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Sensualidad y erotismo en los Preludios de González Martínez

Por domingo 13 de junio de 2010 Sin Comentarios

Por Rigoberto Rodríguez Benítez*

Al reiniciar la publicación de Voz del Norte, bien vale la pena recordar a Enrique González Martínez (1871-1952), tan querido de los mocoritenses. El laureado poeta y médico jalisciense, hijo adoptivo de Sinaloa, se inició en la poesía en su natal Guadalajara, pero publicó su primer libro en Mazatlán, en 1903. Años más tarde será director de Arte, revista literaria que se publicó como suplemento de Voz del Norte, de 1907 a 1909. Será en Mocorito donde publique sus siguientes tres libros en los años de 1907 a 1911. Echemos un vistazo a su primera obra enfatizando su vena epicúrea. En las siguientes entregas pondremos el acento en otros temas no menos interesantes de esa primera obra.

González Martínez muestra en Preludios una temática recurrente en su posterior obra literaria. Amor y belleza femenina, sensualidad y erotismo, la naturaleza como alimento del alma y los sentidos y una temprana crítica al modernismo aparecen ya en su primer libro. La reflexión sobre la poesía y los poetas, el estímulo a la creación artística y el reconocimiento a músicos virtuosos como Beethoven, también están presentes. Hay en su primera obra un reconocimiento a los héroes— Juárez, en este caso—, contribuyendo así a la forja de la identidad nacional y al patriotismo de sus lectores en la víspera de la Revolución Mexicana. Así, amor, sensualidad, crítica del oficio de poeta, estímulo a la creatividad artística, patriotismo y una actitud crítica emergen de la pluma del poeta, en un canto optimista a la naturaleza y a la vida.

La sensualidad y el erotismo marcan la primera obra del poeta. Su itinerario de creación poética tiene en la belleza y sensualidad del cuerpo femenino, al que escruta desde la punta del pié a la punta del cabello, una fuente rica de la que abreva sediento. González Martínez pasa de la admiración a la acción y de él podemos decir lo que dijo Emmanuel Carballo de Rafael López (1873-1943): “poeta epicúreo, fascinado por la sensualidad y el placer”. En “El baño” aparecen la sensualidad y el deseo contenido. También aparece el voyeurismo…del sol.

Ya dejas el plumón. Las presurosas
manos desatan el discreto nudo,
y queda el cuerpo escultural desnudo,
volcán de nieve en explosión de rosas.

El baño espera. De estrecharte ansiosas
están las aguas, y en el mármol mudo,
un esculpido sátiro membrudo
te contempla con ansias amorosas.

Entras al fin y el agua se estremece.
En tanto, allá en el orto ya aparece
el claro sol de refulgente rastro.

Y cuando ufana de la fuente sales,
de la alcoba a los diáfanos cristales,
por mirarte salir, se asoma el astro.

En “Fuente de mármol”, la pasividad cede el turno a la acción y “Un fauno joven, de espaciosa frente,/ robustos miembros y viril figura,/ de una desnuda ninfa la hermosura codicia…”, salta con ansias de amor desenfrenadas y ella “vencida, entre sus brazos rueda…”. En “Amiga, ya la nave…” el poeta invita a relaciones de pareja más liberales, sin compromiso, sin ataduras. En “Al amor”, escruta el cuerpo de la amada: ojos, cintura, garganta, cabellera y senos. Después de referirse a la cintura esbelta, la garganta tentadora y a la envidiable cabellera, señala que del pecho desnudo, “fresco botón rosado destaca sobre seno breve”. Cierra haciendo una analogía entre las carnes firmes y la dureza del mármol.

En “Visión”, el poeta rinde de nuevo tributo al cuerpo femenino, refiriéndose a la belleza del cuerpo desnudo de clásicas formas, de cabellos dorados y de pechos erguidos. Igualmente dirá en “Sangre y nieve”, donde habla de castos pechos y breve falda, y en “A Lydia”, en donde canta a la gracia de la dama, al fuego de sus pupilas y a la firmeza y volumen de los senos de mármol. En otros casos, como en “Nieve alpina”, habla de una joven de ropaje transparente de suave aroma. Obviamente, en “Odore di femina”, también enfatiza el adorable perfume de la amada.

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