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El sanignacense Jerónimo Aguirre, pintor de paraísos melancólicos

Por domingo 3 de octubre de 2010 Sin Comentarios

Por Faustino López Osuna*

Augurios, con sus sinónimos agüeros y presagios derivados de augurar, que es agorar o anunciar lo porvenir por lo pasado, es el título que reúne las más recientes obras al óleo sobre tela y en lápiz sobre papel, de Jerónimo Aguirre.

Originario de La Labor, municipio de San Ignacio, este singular artista casi al cumplir los 20 años de edad ingresó a estudiar artes plásticas en la Universidad Autónoma de Sinaloa y a los 28 realizó su primera exposición individual, titulada Recuerdos, en la Dirección de Investigación y Fomento de Cultura Regional, actualmente Instituto Sinaloense de Cultura. En la misma prestigiada institución montó dos exposiciones más, en 1997, con el nombre El olor de la tierra y, en 2005, la que denominó Últimos parajes.

En 14 años de creación incesante, con 3 mil 500 obras en su haber, Jerónimo Aguirre ha realizado 8 exposiciones individuales en su tierra y ha participado en cincuenta colectivas en diferentes ciudades sinaloenses y del país.

Producto de una depurada técnica para crear paisajes suspendidos en los entresueños de la imaginación, el arte de Jerónimo Aguirre es capaz de introducirnos a mundos fantásticos a través de atisbos surrealistas en los que naufraga el tiempo, sustancia abstracta que toma forma en su pincel alucinado a través de una sucesión de majestuosas iglesias truncas o en ruinas, como un último recurso de su imposible recuperación.

Así, su pintura Paraíso perdido se corresponde con las de El mar de la fe y El ocaso de la fe. La visión desolada de esta parte del trabajo creativo de Jerónimo Aguirre, sin proponérselo, es la misma que John Milton, el poeta inglés nacido en 1608, tuvo en su gran poema épico de contenido religioso El paraíso perdido, cuyo tema es la creación y la caída del hombre. Es importante subrayar que Milton dictó esa composición a su esposa e hijas estando ya ciego desde 1652.

Pero Jerónimo, por el contrario, no está ciego. Su mirada convoca la luz y la matiza. Las emociones estéticas que en el espectador generan sus cuadros, en los que concurren, lacerantes, la soledad del ermitaño y el páramo de la existencia, desbordan los pequeños formatos de Sin esperanza y El rey de la nada, en tanto que soledad no sólo es retiro o estado del que vive lejos del mundo, sino pesar y melancolía por la ausencia, muerte o pérdida de persona o cosa.

En los mundos ficticios de Jerónimo Aguirre el páramo no tiene dobleces. Es, ni más ni menos, desamparo, sin explicaciones ni justificaciones filosóficas. Desamparo de la criatura humana. Eremita o penitente. Salvador sin salvación. Esperanza crucificada. Quijote redentor sin redención. La fugacidad de la vida rebelándose contra la eternidad de la muerte.

El augur en la antigua Roma era el sacerdote que practicaba la adivinación por el canto o el vuelo de las aves. En los augurios transfigurados de Jerónimo Aguirre se entrevé de manera espléndida lo perdido por lo que vendrá. Dicho de otro modo: si en la realidad hay seres como fantasmas, sin rostro, como los personajes de Antonio López Sáenz, en la obra de Jerónimo Aguirre hay fantasmas con rostros, reconocibles por su temporalidad. Y, sobre todo, hay actitudes. Un leñador para el que su brazada de leña es el más grande trofeo y la más importante ofrenda. O un avaro para quien el sentido de la vida es atesorar trastos inservibles.

Recientemente Jerónimo Aguirre expuso en la sala Roberto Pérez Rubio del Museo de Arte de Mazatlán. De cómo recibió el público su propuesta, se deduce del hecho de que más de un visitante volvió como hipnotizado dos o tres ocasiones a disfrutar de la muestra.

A Jerónimo Aguirre, con la sencillez de todo gran creador, lo motiva que el ochenta por ciento de todos sus cuadros han sido adquiridos y cuelgan en muros de diferentes partes del país. Felipe Parra, destacado corredor de arte, ha valorado elogiosamente su trabajo, señalándolo como uno de los más importantes creadores de Sinaloa. Canacintra, a su vez, le ha otorgado el reconocimiento Forja 2002, por ser incuestionablemente un esforzado forjador de cultura.

Es tiempo de que su destacada obra, fantástica ave de estas latitudes tropicales, rompa el cascarón y vuele por horizontes extranjeros, para bien de nuestro arte y del conocimiento más universal de lo mejor de nosotros mismos.

*Economista, compositor y director del Museo de Arte Mazatlán.

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