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La era de progreso y la conformación del grupo oligárquico en el sur de Morelos 1890-1910

Por domingo 22 de agosto de 2010 Un comentario

Por Agur Arredondo Torres*

A finales del siglo XIX la zona sur del estado de Morelos había alcanzado un notable desarrollo económico, político y social, cuyo eje rector era la ciudad de Jo­jutla, Morelos. Tal desarrollo se consolidaba a principios del siglo XX.

El capital político y económico estaba concentrado en unas cuantas personas, entre las que se encontraban los hermanos Ruiz de Velasco, Pedro Antonio Lamadrid, León Castrezana, la familia Mazari, la familia Reyna, Estanislao Olea, Alberto Go­mes y el cura Agapito Mateo Minos Campuzano. Todos, con excepción de los dos últimos, eran de ascendencia española.

Agapito Mateo Minos Campuzano, nacido en Tlaquilte­nango el 21 de septiembre de 1852 e hijo de indios jojutlenses, ingresó en 1875 al seminario de la ciudad de México donde alcanzó el presbiterio el 20 de marzo de 1886. Hizo su prácti­ca religiosa en los municipios de Cuautla, Yautepec y Villa de Ayala hasta el mes julio de 1889. A partir de esta fecha se hizo cargo de Tlaquiltenango con jurisdicción religiosa en Jojutla, Zacatepec y otros pueblos. En 1911 tenía 72 casas, el máximo permitido por la ley de aquel entonces a un solo contribuyen­te, y terrenos de cultivo en la región. Le llegaba dinero extra del interés de los préstamos que hacía y de los donativos de los moribundos que le tocó asistir. En alguna ocasión, al lle­varle el consuelo espiritual a una asidua feligrés de respetable posición económica que agonizaba, le pregunto:

–¿Qué le vas a dejar a la santa madre Iglesia, hija?
–Nada, querido Padre. La santa madre Iglesia no come, los pobres sí.

Ante la respuesta, el materialista guía salió molesto de la habitación sin darle los santos óleos a la dama.

Alberto Gómez, originario de Tepecoacuilco, Guerrero, había nacido el 7 de agosto de 1852. Era hijo de un indígena arpero de Zacacoyuca, municipio de Iguala, Guerrero, de ape­llido Ocampo, y de Crisanta Gómez. Su abuelo materno, An­tonio Gómez Ortiz, fue un próspero comerciante y viejo jefe insurgente de Tepecoacuilco; consuegro del general José Ma­ría Morelos y Pavón. Sin embargo, él no tenía capital propio y al carecer de posibilidades de progreso en su tierra, decidió buscar mejores estadios de vida por lo que cruzó la sierra y halló trabajo en las minas de Huautla; después fue peón en la hacienda de San José Vista Hermosa. Más adelante contrajo nupcias con Francisca Mastache con la que procreó cuatro hi­jos. Trabajo forzado y ahorro le permitieron hacerse en corto tiempo de un respetable capital.

Radicado en Jojutla se dedicó al cultivo de arroz, compró varias extensiones de terrenos agrícolas en esa ciudad lo mismo que en Tlatenchi, Tlaquiltenango, Cuautla y Jiutepec. Llegó a poseer, también, 72 casas. Enviudó y en 1890 se casó por segunda ocasión con Elisa Mazari Ruiz, hija de Nabor Mazari. Siguió prosperando y en 1892 le compró una casa en Jojutla al español Pedro Antonio Lamadrid. Diversificó sus negocios: lo mismo una fábrica de jabón, molino de arroz, dos hoteles y un cine. Ocupó por primera vez el cargo de presidente municipal de Jojutla en 1897. En 1900 participó con el arroz que producía, en la Exposición Universal Internacional celebrada en París: obtuvo una medalla de bronce por cosechar “el mejor arroz del mundo”. Volvió a ser presidente municipal en 1905. En 1907 gastó de su dinero $1200.00 en la compra de los instrumentos musicales para la banda de viento del municipio.

Crescencio Reyna, un español avecindado en Tlaquilte­nango, desde la segunda mitad del siglo XIX era propietario de la hacienda de San Juan, un trapiche donde se elabora­ba panela, aguardiente y procesaba arroz. Tenía cinco hijos: Juan, Serapio, Isidro, Alberta y Catalina.

Tomás Ruiz de Velasco y Baranda era originario del Valle de Mena provincia de Burgos, España y llegó a México en 1831 a los 18 años de edad. En la ciudad de México contactó con su tío Manuel con quien trabajó algunos años. Posteriormente su pariente lo acercó con Alejandro de la Arena y éste le ofreció trabajo en sus propiedades de Zacatepec y comenzaron la re­construcción del viejo trapiche pues Tomás tenía conocimien­tos en agricultura. Posteriormente viajó a Chilpancingo, lugar donde trabajó en la hacienda de la Imagen y se casó con Teófila Leyva y Carreto en 1852. Regresó a Puente de Ixtla donde cria­ba ganado. Procreó siete hijos, pero sólo Felipe (26 de mayo de 1857), Tomás y Ángel destacaron en la agricultura. A Felipe y Tomás los mandó desde jovenzuelos a estudiar a Madrid y ter­minaron graduándose como ingenieros agrónomos en el Insti­tuto Agrícola de Gembloux, Bélgica, en 1882.

Tomás, padre, tomó la administración de la hacienda de Treinta en 1869, año en que fue atacada por un grupo de “Pla­teados” y le secuestraron a su nueva esposa con quien había procreado otros hijos. La mujer volvió después cargando un nuevo crio, hijo de uno de sus captores, quien la trató con consideraciones. Posteriormente se hizo cargo de la hacien­da de Zacatepec, ahora propiedad de Juan Pagaza, factoría donde recibió el apoyo de su hijo Felipe. Correspondió a éste último secar todos los terrenos pantanosos de Zacatepec, Jo­jutla y Tlaquiltenango, aumentando notablemente con esta medida el área de cultivo para la caña. También introdujo el uso del vapor y la nueva tecnología en la industrialización de la caña de azúcar.

Don Tomás, padre, murió el 14 de mayo de 1889 dejando a sus hijos una considerable fortuna. El administrador Valeria­no Salceda le confió la gestión de la hacienda de Zacatepec a Felipe con un salario mensual de 100 pesos. El segundo se encargó de la fábrica y León Castrezana del campo. Más ade­lante el segundo seria socio del primero en varios negocios.

El crecimiento y prosperidad se notó de inmediato. En 1899 se independizó para dedicarse a sus negocios particula­res: cultivo de arroz y caña de azúcar, productos que procesa­ba en la hacienda de San Juan, de Tlaquiltenango, inmueble que arrendó a la familia Reyna. Tuvo junto con su hermano Tomás, entre 1900 y 1902, el molino de arroz San Salvador en los campos de El Higuerón, perteneciente a Jojutla. Felipe, el más humanizado y creativo de los Ruiz de Velasco, había sido un solterón empedernido, hasta que se casó el 26 de mayo de 1899, con Beatriz Lamadrid, una joven de 18 años, hija del comerciante español Antonio Lamadrid. Para corresponder a la fortuna del suegro, se compró una casa de bóveda en Tlaquiltenango con valor de $1,700.00, más los gastos de es­crituración. En 1904 fue suplente del diputado federal por el distrito de Jojutla. En abril de 1905 fue nombrado presidente municipal tras la renuncia del propietario.

Pedro Antonio Lamadrid, nacido el 29 de junio de 1848 en Cahecho del Valle de Valdeprado, cerca de Santander, España, escapó de aquel país para evitar el servicio militar forzoso y desembarcó el 13 de diciembre de 1869 en Veracruz. Después de trabajar en varios negocios de la ciudad de México, en 1876 se trasladó a Morelos, por recomendación de Valeriano Salce­da, otro español, y se enroló en la hacienda de Zacatepec de la que era su propietario Alejandro de la Arena. Se hizo cargo de la tienda de raya la cual tenía $1000.00 de existencias cuando él la recibió; dos años y diez meses después la entregó a Gregorio Leyva con ganancias por siete mil pesos. Se independizó para trasladarse a Jojutla y dedicarse al comercio. Logró ser propie­tario de una casa comercial en Jojutla conocida como Tienda de la Bóveda. Tenía en 1910: 50 mil pesos en efectivo, 80 mil tareas de terreno en el Llano de Tlaquiltenango, Higuerón y Nexpa, aparte otras de riego y un sin nú­mero de cabezas de ganado. Poco antes de estallar la revuelta, había defraudado al fisco estatal con 18 mil, con ayuda de su yerno Felipe y el gobernador Pablo Escandón.

Estanislao Olea, otro español, vivía en pleno centro de Tlaquilte­nango y tenía una cuantiosa for­tuna producto de varios negocios: cultivo de arroz, caña, bienes raí­ces y la usura. En el año de 1906 se hizo de la hacienda de Guadalupe, de Tlaquiltenango, vía el embargo. Tenía casas y terrenos en Tlaquilte­nango, Jojutla, Cuernavaca; hacia 1911 los Reyna le debían cien mil pesos y Alberto Gómez quinientos; al momento de su muerte el 4 de mayo de ese repetido año había dejado en su testamento la cantidad neta de 132 mil pesos.

En materia de salarios diarios, Ruiz de Velasco ganaba como administrador del ingenio de Zacatepec 3.33 pesos; el tenedor de libros de Lamadrid 2 pesos; un peón 30 centavos ó 50, si era calificado. Los precios de algunos productos eran de 40 cen­tavos una bombilla, para quien tuviera planta de luz; arroz 12 centavos el kilo; anís del mono 1.70 pesos la botella.

La fuerza económica que tuvieron estos ciudadanos les permitió así mismo, ocupar cargos públicos durante algunos periodos y aunque eran honoríficos, esto les dio la oportuni­dad de realizar negocios lucrativos para ellos y generar el trá­fico de influencias en su provecho o de su grupo.

Dos décadas de obras públicas y sociales

Cuando el cura Minos llegó a Tlaquiltenango era presidente municipal Crescencio Reyna, y por su investidura de párroco fue invitado en representación de Delfín Sánchez a inaugurar junto con el edil la llegada del Ferrocarril Interoceánico el 15 de abril de 1890. El exjefe en Cuautla, Enrique Dabbadie, fue nombrado jefe de estación. Pero Minos no estuvo conforme con el final del tramo y promovió ante el gobierno federal que el ferrocarril llegara hasta Jojutla; logró su objetivo y la inau­guración del nuevo camino se verificó cinco meses después, el 21 de septiembre. Este Reyna desde el año pasado, junto con los señores Sámano y Estanislao Olea, habían empren­dido un pleito contra los naturales del pueblo, por el agua del apantle mayor. Murió Crescencio Reyna en 1907 y el litigio tardó varios años más sin solución.

El hacendado de Tenextepango, Ignacio de la Torre y Mier, yerno de don Porfirio Díaz, tenía influencia en la zona sur de Morelos, y fue quien regaló el reloj público de Jojutla en 1905, el cual se instaló en el edificio del palacio municipal.

Varias obras más realizadas en Tlaquiltenango y Jojutla le vinieron a cambiar la fisonomía a la zona sur: relojes públi­cos en ambas poblaciones, fuentes, presas, acueductos, un teatro, un hospital, una plaza de toros, un ferrocarril agrícola que unió ambos pueblos, etc.; y los festejos del Centenario de la Independencia en el sur no pasaron inadvertidos: el 16 de septiembre de 1910 se inauguró con ese motivo el pozo arte­siano de la Plaza de Año Nuevo, en Jojutla. Los gastos fueron hechos por los vecinos. Desde luego que las obras de remo­delación en los templos de Tlaquiltenango y Jojutla no fueron la excepción.

Todos los vecinos anteriormente mencionados participaron en los comités o eran funcionarios en turno bien como presi­dente municipal o jefe de distrito, único cargo con salario.

Litigios por tierras y aguas en el sur.

El desarrollo económico tan aplaudido por el gobierno porfi­rista no mostraba crecimiento generalizado en la población de la zona sur de Morelos en la década final del siglo XIX y principios del XX, y la inconformidad social crecía debido principalmente a dos factores: el despojo de tierras y aguas; y los bajísimos salarios de algunos sectores productivos, entre ellos los peones del campo. Las dos primeras variables eran propiedad de los pueblos, y las haciendas las habían ido usur­pando sistemáticamente.

El pueblo de Tetelpa, en 1909, perdió gran parte del agua que necesitaba para sus cultivos y huertos, pues un tribunal del lugar falló en su contra y cedió los derechos de uso sobre las aguas del río Apatlaco a la hacienda de San Nicolás Obispo (hoy Galeana, municipio de Zacatepec). Legitimado el abuso, el administrador de la hacienda actúo con mayor amplitud de la que la ley le otorgó y cortó completamente el agua del pue­blo; como consecuencia de ello, los huertos y legumbres se perdieron y sus moradores comenzaron a emigrar.

Jojutla, a pesar de ser cabecera de distrito, no quedó ex­centa de los abusos y despojos. En agosto del mismo año, una plantación de arroz se apropió del agua de la ciudad y a pesar de que el ayuntamiento protestó, el gobernador Escandón se hizo el desentendido del reclamo popular.

Los Reyna, también despojaron a varios vecinos de sus propiedades en Tlaquiltenango, Santa Cruz (hoy Lorenzo Váz­quez) y los dueños de las minas de Huautla no se quedaron atrás. Se formó el poblado llamado El Jilguero con los desalo­jados y los de Huautla se fueron a vivir al estado de Puebla.

* Cronista de Tlaquiltenango, Morelos.

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