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SEDUCIR: embargar o cautivar el ánimo. Diccionario de la RAE

Por domingo 12 de diciembre de 2010 Sin Comentarios

Por Adrián García Cortés*

El ánimo es el “alma o espíritu en cuanto es principio de la actividad humana”; se deriva del vocablo griego “soplo”, con el que la doctrina cristiana da testimonio de la vida. Cuando se cita la palabra seducir, según el epígrafe de este TROPOS, lo que quiere significarse es que en la seducción va la doble percepción de la vida: la degradación o la sublimación.

UNA CONFERENCIA MAGISTRAL PARA EL CORAZÓN SACERDOTAL

El pasado martes 30 de noviembre, en la Universidad Católica de Culiacán, el maestro Ramón Aguilera Murguía, dictó una conferencia sobre los archivos eclesiásticos, precisamente, con el ánimo seductor de mover las almas, las voluntades de sacerdotes y laicos hacia el rescate de los archivos eclesiásti­cos que, hasta ahora, no han sido valorados ni tratados con el rigor normativo con que han de conservarse e interpretarse y ponerlos al servicio de la comunidad en que se insertan.

El título de la conferencia fue: “La función pastoral de los archivos eclesiásticos”, con tres segmentos capitulares: 1) La enseñanza y los cánones de la Iglesia en materia de archivos. 2) Los archivos como bienes culturales de la Iglesia. 3) La or­ganización de los archivos eclesiásticos: diocesano y parro­quiales.

Con este esquema, la exposición del maestro condujo al auditorio a un paseo por la historia de la Iglesia en relación a sus documentos testimoniales, y al gran interés de los Papas que desde el Concilio de Trento, Siglo 16, se ha proyectado en diversas manifestaciones de apoyo e instrucciones a las dió­cesis y las parroquias para la preservación de los archivos y su disposición ordenada a la consulta.

NO HAY YA ARCHIVOS SECRETOS DEL VATICANO

Valorado ese interés, el conferenciante refirió cómo es que se ha puesto en los últimos tiempos un cuidado extraordina­rio de los llamados Archivos Secretos del Vaticano, que ya no tienen nada de secretos, porque están abiertos al investiga­dor y que en su conjunto comprenden alrededor de 40 km de estantería; es decir, millonadas de expedientes que dan testi­monio de la existencia histórica de la Iglesia y, por supuesto, del desarrollo cultural, religioso y social del cristianismo en Occidente.

Aparte de la gran riqueza informativa que nos legó don Ramón, quizás lo más valioso de sus aportaciones fue ese afán por mover, al menos, las almas de los presentes hacia el menester archivístico. En uno de sus pasaje, la conferencia ponderó la importancia de ello en cuanto a que en los docu­mentos no sólo está el testimonio de la universalidad cristia­na y de su Iglesia, sino también los de la fe, el magisterio, la evangelización, la aculturación de los pueblos, y, en el inmen­so acervo informativo, la palabra de Cristo, que es como de­cir, del verbo encarnado.

Olvidar estos preceptos o valores, cualesquiera que sean los responsables de tal olvido, es como negarse a sí mismos, como perder el sustento de sus instituciones y, en suma, la degradación de la propia identidad.

MOVER EL ÁNIMO; VER CON AMOR LOS ARCHIVOS

En realidad, la referencia histórica, sorprendente para nues­tro ámbito cultural y religioso, tuvo por objeto, siguiendo la acepción del diccionario, mover al ánimo, el alma de los asistentes, pero más que ello, como en todo objetivo de la seducción, al amor. Al amor, dígase en vocablos populares, a los papeles viejo, a esos registros con que la iglesia llevaba el recuento de los pueblos, con que informaba de sus avances evangelizadores, con que, en suma, ha podido arribar a más de dos milenios de existencia.

Unos archivos sin amor se esparcen por los suelos, se al­macenan en bodegas inmundas como alimento de termitas, ácaros y hongos, o van a servir de fertilizantes aunque para fortalecer frondosas ceibas. Pero lo peor es que además de su abandono a la destrucción, no se tenga, ni siquiera cuida­do de sus contenidos, que son finalmente, lo que justifican su existencia y preservación.

En Sinaloa hay mucho de ello. En la conferencia el tema eran los archivos eclesiásticos, con el interés de emprender un rescate de ellos en nuestra diócesis; pero lo mismo pasa con los archivos civiles o públicos (entiéndase oficiales de las instituciones del Estado), donde la inmediatez de su uso obli­ga a la preservación según el artículo 6 Constitucional.

SEDUCIR, CONVENCER Y LUEGO COMPROMETERSE

Pareciera que el objetivo seductor del conferenciante se cum­plió. Quedó un poco en el aire lo que podría llamarse el con­vencimiento. Una cosa es –no sobra repetirlo–, despertar al amor, y otra decidirse a actuar, en este caso, convencidos de lo que ha de hacerse, comprometerse a hacerlo.

Esta segunda parte se trató de soslayo. Se tenía el poder de decisión enfrente: el obispo y el rector de la Universidad Católica. Y la primera acción de ese convencimiento tenía que ser el rescate de los propios archivos con un orden metodológico y con la capacitación de los responsables de los archivos.

Como primer paso habría que crear las instancias didácti­cas para capacitar a los responsables, presentes y futuros, de los archivos eclesiásticos.

¿ARCHIVOS MUERTOS? QUE LOS LLEVEN AL CEMENTERIO

Esfrecuente en nuestro medio que el abandono y el menos­precio de los documentos que hacen historia, llámense archi­vos muertos o papeles viejos, se vean así: como muertos que hay que enterrar o viejos que hay que mandar al asilo. Con este criterio, tales archivos siempre serán un estorbo, algo que afea la oficina o el recinto de trabajo, por lo que hay qui­tarlos para que no estorben.

Hay que decirlo: si esto ocurre, es, más que por desgano, por una carencia absoluta de cultura histórica, por ignorancia supina de quienes pueden tomar decisiones al respecto, o, simplemente, por una devaluación de su propia identidad.

Cronista de Culiacán.

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