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Leí grandes noticias de mis ancestros en Voz del Norte

Por domingo 19 de septiembre de 2010 Un comentario

Por Sebastián Echavarría Topete*

Como todos los niños he crecido escuchando relatos so­bre la vida de mis mayores. Mi padre, hombre mayor, cuando me platica de sus abuelos parecería que escu­cho en sus palabras la historia de Sinaloa porque en su relato se entrelazan los nombres de quienes hicieron la Revolución o fueron causa de ella como el de Felipe Riveros o el de Jesús María Tarriba o el de Rafael Buelna, que es tío de mis tíos Ro­dríguez Buelna. Uno ve esos nombres en los libros y no puede imaginarse que fueron gente común, que la fuerza de la vida o sus convicciones arrastraron a tomar posiciones dentro del movimiento que surgió entre ellos separándolos de manera trágica.

Entre esos nombres y apellidos de mineros, agricultores y comerciantes, en su mayoría, o de hijos de estos o sobrinos de próceres, como era el caso de Rafael Buelna, sobrino de don Eustaquio, vine escuchando uno que con ser muy cercano a mí no lograba imaginarme a su dueño, Antonio Echavarría Aguirre, que es mi bisabuelo, y el que, extrañamente, desapa­reció de los relatos históricos casi sin dejar huella a pesar de haber sido uno de los hombres más influyentes de su época en los sucesos del Mocorito que llegó a ser llamado la Atenas de Sinaloa, y el norte del mismo estado, junto a Zacarías Ochoa, Esteban Zakany y Francisco Orrantia, a finales del siglo XIX y en los albores del siglo XX.

Por supuesto, mi padre me ha platicado de él como el hom­bre que fue y por él supe que mi abuelo fue padre de una nu­merosa familia de 7 hijos que tuvo con mi bisabuela Matildita, gustaba de la poesía y mantuvo con Enrique González Mar­tínez una estrecha amistad que se consolidó en la sociedad mercantil, política y el compadrazgo al haberse convertido el poeta jalisciense, el padrino de mi abuelo que también llevaba el mismo nombre y los mismos apellidos de mi bisabuelo, An­tonio Echavarría Aguirre, por ser sus padres primos hermanos y primos segundos.

Mi abuelo llevaba, además, los nombres de Jesús, no sé por quién, y el de Enrique, por su padrino. Minero y agricul­tor, dueño de dos minas y tres haciendas, Tres Hermanos, la principal, con 15 mil hectáreas de caña y un moderno trapiche donde se molía caña, mezcal y trigo y se producía azúcar, pa­nocha, aguardiente y alcohol, comercios, como la “Echavarría, Esquer y Cía.”, y la incipiente industria lugareña: la planta de agua, la fábrica de hielo y la línea telefónica de Mocorito, y un gran número de bienes raíces (todo esto último lo encontré también en Voz del Norte).

Don Antonio Echavarría Aguirre, sin embargo, seguía sien­do sólo un nombre más entre los que se barajaban en los re­latos familiares hasta que, un día vi llegar a mi padre muy ale­gre, con un libro comprado de viejo en el Parque Revolución, con una portada que reproducía una vieja viñeta y un nombre inquietante: Voz del Norte, escrito por el historiador, Juan Sal­vador Avilés. –¡Al fin puedo mostrárselos tal como él era! –es­cuché decir a mi padre, emocionado. –Su bisabuelo está aquí tal como lo veían los que lo conocieron, haciendo lo que a él le gustaba hacer: empresas.

Nos mostró algunas de las páginas del libro que para mi sorpresa, resultó ser una compilación inteligente de las planas del periódico Voz del Norte, que publicaba José Sabás de La Mora, otro de los nombres que mi padre menciona, y me dejó el libro en las manos diciéndome: –ábrelo cuando quieras. Te servirá para entender quién eres y, a lo mejor, quien serás…

Abrí el libro y de buenas a primeras encontré a mi abuelo llegando de Altata a Mocorito, (Voz del Norte: 7 de noviem­bre de 1905) después de un ajetreado viaje de dos días, en su carruaje, debido al problema de los caminos por causa de las lluvias. También se encontraban noticias: Antonio Echavarría pondría dentro de poco a disposición del público su máquina de hielo (Voz del Norte: julio de 1905), o que se había instalado un ramal de la línea telefónica de mi bisabuelo, la primera en Mocorito, en la empresa Voz del Norte para obtener mayor número de noticias (Voz del Norte: abril de 1906) posterior­mente se le solicita a don Antonio, conectase su línea telefó­nica a Pericos.

En Voz del Norte, don Antonio, mi bisabuelo, aparece como el empresario tenaz que siempre fue, fungiendo como pre­fecto del distrito (Voz del Norte: julio de 1905-noviembre de 1906) y encabezando junto a los empresarios de la región, la lucha por atraer el progreso, mediante el tendido de las vías del ferrocarril cerca de Mocorito (Voz del Norte: ). Él sabía que 27 kilómetros era demasiado trecho entre el progreso y los mocoritenses. Voz del Norte recoge la crónica de una lucha desesperada en la que afloran las dudas de los contemporá­neos sobre lo correcto de la decisión de no hacer caso a la pe­tición, sobre todo porque la empresa era norteamericana y ya se veían las consecuencias trágicas, para los empresarios sina­loenses, de la intromisión de los empresarios estadunidenses como Johnston y Owen, en Ahome, que provocó el derrumbe de las empresas de los Ochoa y los Zakani dejando la riqueza de ese municipio en manos de un extranjero.

González Martínez, así lo denuncia su poesía, no era par­tidario del ferrocarril, mi bisabuelo sí. La lucha por atraerlo a Mocorito fue el último de sus grandes esfuerzos, murió sorpre­sivamente, en 1909, cuando mi abuelo solo tenía cuatro años de edad, dejando a la familia de doña Matilde sin mayoraz­go, porque sus dos hijos mayores, Pedrito y Casimiro, habían muerto niños, uno por causa de la tifoidea, y el otro, en un accidente durante las fiestas del 16 de septiembre, y Miguel Echavarría, hijo de mi bisabuelo pero no de ella, era aún muy joven y no contó con el apoyo y la experiencia suficientes, lo que al final, provocó el derrumbe de la enorme empresa que quedó en las manos inexpertas de mi bisabuela.

Mi abuelo Antonio, al revés que su padre, no tuvo riquezas materiales; pero se entregó a la búsqueda de la riqueza espi­ritual. El esplendor que mi bisabuelo extrajo de las profundi­dades de la tierra, su hijo, mi abuelo, lo extrajo del cielo de su mente. No tuvo haciendas y minas, pero viajó por el mundo, a escondidas de su mamá y aprendió a hablar ocho idiomas y a imaginar y saber las cosas del mundo, –La historia sobre todo, como pocos pueden–, así me lo ha dicho mi padre que tuvo la fortuna de ser su hijo. Su padre miraba el futuro y él, mi abuelo, hizo del saber el pasado una manera de enseñar a sus hijos, entre ellos a mi padre, la importancia de luchar por lograr el mejor de los futuros.

Cada quien busca su riqueza y muchos la consiguen, como aquel poderoso hacendado nacido el 13 de junio de 1855 y muerto por una posible talasemia en 1909, de un día para otro, un año después de ver fallido su intento de mover la vía férrea Guaymas–Guadalajara, al Mocorito en florecimiento, la “Atenas de Sinaloa”. El fracaso de los empresarios norteños como mi bisabuelo, Antonio Echavarría, pese al intento de convencer a Porfirio Díaz de utilizar su poder para mover la vía al mencio­nado pueblo (Voz del Norte: 9 de enero de 1908), trajo como consecuencia el eclipsar y decadencia de aquel pueblo, capi­tal de la cultura sinaloense, que sin ferrocarril y con la Revolu­ción tocando a sus puertas, y ya germinando en los corazones de muchos de sus jóvenes hijos como Felipe Riveros y Rafael Buelna, vió esfumarse su grandeza para nunca más verla regre­sar como no regresó el poeta Enrique González Martínez, padrino de mi abuelo y gran amigo de mi bisabuelo en cuya casa, tras la privacidad que brindaba la balaustrada, en pleno centro del pueblo, alrededor de la frescura de la fuente rematada en un cisne de hierro vaciado, esmaltado y de estirado cuello que por cuyo pico aventaba un chorro de agua, yo pienso que es­cribió su famoso poema: Tuércele el cuello al cisne que es una severa crítica a la banalidad de aquel mundo contradictorio y siempre pasajero, que ellos mismos construían.

Muchas de las historias ya las conocía pero fue encontrarlo a él en Voz del Norte, luchando por el ferrocarril, que era la mejo­ría de todos, lo que me permitió verlo completo, no sólo como el hombre rico o el empresario sagaz, incluso como el hombre audaz sino como quien piensa que cuando los caminos, como el ferrocarril lo era, se abren, debe ser para que todos caminen por ellos, lo que me hizo verlo como el ejemplo a seguir cuando camino por la historia que es un camino amplio y profundo que todos debemos transitar para comprender cómo es que hemos llegado hasta el lugar que ocupamos y qué debemos hacer para alcanzar la cima de la montaña que mi abuelo cruzó, con su es­posa embarazada, a lomo de mula y cuarenta toneladas de maquinaria minera detrás de ellos para fundar la primera mina de donde salió su primera riqueza a la que él fue agregando otras más, sin cesar jamás en su esfuerzo.

Buenas noticias de mi familia me trajo la Voz del Norte, el periódico que hablaba del futuro del Mocorito y de mis ante­pasados, y que gracias al libro que recoge éste extraordinario testimonio, mis hermanas y yo pudimos leer más de cien años después de haber sucedido. El historiador Juan Salvador Avilés Ochoa, revive en su emocionante e ingeniosa obra hemero­gráfica los últimos días de grandeza de Mocorito a través de la reseña vívida de sus mejores mujeres y hombres, entrete­jiendo su urdimbre y su trama con la sólida claridad de sus comentarios oportunos y bien intencionados.

*Estudiante de secundaria. (12 años de edad)

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