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El Conjunto Escultórica de Los Caballos que Corrieron en San Benito

Por domingo 6 de junio de 2010 Sin Comentarios

Por Gilberto J. López Alanis*

No puede ser de otra manera, el pueblo de San Benito siempre supo que en los caballos está definido su destino. Su origen de agreste agricultura y ganadería jesuitica lo ha marcado para siempre, no hay casa vieja y solariega que no tenga su corral donde se apacente el becerro como sebo para que la vaca parida afloje la ubre y amamante al hambriento bajo el pial, logrando la espumosa blancura que dará paso, previo a técnicas ancestrales a las natas, el jocoqui, el requesón y el queso.

Del corral al cerco para llegar a la milpa, se teje un mundo de aventuras atravesando el río; los trotes nos llevaron por las angostas veredas y las brechas para acercarse al potrero, la hortaliza o el verano de las sandías y calabazas. El aparejo que evita el roce de la silla ajustada con el cincho, nos trae el recuerdo de los sudores animales de aquellos, zainos, bayos, y prietos que nos miraron con ternura a pesar de nuestras injusticias infantiles.

Nada como quitar el freno para que la bestia bebiera en la fresca y cristalina corriente del río Mocorito o Évora, así al ritmo de los gruesos tragos, nos recostamos en la grupa para admirar desde los sabinos la serranía con El Picacho y El Mueludo, que siempre nos esperaron para conocer sus escarpadas faldas y escondidos remansos del sombreado follaje de amapas, mezquites, guamúchiles, brasiles, y más de la flora maravillosa que rescató el Dr. Ramón Ponce de León en 1909.

Salir a caballo al registro de matrimonios, dar fe de los difuntos, entregar la correspondencia, certificar votaciones, asistir a la boda del compadre o del hijo, dar aviso de una enfermedad o de un apuro, o cumplir con un favor, aparte huir presuroso fueteando o hincando las argentas espuelas ante una emboscada o carraca de volar llevando en brazos o enancas de una hermosa serrana después del baile, fue darle al noble bruto el estatuto de compañero; que no decir después de ganar una carrera o perderla, donde la alegría y la tristeza se hacían una, jalando la banda por las calles del pueblo, con la plebada alrededor admirando al muchacho del rancho, el hijo de Valentín, Cipriano o Vicente; el nieto de la Natalia, la Chuy o de la María, nada tan hermoso como ese signo de identidad pura, directa, esa que va del portal a la cocina, para hacerse única cuando llegabas al cerco con el envoltorio de comida en una bolsa de ixtle para los que araban, sembraban, deshierbaban o en la labor escrutinio del sol reverberante y el tronido del rayo que se anticipaba al aguacero que nos llevaba de regreso con los huaraches hechos trapos.

Ahí estaba el caballo o el burro, prestos a servirnos, por eso cuando se inauguró el monumento a Los Caballos que Corrieron en San Benito , se hizo la mayor justicia del pueblo, la gesta popular de 1923 completó el estatus de mito y el monumento es la evidencia de una tarea que debemos completar para hacer de San Benito “el lugar” de las carreras de caballos de la serranía del valle del Évora.

Al proponer el conjunto escultórico de El Alazán y El Rosillo, el Comité de Obras debe rescatar a los auténticos compositores del corrido que fueron Ángel Jacobo y Jesús Pérez que rimaron sus coplas y acompañamiento musical en el mismo sitio y tiempo de la carrera, esto para combatir la injusticia de adjudicar tal corrido a Luis Pérez Meza, que hasta le cambió el nombre a San Benito, si esto no se hace estaremos faltando a la razón de las conmemoraciones del Bicentenario y el Centenario donde se enmarca tal acto.

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Irma Garmendia
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