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Representaciones estéticas: de lo brutal a lo sublime

Por domingo 17 de octubre de 2010 Sin Comentarios

Por Iván Escoto Mora*

En “Himno a la be­lleza” Baudelaire pregunta en un rezo demoniaco: “¿Sur­ges del hondo cielo o subes del abismo,/ belleza? Tu mirada infernal y divina,/ vierte confusamente beneficios y críme­nes,/ por lo cual se te puede comparar con el vino”.

Es posible ver en el dolor, el caos, la tempestad, tanta be­lleza como en lo comúnmente considerado hermoso. Hay algo en la tragedia que resulta irresistible: la perversión del orden, universo de lo terrible que a la vez se repudia y desea.

Francis Bacon, exponente del expresionismo descarnado, brutal, capturó la realidad de su época en trazos difusos que revelan, más que una imagen nítida, los violentos estertores del siglo XX y con ellos: la vida en la muerte, la muerte en la belleza, lo bello en el desgarro.

Si se pregunta: ¿qué es lo que hace grande a un artista?, podría responderse que su capacidad de asumir las condicio­nes del tiempo al que pertenece y expresarlo con la voz de la experiencia propia.

El arte no puede divorciarse de las determinaciones cultu­rales del espacio concreto en un momento específico, al con­trario, refleja siempre las circunstancias que le rodean. Origi­nalidad no es negar la cultura sino afirmarla, reinterpretarla en el foro de lo personal.

Hay algo entre las dramáticas líneas de Bacon, en los gri­tos enmudecidos por los óleos, algo que se lee y se escucha a través de las quijadas abiertas hasta la desmesura, en los personajes abstraídos de la fijeza, en los sujetos impersonales depositarios de los dolores del mundo. Los gritos silentes, los cuerpos amorfos, los rostros difusos en las creaturas del artis­ta, recuerdan la monstruosidad del hombre que inútilmente se trata de negar. Las tinieblas constituyen el ser de lo huma­no, tanto como la concepción de lo bello.

El concepto de estética en el arte, implica reconocer el ele­mento de maldad que caracteriza la naturaleza humana y el atrayente influjo que representa la existencia de lo malévolo. Sería imposible advertir la bondad o la belleza en la naturale­za, sin su contraparte. La facultad del hombre de percibir lo estético, sólo es posible en el escenario de los contrastes.

En el relato “La cuerda”, Charles Baudelaire escribe: “Es posible que las ilusiones sean tan numerosas como las rela­ciones de los hombres entre sí, o de los hombres con las co­sas. Y cuando desaparece la ilusión, es decir, cuando vemos al ser o el hecho tal y como existe fuera de nosotros, experimen­tamos una rara sensación, mezcla de sentimiento por el fan­tasma desaparecido, de agradable sorpresa ante la novedad, ante el hecho real”.

En “La cuerda”, Baudelaire retrata la condición humana, disciplinada seguidora de los instintos que trascienden toda concepción o pre-concepción moral, fundiendo en la desme­sura lo bello con lo terrible, lo perverso y lo deseable, el mal y la compasión.

En medio de la perversidad humana, también el arte deja ver la belleza como producto de la reinterpretación estética, luego de recorrer sin pudores los caminos del horror y la de­gradación, para llegar a la sublimación redentora.

En el relato del poeta maldito, un joven pintor acoge a un niño con el ánimo de sacarlo de las condiciones de miseria en que vive con sus padres, lo alimenta, lo educa y sin embargo, el pequeño revela un gusto incontrolable por la bebida y los vicios; un día el pintor le amenaza, le dice que si persiste en su conducta lo devolverá con sus padres, el niño aterrado opta por ahorcarse con la cuerda de un piano.

El padre del pequeño, al enterarse del deceso, atina sólo a decir que fue lo mejor, que de todos modos iba a terminar mal su hijo siendo pobre. La madre, desesperada, pide al pintor la cuerda suicida y aquél, compungido por la tragedia, entrega el instrumento de muerte, logrando entender sólo más tarde que el artículo de triste ejecución, tenía un valor mórbidamen­te elevado entre los ricos coleccionistas de la obscenidad. La madre enlutada, ya había encontrado un negocio para recon­fortar sus lágrimas.

En la descripción de Baudelaire se aprecian los contrastes de lo humano, sin excusas, sin esclusas, es la realidad a raja ta­bla, la voluntad del hombre regida por condiciones instrumen­tales que escapan de las difusas nociones de bien o mal, para obedecer a los impulsos de la carne, el hambre, el deseo.

Más allá del análisis ético de los hechos, el arte revela en la plasticidad de sus formas una construcción compleja del ser, en la oscuridad de sus trazos quizá se halla la aproximación más cercana de lo humano.

*Lic. en derecho, Lic. en filosofìa UNAM.

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