiar”.

En 1588 fue enviado solo e inerme a evangelizar a los chichi­mecas de la región de Guanajuato, indios nómadas particular­mente peligrosos con los que convivió dos años y cuya lengua aprendió también en pocas semanas. Por su facilidad para ha­blar diferentes lenguas fue trasladado al colegio de Zacatecas desde donde pudo atender a muchos tarascos que trabajaban en las minas. Al tomar posesión como gobernador de la Nue­va Vizcaya, el capitán de caballerías y caballero de la orden de Santiago don Rodrigo del Río de la Loza, pidió al virrey don Ál­varo Manrique y Zúñiga, Marqués de Villa; Manrique considera el envío de misioneros al territorio del Norte de Sinaloa pues, como antiguo soldado de las huestes de Francisco de Ibarra y posteriormente encomendero, estaba convencido que los indí­genas del occidente de México jamás serían doblegados por la fuerza de las armas y tendrían que ser conquistados mediante otras opciones, una de estas alternativas era la acción espiritual de la iglesia. Como resultado de estas gestiones, la Compañía de Jesús determinó en 1590 enviar al padre Gonzalo de Tapia, acompañado del padre Martín Pérez, a fundar la primera mi­sión jesuita en Sinaloa como respuesta a la petición del quien estuvo de acuerdo con el nuevo gobernador de Sinaloa. Pocos meses después el padre Tapia ya se hacía entender en los dos idiomas allí más comunes, de los que compuso una breve gra­mática y doctrina, que completó con cantos. Su presencia fue bien acogida por los indios, y los dos jesuitas en seguida co­menzaron en varios pueblos su labor misionera. Antes de un año habían bautizado más de 1,600 adultos y levantado 13 ca­pillas. A los ocho meses, los bautizados eran ya 5,000.

Para 1593 el padre Tapia había conseguido que destinaran otros dos jesuitas, Alonso de Santiago y Juan Bautista de Ve­lasco a la misión de San Felipe y Santiago de Sinaloa quienes en unión del padre Pérez desarrollaron una extraordinaria activi­dad misional que en los 175 años siguientes sería fundamental para la actividad evangelizadora la Compañía de Jesús, edifi­cando templos y creando reducciones donde se aposentaron los indígenas antes seminómadas para dedicarse a labores agrícolas y ganaderas en forma organizada. Con la impartición de la doctrina católica a los niños y a los matrimonios de indí­genas en su propia lengua, en cuatro años desterraron casi por completo las guerras, la poligamia, las grandes borracheras y la antropofagia. Sin embargo a los ancianos y a los jefes triba­les les costaba mucho trabajo adoptar a una forma de vida que acababa radicalmente su religión y muchas arraigadas costum­bres. Así, primero solapada y después abiertamente surgieron líderes entre ellos Nacabeba, «un indio viejo y endiablado», de Deboropa, que comenzó a conspirar contra la misión.

El 9 de julio de 1594, el padre Tapia celebró misa en Debo­ropa, y cuando estaba después recogido en su choza rezando el rosario, entraron en ella Nacabeba y sus secuaces simulando una visita de paz, pero en seguida le mataron a golpes de ma­cana y a cuchilladas. Después, le cortaron la cabeza, le desnu­daron y le cortaron el brazo izquierdo. Profanaron la iglesia y huyeron al monte, con el cáliz y los ornamentos litúrgicos, para celebrar su triunfo. Tenía el padre Gonzalo de Tapia 33 años de edad, de los que pasó diez en México, y cuatro de ellos en Sina­loa. Curiosamente, en esta época de elevación de muchos sier­vos de Cristo a los altares católicos vía “fast track”; el proceso de canonización del sacerdote jesuita Gonzalo de Tapia, está detenido por razones desconocidas a pesar de que indudable­mente murió mártir de su Fe.

*Cronista de Guasave

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