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A otro perro con esos huesos

Por domingo 13 de junio de 2010 Sin Comentarios

Por Arturo Garcia Hernández*

El hoy tan despostillado Carlos Marx sentenció alguna vez que los hechos históricos ocurren como tragedia y se repiten como farsa. La reciente exhumación de los restos óseos de Miguel Hidalgo, José María Morelos y Pavón, Ignacio Allende, Vicente Guerrero, Xavier Mina, Juan Aldama y otros próceres, y su traslado de la columna de la Indepen­dencia al Museo de Historia del Castillo de Chapultepec, con­firman la aguda observación del filósofo alemán.

La tragedia ocurrió cuando las fuerzas realistas captura­ron, ejecutaron y decapitaron a Hidalgo y varios de sus con-tlapaches insurgentes, y luego metieron las cabezas en jaulas y las colgaron en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, para escarmiento de sus seguidores.

El hecho ha tenido varias ediciones como farsa: la primera en 1823, cuando los restos fueron llevados al Altar de los Re­yes, en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México (los huesos del cura revoltoso y excomulgado, descansando en la sede de la iglesia católica mexicana); la segunda, en 1895, cuando Porfirio Díaz los sacó a pasear y luego los depositó en una capilla dentro del mismo recinto, para rescatarlos del abandono; la tercera, cuando Plutarco Elías Calles dispuso el traslado de las osamentas a un sitio sin connotaciones religio­sas: la Columna de la Independencia.

Ahora, Felipe Calderón ha decidido desempolvar los res­tos para exhibirlos temporalmente, a partir de agosto, en Pa­lacio Nacional. Junto a la urna que contenía las calaveras de los héroes, Calderón habló de soberanía, libertad, ley, paz y justicia, mientras un grupo de integrantes del Sindicato Mexi­cano de Electricistas lo increpaban por la desaparición de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, medida que dejó sin empleo a más de 40 mil personas.

Fue una ceremonia vacía y grotesca, una conmemoración sin contexto: la fetichización de un montón de huesos (cuya autenticidad, por lo demás, está en duda). Nada se dijo de las razones y los objetivos por los cuales Hidalgo y compañía tu­vieron que morir: su historia dentro de la Historia.

En esta como en otras actividades conmemorativas del Centenario de la Revolución y del Bicentenario de la Indepen­dencia, el discurso oficial elude los procesos políticos, socia­les, económicos, culturales que explican ambos levantamien­tos y sin lo cual no existe reflexión verdadera sobre el pasado y el presente del país. Quizás al actual gobierno no le resulte fácil confrontar la semejanza entre las condiciones de vida de la población entonces y ahora. O ¿estamos mejor que en 1810, que en 1910?

Presuntamente, los restos exhumados pertenecen en total a 12 héroes insurgentes. En el Castillo de Chapultepec –de acuerdo con las crónicas periodísticas del traslado– serán sometidos por especialistas del Instituto Nacional de Antro­pología e Historia a distintos estudios para determinar sexo, talla y ¡causas de la muerte!

Después serán trasladados a Palacio Nacional, donde per­manecerán en exhibición para volver, en 2011, al olvido: en el silencio y oscuridad de su mausoleo al pie del Ángel de la Independencia.

Hasta dentro de cien años. O antes. Nunca se sabe cuándo volverá la patria a necesitar los servicios de sus héroes.

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