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Aves negras

Por domingo 29 de agosto de 2010 Sin Comentarios

Por Francisco René Bojórquez Camacho

Te digo que esas extrañas aves sí existen. Lo que pasa es que casi nadie las ha visto, pues su única morada es en cualquiera de las tumbas más oscuras de los panteones. Allí siempre han estado por los siglos de los siglos. Ya había escuchado de esos macabros pájaros negros del demonio, pero siempre asocié esas pláticas a fantasías de la gente. Lo que sí te puedo asegurar es que no es fácil darse cuenta de su presencia, están metidos en los escondrijos de esos que abundan en los cementerios y, como son de un plumaje negro, se confunden fácilmente con la oscuridad.

Desde la tarde en que los descubrí, no he podido tener un ratito de tranquilidad; cuando menos pienso, ya tengo en mi cabeza a esas dos aves del mal. Te voy a relatar cómo me di cuenta de su presencia; primero me entró al cuerpo un ligero temblor y a la vez una increíble sensación que me llevaba a captar que estaba siendo observado. Pronto me di cuenta de que no era algo de los humanos; pude entender que las penetrantes miradas provenían de alguien que te ve y que posee malsanos deseos. Inicialmente no albergué ningún temor, serenamente repasé una a una las tumbas aledañas a la de donde yo estaba, con la intención de saber si todavía había personas en el cementerio; no vi nada, pero volví a sentir de nuevo esa rara situación que empezaba a incomodarme. Fue entonces que decidí a hurgar con mayor detenimiento en el lugar. A escasos cinco metros estaba una vieja tumba. Era fácil advertir, que por el tipo de construcción, que estaba allí desde la época de la Colonia. Recuerdo que cuando yo estaba chamaco, siempre me atrajo saber algo de esa monumental obra. Pregunté quién estaba sepultado en ese lugar, pero nadie del pueblo supo darme razón de ello. Estaba construida de gruesos ladrillos rojos y era la única que todavía se alzaba imponente en el viejo panteón de Talhuey, a pesar de que el tiempo se le había acomodado por todos lados. La enorme bóveda ya daba síntomas de querer sucumbir al tiempo, ya que podía vérsele un gran hueco por donde se apreciaba el vacío en su interior. Fue por allí donde los miré; eran uno enormes pájaros negros, muy negros, de un negro que a mí me daba miedo. Por la escasa claridad que todavía quedaba, me pude dar cuenta de su presencia.

Aunque mi voluntad me decía que retirara la mirada de ese lugar, una fuerza rara me atraía hacia ese punto. En un principio creí que eran de esos pájaros que les llaman chanates y que se habían resguardecido en esa cavidad del sepulcro, pero inmediatamente deseché esa idea, porque los capté de mayor tamaño, incluso del doble como los mismísimos cuervos. Como hipnotizado pude darme cuenta que en fondo del hueco de esa tumba, se encontraban parados sobre una cornisa interior. Te juro que los vi con toda claridad. Era un par de esa extraña especie. Hice un intento por retirarme pero me fue imposible moverme. Por un instante creí estar en el mundo de los sueños, ya que muchas ocasiones, soñaba que era perseguido por un extraño animal y mis piernas no me obedecían. Descarté ese asunto, cuando dos mujeres pasaron cerca de mí con un jarrón lleno de olorosas flores. Me dijeron; “buenas tardes”; eso me dijeron y enseguida se me fueron esfumando en medio de tanto crucerío.

Sus ojos no dejaban de observarme ni por un instante, parecía que por ningún motivo querían perderme de vista, porque me di cuenta que no parpadeaban. Por eso llegué a la conclusión que no eran aves de este mundo; eran del otro, de ese mundo lleno de tinieblas y oscuridad permanente. ¡Eran aves negras del infierno! Una extraña luz que salía de sus ojos era la que me permitía verlos con suma claridad. Se estaba ya oscureciendo, la escasa luz que quedaba de ese día, lanzaba sus últimos suspiros que teñían de un color bermejo ese cielo azul. Observé cuando estiraron sus alas como para iniciar el vuelo y de un aleteo ya estaban paradas en el boquete de la tumba. Se estaban acercando a mí y yo sin poder moverme. Presentí lo peor, un frío inenarrable se apoderó de mí, abrí los ojos desmesuradamente, cuando las dos aves negras se me avalanzaron. Pude percatarme de que las enormes garras abiertas venían directamente hacia mi rostro; instintivamente cerré mis ojos como medida de protección, ya que era el único movimiento que podía hacer. Enseguida sentí que la piel de mi frente se abría, para dar paso a un torrente de sangre tibia que iba bañando mi rostro. En ese instante ya no supe de mí. Desperté rodeado de un cuerpo de médicos y enfermeras en el hospital. Lo primero que solicité fue un espejo y allí mismo me di cuenta, que en mi frente sólo habían quedado dibujadas una tenues líneas obscuras. Fue entonces que recordé algo más de lo que me habían dicho de esas extrañas aves; “sólo atacan si te acercas a ellas cuando están cuidando sus huevos.”

Los días pasaron y cuando estuve en mejores condiciones, me dirigí al panteón de nuevo. Quise ir a plena luz del día. Me acerqué a la vieja tumba y con una linterna de mano iluminé el lugar dónde yo los había visto. En ese momento comprobé algo que me dejó pasmado; había dos cascarones quebrados de color negro, y eso para mí, significaba, de manera inequívoca, la permanencia eterna del demonio en el mundo de los vivos.

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