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Julia Pastrana una sinaloense extraordinaria

Por domingo 12 de diciembre de 2010 Sin Comentarios

Por Ricardo Mimiaga*

Julia Pastrana (1834-1860) fue una mujer indígena ex­traordinaria nacida en algún pueblo de Sinaloa, en las es­tribaciones de la Sierra Madre Occidental. Nada se sabe acerca de sus progenitores y hermanos, si es que los tuvo, ni tampoco sobre su infancia. Sólo se sabe que en su adolescen­cia y hasta abril del año de 1854, trabajó como empleada do­méstica en la residencia del entonces gobernador de Sinaloa Pedro Sánchez. Quizás en esa casa aprendió a leer y a escri­bir.

A partir de la edad de 20 años, Julia Pastrana inició su ca­rrera como fenómeno profesional. Rápidamente cobró fama internacional, viajó por los Estados Unidos y recorrió varios países de Europa, siendo la admiración de miles de niños y adultos que acudían a los lugares donde se presentaba.

Julia era conocida como “El Híbrido Maravilloso” (“fruto de los amores pecaminosos de un humano y una hembra orangután”) y también se le conocía como “La Mujer Oso”.

Por sus peculiares características fisiológicas, Julia se dis­tinguía del resto de las mujeres sinaloenses. Apenas medía 137 centímetros de altura. Sin embargo, la mayor parte de su cuerpo pequeño lo tenía cubierto con un espeso pelaje negro. También presentaba una hipertrofia gingival, con encías pro­tuberantes llenas de excrecencias. Sus dos filas de dientes le conferían una apariencia simiesca, además tenía una frondo­sa barba y bigotes abundantes.

Pero, ¿cómo esa mujer sinaloense tan peluda, sin duda un ser extraordinario, viajó primero a Estados Unidos y luego a Europa, cobrando fama internacional?

Según nos revela Ireneo Paz, político y militar jalisciense, abuelo del escritor mexicano y Premio Nobel Octavio Paz, todo se inició a raíz de la ambición desmedida de Francisco Sepúlveda, administrador de la Aduana Marítima del puerto de Mazatlán.

Francisco Sepúlveda durante esos años aciagos y difíciles de la época de la Reforma e intervención francesa, era muy conocido en Mazatlán, no por su fama de honradez acriso­lada como la que mostraba su hermano Juan B. Sepúlveda –patriota defensor de la causa republicana- sino por su enor­me riqueza material acumulada por innumerables actos de corrupción al frente de la Aduana Marítima.

Francisco Sepúlveda fue precisamente quien descubrió al mundo, esclavizó y luego dio inicio a la promoción comercial de Julia con el fin de enriquecerse a costa de explotar sus pe­culiaridades físicas extraordinarias.

Según relata en sus memorias Ireneo Paz, Sepúlveda ha­bía vendido unas tierras en el territorio de Tepic con el fin de poder adquirir en propiedad esta mujer-oso y poder luego hacer negocio con ella exhibiéndola en circos y ferias en los Estados Unidos.

Sin embargo, en la ciudad de Nueva York, Theodore Lent, el intermediario estadounidense que figuraba como intérpre­te de Sepúlveda, le robó la idea “genial” y también a la mujer-oso. Este norteamericano, sin escrúpulos, cortejó y enamoró a la prenda, y tras la primera exhibición de Julia rápidamente entraron el juez de paz y los testigos, celebrándose el matri­monio que dejó a Sepúlveda en ascuas y con la boca abierta, sorprendido ante la audacia y desfachatez del estadouniden­se.

Lent se casó con Julia Pastrana en Nueva York en 1854 y lo hizo para tener el control total de su cuerpo y llevarla consigo como objeto vivo, y sin impedimentos legales poder presen­tarla en exhibiciones en ferias y museos naturales de varias ciudades de Estados Unidos y Europa.

Hay que recordar que desde antes de la Guerra de Sece­sión, o Guerra Civil de Estados Unidos (1861-1865), quedó abolida la esclavitud en el territorio de los estados del norte, en consecuencia estaba prohibida la compraventa de seres humanos en Nueva York.

Cuando Julia llegó a territorio estadounidense en 1854, el médico neoyorquino Alexander B. Mott la examinó y opinó doctoralmente: “Es uno de los más extraordinarios seres de los tiempos recientes, un híbrido entre humano y orangután”.

En esos años, Julia fue visitada por el empresario circense P.T. Barnum, que la desechó como protagonista de su espec­táculo por considerarla demasiado grotesca y horrible a ojos de niños y adultos.

Lent explotó las cualidades de su mujer sin descanso y consiguió para ella una fama notoria como ninguna sinaloen­se ha tenido. En sus escasos ratos libres, Julia se entretenía leyendo pues era ilustrada e inteligente, y pronto aprendió el idioma inglés. Aparte de las presentaciones en público, Lent organizaba reuniones y tertulias privadas para gente adine­rada en las que invariablemente su cónyuge era el tema de conversación.

Hay que agregar que entonces las ciencias naturales esta­ban en pañales. Hacía cerca de cien años que se había publicado la obra de Carl Linneo, un naturalista sueco que diseñó el primer sistema de la naturaleza. Fue un sistema primige­nio destinado a clasificar todas las plantas del planeta. Y para gran incomodidad de muchos, incluyendo al Papa romano, Linneo finalmente incluyó a las personas en la clasificación correspondiente a los animales, la cual hizo posteriormente a la de los vegetales. La denominación científica homo sa­piens es de su autoría. Inicialmente, Linneo postuló entre los animales cuadrúpedos una sola categoría homo y trazó una distinción entre el homo sapiens y el homo monstrosus. En 1758, el homo sapiens había sido dividido en seis tipos: a) el hombre salvaje, b) el americano, c) el europeo, d) el asiático y e) el africano. En una última categoría, correspondiente a la del “monstruo”, incluía a enanos y gigantes. En ese tiempo, se creía que había gigantes en la Patagonia. El hombre salvaje fue descrito como cuadrúpedo, mudo y peludo. En la obra An­thropomorpha, publicada en 1760, de la autoría de Linneo y Hoppius, aparecen las imágenes de cuatro tipos diferentes de hombres extraordinarios: el trogoldita, el hombre con cola, el sátiro y el pigmeo.

También en esos años de a mediados del siglo XIX, co­menzaban a conocerse las teorías de la evolución de Charles Darwin. Incluso, este famoso científico conoció a la sinaloense Julia Pastrana y la menciona en uno de sus libros, sin embar­go, no la relaciona con el “eslabón perdido” entre el hombre y el mono. En la obra: The variations o animals and plants under domestication Darwin describe a Julia así: “Es una mujer no­tablemente fina, pero tiene una densa barba masculina y una frente peluda”.

Por las teorías científicas en boga, a Julia se le consideraba erróneamente una mujer salvaje y de bajo nivel intelectual. La causa evidente era el exceso de pelo en todo su cuerpo, una característica propia de los antecesores más primitivos del ser humano.

Cuando estaban de gira por Europa, en Prusia, sólo pudie­ron realizar una presentación, pues el espectáculo fue censu­rado por obsceno. En Polonia, Julia realizó un acto de acro­bacia montada sobre un caballo. Además, bailaba y cantaba con melodiosa voz en inglés, en español y en su lengua nativa. Imitaba bien a la diva de divas Lola Montes. Estando de gira en Moscú a comienzos del año de 1860, precisamente el 20 de marzo, Julia dio a luz a un hijo, tan peludo como su madre. El niño murió a los tres días y la madre al quinto día del parto. El desalmado marido supo aprovechar muy bien la ocasión de la agonía de la mujer y sacar provecho económico ya que vendió entradas para verla morir. Después fue con el profesor Suko­lov, de la Universidad de Moscú, para que embalsamaran ade­cuadamente sus cadáveres mediante un método “novedoso”. Lent al enterarse de que la universidad rusa estaba haciendo negocio con las momias, presentó su certificado de matrimo­nio y reclamó a su familia. Haciendo alarde de una falta de escrúpulos, los cuerpos los acomodó en una plataforma. Ju­lia fue vestida como si fuera una bailarina rusa, portando un vestido confeccionado por ella, en tanto que el pequeño fue clavado por los pies en un pedestal de madera. Algún tiempo después se descubrió que los dos cuerpos habían sido diseca­dos como si fueran animales. Los cuerpos momificados de la madre y del hijo iniciaron un peregrinar por museos naturales y bodegas de Europa.

El asunto no para aquí. Lent continuó con la gira luego de ser disecados los cuerpos. En 1864, estando en Suecia, escu­chó hablar del Museo de Curiosidades de Karisbad, donde se presentaba una mujer barbuda. Se llamaba Marie Bartel, de nombre artístico Zenora. Lent, al verla, no perdió el tiempo y se casó con ella, dando inicio a una nueva gira para exhibir­la como la hermana secreta de Julia, cediendo en alquiler las momias al Präucher Volksmuseum de Viena.

En 1880, después de haber ganado bastante dinero, el matrimonio se retiró a vivir en San Petersburgo, donde ad­quirieron un pequeño museo de cera. En 1884, Lent se volvió loco y murió en un asilo ruso años después. Zenora reclamó las momias como legítima heredera de Lent y las vendió a un empresario alemán de apellido Gassner. Las momias fueron cambiando de dueños. En 1921, Haakon Jaeger Lund las esta­ba exhibiendo en la Cámara de los Horrores en su parque de atracciones de Oslo, Noruega, donde permanecieron hasta la Segunda Guerra Mundial. En 1943, el consejero alemán en­cargado de los asuntos médicos de Oslo ordenó confiscarlas con el fin de enviarlas a Berlín, pero Lund eludió la orden y las momias se fueron de gira por Suecia. En 1953, fueron guar­dadas en una bodega de Linkönping. Cuando Lund murió en 1954, su hijo Hans las trasladó a otra bodega cercana a Oslo. En 1971, las momias fueron de nuevo exhibidas en Noruega y en 1972 viajaron a Estados Unidos. Después regresaron a No­ruega, donde un obispo pretendió darles sepultura. Al tiem­po volvieron a parar en una bodega de Oslo, donde en 1976 unos ladrones forzaron la puerta y realizaron destrozos en la momia de Julia. La del niño fue abandonada en la calle, don­de fue devorada por las ratas. En 1979, la bodega fue nueva­mente saqueada, desapareciendo la momia de Julia. Su brazo apareció en un basurero y la policía siguió el rastro encontran­do posteriormente los restos. En 1990, la momia de Julia fue localizada abandonada en el sótano del Instituto Forense de Medicina de Rikshospitalet de Oslo, donde se permite verla para algunos estudios científicos.

La vida extraordinaria de la sinaloense Julia Pastrana ins­piró la filmación de la película de Marco Ferreri, La donna Sci­mia (1963).

Bibliografía

MOROS PEÑA, Manuel, Seres extraordinarios, anomalías, deformidades y rarezas humanas, Madrid, EDAF, S.F.(El ar­chivo del misterio de Iker Jiménez).

PAZ, Ireneo, Algunas campañas, tomo I, prólogo de Anto­nia Pi-Suñer Llorens, México, El Colegio Nacional/Fondo de Cultura Económica, 1997.

PRATT, Mary Louise, Ojos imperiales, literatura de viajes y transculturación, Trad. Ofelia Castillo, México, Fondo de Cul­tura Económica, 2010.

*Maestro en Historia Regional por la UAS.

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