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El mercado y mi cajón de bola

Por domingo 23 de enero de 2011 Sin Comentarios

Por Francisco González Gastélum*

No es mi deseo colgarme mérito que no me co­rresponda pero debo expresar con orgullo que tuve la fortuna de tener unos padres entrega­dos al trabajo diario como locatarios en su “frutería” del viejo mercado municipal, punto donde la actividad em­pezaba desde la madrugada y donde acudían todos los personajes de la localidad, en donde se comentaban los momentos políticos, en fin prácticamente el todo en un solo lugar.

Aún y cuando no soy tan viejo como aparento, debo comentar que de aquel tiempo a estas fechas las con­ductas de las personas sufrieron grandes y drásticos cambios, algunas para mejorar, las más para empeorar si se toma en cuenta que en ese entonces se disfrutaba una real armonía entre niños y adultos independiente­mente que estos fueran o no familiares, los niños res­petábamos a los adultos y los adultos cuidaban de los niños.

Los niños del Mocoritón de aquella época tuvimos una infancia más blanca y transparente que la que se vive actualmente, y como comento líneas atrás, con todo y sus carencias Mocorito era sobre todo para los niños, un lugar de sueños e ilusiones.

A propósito de la recién pasadas fiestas navideñas e independientemente de que por cuestiones económi­cas no nos “amaneciera” lo que deseábamos, los niños seguíamos creyendo en la existencia del niño Dios, los niños de hoy no tienen esa posibilidad, los padres nos encargamos de “sacar del error” diciéndoles cuál es la verdad acerca de esos personajes.

Creo que a los niños no deben ser privados de esa gran posibilidad de abrir las alas de los sueños, de las fantasías, de la imaginación, de la creatividad, que se enseñan a imaginar y crear cosas, no debemos olvidar que todo lo que está hecho en algún tiempo fue un sue­ño, quien no sueña no puede aspirar a ser alguien, por eso debemos enseñar a bien soñar a nuestros niños, a que tengan deseos, a que tengan ilusiones, a que quie­ran ser mejores en el futuro, un futuro que llega rápido, más rápido que lo que hubiéramos pensado y desea­do.

Don Jesús –Chuy- Galindo marcó toda una época en la villa Mocorito si se considera que gracias a la activi­dad agropecuaria que desempeñaba generaba muchos muchísimos empleos dando ocupación a grandes y chi­cos, quienes cada sábado “rayaban” el producto de su esfuerzo semanal.

Dinero en la bolsa la gente estaba contenta pues te­nía para adquirir el sustento de su familia, y lo compra­ba en el mercado municipal de Mocorito, punto donde obligadamente acudían.

Gracias al “efecto multiplicador” del trabajo que ge­neraba don Chuy Galindo, mucha gente de mi pueblo podía comprar verduras con Chayo Medina, Lupe Da­mián con Pancho González, o bien tenía para tomarse un choco milk con Virginia Lugo, comerse un “plato de cazuela” con doña Delfina Ochoa, comprar un pantalón con Ramón Velásquez o Reyes Inzunza, comprar carne fresca con Agapito Medina, Panchito o Pedrito Angulo, o bien con don Sinforoso Camacho.

También estaban en posibilidad de acudir a los abarrotes de don Gilberto “Beto” y don José “Pepe” Bon, o al de de don Pancho Angulo y doña Benita Carvajal, al de don Juan y doña María de Rosas solo por citar a los que a mi juicio eran los más representativos en este sector; en fin, mercado municipal de Mocorito se llenaba de vida, era el lugar donde más dinero se movía diariamente.

A temprana edad, al igual que otros chamacos de aquel entonces, nos dimos cuenta que trabajando se podía ganar dinero, por lo que siendo mis padres locatarios del mercado, punto de la mayor actividad económica del hoy “Pueblo Se­ñorial” de Mocorito le pedí a la señora, la más buena y tra­bajadora que he conocido, “mi mamá”, que me comprara un cajón para “dar bola”.

Como bolero no era muy bueno si me comparaba con el Rey Rocha, o los hermanos Fernando, Rafael (Falito) y Aga­pito (Tocayo) Medina González, ellos eran campeones en la actividad de lustrar zapatos, sin embargo y sin echarme más flores de las que debiera, como bolero tenía la gracia de que mis clientes, una vez que terminaba de lustrarles los zapatos, los usaban como espejos.

Dar bola o limpiar zapatos era una actividad que me nos redituaba ingreso suficiente para comprar –a crédito- unos elegantes pantalones marca “Gacela” y/o unas más bonitas todavía camisas “Medalla”, prendas que nos fiaban a los “bole­ros” el matrimonio conformado por doña Panchita López y don Ramón Velásquez Esparragoza, comerciantes que al igual que doña Lupita Lugo y don Reyes Inzunza por muchos años vistie­ron a la población mocoritenses a la de sus alrededores.

Don Ramón Velázquez es un personaje de quien guardo muy bonitos recuerdos ya que además de confiar en nosotros los todavía niños, era una “enciclopedia parlante”, escucharlo siempre fue para aprender algo, por ejemplo a don Ramón le escuche por primera vez sobre la carnicería de los japoneses contra los norteamericanos durante el ataque a Pearl Harbor en la mañana del 7 de diciembre de 1941.

Mocoritón viejo, más viejo aún que la incursión de los espa­ñoles en el noroeste de México, tan viejo que los casi 420 años que algunos estudios afirman tiene de haber sido fundado no son para nada suficientes para cubrir tu edad.

Mocoritón viejo, ya es hora de que tus hijos te regresemos algo de lo mucho que nos has dado.

*Presidente Grupo Mocorito

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